miércoles, 14 de junio de 2023

POEMAS DE JOSÉ MANUEL OTHÓN


En la estepa maldita

 

En la estepa maldita, bajo el peso

de sibilante brisa que asesina,

irgues tu talla escultural y fina

como un relieve en el confín impreso.

 

El viento, entre los médanos opreso,

canta como una música divina,

y finge bajo la húmeda neblina,

un infinito y solitario beso.

 

Vibran en el crepúsculo tus ojos,

un dardo negro de pasión y enojos

que en mi carne y mi espíritu se clava;

 

y destacada contra el sol muriente,

como un airón, flotando inmensamente,

tu bruna cabellera de india brava.

 

Frons in mare

 

Cada vida mortal es una hoja

que el árbol guarda a octubre amarillento;

cuando secas están se agita el viento

y al bramador torrente las arroja.

 

Mas ¿por qué de la tuya nos despoja,

si era fronda que el aire tremulento

acariciaba con divino acento,

bajo un alba de abril dorada y roja?

 

Del huracán al golpe furibundo

cayó la verde hojita en la corriente

del manso río azul que, desde el mundo,

 

en sus ondas purísimas y bellas

la llevó, cariñosa y blandamente

hasta el sereno mar de las estrellas.

 

 

Idilio salvaje

 

¿Por qué a mi helada soledad viniste

cubierta con el último celaje

de un crepúsculo gris?… Mira el paisaje,

árido y triste, inmensamente triste.

 

Si vienes del dolor y en él nutriste

tu corazón, bien vengas al salvaje

desierto, donde apenas un miraje

de lo que fue mi juventud existe.

 

Mas si acaso no vienes de tan lejos

y en tu alma aún del placer quedan los dejos,

puedes tornar a tu revuelto mundo.

 

Si no, ven a lavar tu ciprio manto

en el mar amarguísimo y profundo

de un triste amor o de un inmenso llanto.

 

 

Angelus domini

 

Sobre el tranquilo lago, occiduo el día,

flota impalpable y misteriosa bruma

y a lo lejos vaguísima se esfuma

profundamente azul, la serranía.

 

Del cielo en la cerúlea lejanía

desfallece la luz. Tiembla la espuma

sobre las ondas de zafir, y ahúma

la chimenea gris de la alquería.

 

Suenan los cantos del labriego; cava

la tarda yunta el surco postrimero.

Los últimos reflejos de luz flava

 

en el límite brillan del potrero

y, a media voz, la golondrina acaba

su gárrulo trinar, bajo el alero.

 

II

Ondulante y azul, trémulo y vago,

el ángel de la noche se avecina,

del crepúsculo envuelto en la neblina

y en los vapores gráciles del lago.

 

Del septentrión al murmurante halago

los pliegues de su túnica divina

se extienden sobre el valle y la colina,

para librarlos del nocturno estrago.

 

Su voz tristezas y consuelo vierte.

Humedecen sus ojos de zafiro

auras de vida y ráfagas de muerte.

 

Levanta el vuelo en silencioso giro

y, al llegar a la altura, se convierte

en oración, y lágrima, y suspiro.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-jose-manuel-othon/

 

 

Invocación

 

No apartes, adorada Musa mía,

tu divino consuelo y tus favores

del alma que, nutrida en los dolores,

abrasa el sol y el desaliento enfría.

 

Aparece ante mí como aquel día

primero de mis jóvenes amores

y tu falda blanquísima con flores

modestas u olorosas atavía.

 

¡Oh, tú, que besas mi abrasada frente

en horas de entusiasmo o de tristeza,

que resuene en tu canto inmensamente

 

tu amor a Dios, tu culto a la Belleza,

alma del Arte, y tu pasión ardiente

a la madre inmortal Naturaleza!

 

 

La campana

 

¿Qué te dice mi voz a la primera

luz auroral? "La muerte está vencida,

ya en todo se oye palpitar la vida,

ya el surco abierto la simiente espera".

 

Y de la tarde en la hora postrimera:

"Descansa ya. La lumbre está encendida

en el hogar..." Y siempre te convida

mi acento a la oración en donde quiera.

 

Convoco a la plegaria a los vivientes,

plaño a los muertos con el triste y hondo

son de sollozo en que mi duelo explayo.

 

Y, al tremendo tronar de los torrentes

en pavorosa tempestad, respondo

con férrea voz que despedaza el rayo.

 

 

La llanura amarguísima y salobre...

 

La llanura amarguísima y salobre,

enjuta cuenca de océano muerto,

y en la gris lontananza, como puerto,

el peñascal, desamparado y pobre.

 

Unta la tarde en mi semblante yerto

aterradora lobreguez, y sobre

tu piel, tostada por el sol, el cobre

y el sepia de las rocas del desierto.

 

Y en el regazo donde sombra eterna,

del peñascal bajo la enorme arruga,

es para nuestro amor nido y caverna,

 

las lianas de tu cuerpo retorcidas

en el torso viril que te subyuga,

con una gran palpitación de vidas.

