1
A una verdad
No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.
L. C.
No es el amor quien muere, Luis Cernuda,
somos nosotros mismos. En un canto
te lo he visto decir con el espanto
de tener la certeza y no la duda
en tus labios que escriben. Tan desnuda
te brota la verdad, que no sin llanto
entregusto tus versos como el santo
que en su propio sufrir encuentra ayuda.
No importa ya por quién, por qué, ni dónde,
sobre un triste papel la verdad nace;
cuando ella fluye así, cuando desata
los lazos más sencillos que ella esconde,
la causa de sí misma se deshace.
No es el amor quien muere, él es quien mata.
2
Al silencio
No es consuelo, silencio, no es olvido
lo que busco en tus manos como plumas;
lo que quiero de ti no son las brumas,
sino las certidumbres: lo perdido
con toda su verdad, lo que escondido
hoy descansa en tu seno, las espumas
de mi propio sufrir, y hasta las sumas
de las vidas y muertes que he vivido.
No es tampoco el recuerdo lo que espero
de tus manos delgadas, sino el clima
donde pueda moverme entre mis penas.
No esperar, mas tampoco el desespero.
Hacer, sí, de mí mismo aquella sima
en que pueda habitar como sin venas.
3
Al sufrimiento
De tanto serme estrecha compañía
he llegado a sentirte ya tan mío
que peor que tú mismo es el vacío
que me queda sin ti. Yo te querría
apretado a mi pecho todo el día
por no quedarme a solas con el frío
de ese lago parado y tan sombrío
que es vivir en la nada. Sufriría
más aún, ya lo sé, pero un consuelo
en el propio sufrir quizá nos nace
como una leve flor allá en la arena.
Me lo has quitado todo, tierra, cielo;
déjame sin embargo que te abrace,
que todo cuanto he sido está en mi pena.
A Dios
Me despojas de todo, permitiendo
que yo mismo contemple esas cenizas.
No me hieres, me robas. ¿Eternizas
todo aquello que matas? No te entiendo
todavía, ¡mi extraño!, mas creyendo
estoy en esa fuerza que deslizas.
¿Por qué, despojador, me tiranizas
atándome al vivir que voy perdiendo?
No me matas, me muero, me devoro
con mi propio existir. Y cuán esquivo
te siento a mi dolor. ¡Cómo te alejas!
Me arrancaste mi llanto, y ya no lloro;
me arrancaste mi vida, y ya no vivo;
si el morir me arrebatas ¿qué me dejas?
5
A la lámpara
Aquí sobre mis hombros ateridos,
cerca y lejos igual que las estrellas,
aquí junto a un pasado sólo huellas,
junto al lecho en que sueñan reunidos
el vivir y el morir, sobre los nidos
del recuerdo, aquí estás como unas bellas
y leves manos tibias con que sellas
los párpados cansados y dolidos,
aquí estás como un ser, como una cosa
que tuviera ya un alma casi mía
amarilla también y también mustia,
aquí sobre mi frente silenciosa,
aquí como una vaga compañía
llegando con tu luz hasta mi angustia.
Tomado de:
https://trianarts.com/recordando-a-ramon-gaya-seis-sonetos-de-un-diario/#sthash.pu9K13Sz.dpbs
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