 

 

Mira el paisaje: inmensidad abajo...

 

Mira el paisaje: inmensidad abajo,

inmensidad, inmensidad arriba;

en el hondo perfil, la sierra altiva

al pie minada por horrendo tajo.

 

Bloques gigantes que arrancó de cuajo

el terremoto, de la roca viva;

y en aquella sabana pensativa

y adusta, ni una senda ni un atajo.

 

asoladora atmósfera candente

de se incrustan las águilas serenas

como clavos que se hunden lentamente.

 

Silencio, lobreguez pavor tremendos

que viene sólo a interrumpir apenas

el galope triunfal de los berrendos.

 

 

Noctifer

 

Todo es cantos, suspiros y rumores.

Agítanse los vientos tropicales

zumbando entre los verdes carrizales,

gárrulos y traviesos en las flores.

 

Bala el ganado, silban los pastores,

las vacas van mugiendo a los corrales,

canta la codorniz en los maizales

y grita el guacamayo en los alcores.

 

El día va a morir; la tarde avanza.

Súbito llama a la oración la esquila

de la ruinosa ermita, en lontananza.

 

Y Venus, melancólica y tranquila,

desde el perfil del horizonte lanza

la luz primera de su azul pupila.

 

 

Nocturno

 

Junto al rojo fogón de la cocina,

bajo el techo de paja del bohío,

ni lluvia torrencial, ni viento frío

temo, cuando la noche se avecina.

 

Después, el sueño mi cerviz inclina,

me arrulla el manso murmurar del río

y encuentro en el reposo calma y brío,

"al lado de mi vieja carabina"...

 

Cuando en el mar del cielo ya no bogue

la luna y en el golfo del ocaso

el grupo de las Pléyades se ahogue;

 

cuando entonen los pájaros la diana,

del pobre hogar saldré con firme paso

a bañarme en la luz de la mañana.

 

 

Nostálgica

 

                                                            «O ubi campi»

 

En estos días tristes y nublados

en que pesa la niebla sobre mi alma

cual una losa sepulcral, ¡ay! cómo

mis ojos se dilatan

tras esos limitados horizontes

que cierran las montañas,

queriendo penetrar otros espacios,

cual en un mar sin límites ni playas.

¡Pobre pájaro muerto por el frío!

¿Para qué abandonaste tus campañas,

tu cielo azul, tus fértiles praderas

y viniste a morir entre la escarcha?

 

¡Oh, mi naturaleza azul y verde!,

¿dónde están tus profundas lontananzas

en qué otros días engolfé mi vista,

anhelante de sombras y de ráfagas?

¿Dónde están tus arroyos bullidores,

tus negras y espantosas hondonadas

que poblaron mi espíritu de ensueños

o a los hondos abismos lo arrojaban?

 

He de morir. Mas, ay, que no mi vida

se apague entre estas brumas. La tenaza

del odio, de la envidia el corvo diente

y el venenoso aliento de las almas

por la corte oprimidas, aquí sólo

podránme dar, al fin de la jornada,

la desesperación más que la muerte,

¡y yo quiero la muerte y pálida!

 

Y allá en tus verdes bosques, madre mía,

bajo tu cielo azul, madre adorada,

podré morir al golpe de un peñasco

descuajado de la áspera montaña,

o derrumbarme desde la alta cima

donde crecen los pinos y las águilas

viendo de frente al sol, labran el nido

y el corvo pico entre las grietas clavan,

hasta el fondo terrible del barranco

donde me arrastren con furor las aguas.

Quiero morir allá: que me triture

el cráneo un golpe de tus fuertes ramas

que, por el ronco viento retorcidas,

formen, al distenderse, ruda maza;

o bien, quiero sentir sobre mi pecho

de tus fieras los dientes y las garras,

madre naturaleza de los campos,

de cielo azul y espléndidas montañas.

 

Y si quieres que muera poco a poco,

tienes pantanos de aguas estancadas...

¡Infíltrame en las venas el mortífero

hálito pestilente de tus aguas!

 

 

Ocaso

 

                                                      A un pintor

 

He aquí, pintor, tu espléndido paisaje:

un lago oscuro, ráfagas marinas

empapadas en tintas cremesinas

y en el azul profundo del celaje,

 

un tronco que columpia su ramaje

al soplo de las auras vespertinas,

y manchadas de verde las colinas

y de amarillo el fondo del boscaje;

 

un peñasco de líquenes cubierto;

una faja de tierra iluminada

por el último rayo del sol muerto;

 

y de la tarde al resplandor escaso,

una vela a lo lejos, anegada

en la divina calma del ocaso.

 

 

Pulchérrima dea

 

Del mar de Chipre en la rosada orilla,

blonda, a través de transparente bruma,

aparece flotando entre la espuma

de Citeres la virgen sin mancilla.

 

Es blanca la color de su mejilla

como del cisne de Estrimón la pluma,

viste el fulgor de la Belleza suma

y de las Gracias la expresión sencilla.

 

Extático el Olimpo adora en ella

y se siente feliz. De polo a polo

un himno Pan enamorado entona.

 

Toca en la playa la gentil doncella,

y a su palacio de marfil Apolo

la lleva y cine con triunfal corona.

 

 

Qué enferma y dolorida lontananza...

 

¡Qué enferma y dolorida lontananza!

¡Qué inexorable y hosca la llanura!

Flota en todo el paisaje tal pavura

como si fuera un campo de matanza.

 

Y la sombra que avanza, avanza, avanza,

parece, con su trágica envoltura,

el alma ingente, plena de amargura,

de los que han de morir sin esperanza.

 

Y allí estamos nosotros, oprimidos

por la angustia de todas las pasiones,

bajo el peso de todos los olvidos.

 

En un cielo de plomo el sol ya muerto,

y en nuestros desgarrados corazones

¡El desierto, el desierto... y el desierto!

 

 

Voz interna

 

En las noches tediosas y sombrías

buscan su nido en mi cerebro enfermo,

plegando el ala ensangrentada y rota,

mis antiguos recuerdos.

No vienen como alegres golondrinas

de la rústica iglesia a los aleros,

trayendo de la rubia Primavera

las blandas brisas y los tibios besos.

Vienen, como los pájaros nocturnos,

a acurrucarse huraños y siniestros

de la musgosa tapia en las ruinas

o de la vieja torre entre los huecos.

 

¡Que vengan en buena hora, que no tarden!

¿Por qué no se apresuran? ¡Los espero!...

¡Hace ya tantos años que dormito!

¡Hace ya tanto tiempo!

El negro muro del hendido claustro,

aunque roto y abierto,

aún se mantiene en pie, y en las ojivas

del campanario viejo,

si no hay esquilas que a la misa llamen

al asomar el matinal lucero

o anuncien la oración al campesino

y la hora del regreso

a las muchachas de la azul cisterna,

al pastor y al vaquero;

si ya no hay campanitas que repiquen

del santo titular a los festejos,

hay oquedades hondas y sombrías

que abrigarán en sus oscuros senos

a las lechuzas pardas y siniestras

y a los pájaros negros...

 

 

Y no sabré decirte...

 

Irás por el camino gloriosamente quieta

glosando los perfumes y las cadencias todas,

y en torno de tus ojos lucirá la violeta

y en tu traje la nieve…así como en las bodas.

 

Te besarán las trenzas los hombros soberanos,

los hombros escultóricos de mármoles morenos,

y un beso de crepúsculo habrá sobre tus manos,

y una eclosión de rosas habrá sobre tus senos.

 

Tus labios milagrosos dirán romanzas nuevas

-asombro de los pájaros y amor de los caminos-

y el viento jovialmente dirá: ¿Por qué te llevas

todo lo que de dulce conservo de los trinos?

 

La fiesta de los campos será, por ti, completa:

las voces del arroyo serán, por ti, de plata;

y el cielo habrá de darte su lírica paleta

bañándote en sus tintas como una catarata.

 

Y al ver cómo te nimbas de luz y palideces

vestida con el traje de gala de las flores;

y al ver tus verdes ojos, y al ver que resplandeces

bajo la insigne llama del sol de los amores;

 

y al dejo de fragancias que dejen tus aromas,

y al ver que recibirte me apresto en el sendero...

habrá sobre las almas un vuelo de palomas...

¡y no sabré decirte lo mucho que te quiero!

Tomado de:

http://amediavoz.com/othon.htm

 

 

El ruiseñor

 

Oid la campanita, cómo suena,

el toque del clarín, cómo arrebata,

las quejas en que el viento se desata

y del agua el rodar sobre la arena.

 

Escuchad la amorosa cantilena

de Favonio rendido a Flora ingrata

y la inmensa y divina serenata

que Pan modula en la silvestre avena.

 

Todo eso hay en mis cantos. Me enamora

la noche; de los hombres soy delicia

y paz, y entre los árboles cubierto,

 

sólo yo alcé mi voz consoladora,

como una blanda y celestial caricia,

cuando Jesús agonizó en el huerto.

 

 

La cruz sola

 

Negro el altar, la bóveda desierta,

el resplandor del moribundo día

penetra por la angosta celosía

de la alta nave sobre el muro abierta.

 

Allá en la triste soledad incierta

se levanta la cruz negra y sombría;

Cristo, la inmensa luz que en ella ardía,

descansa ya bajo la losa yerta.

¡Ay!, del mundo en el viaje solitario

una luz nos ayuda en lontananza

a cargar con la cruz hasta el osario.

 

Y cuando al mal el corazón se lanza,

así de nuestra vida en el calvario

queda la cruz y muere la esperanza

 

 

¡Es mi adiós…! Allá vas, bruna y austera…

¡Es mi adiós…! Allá vas, bruna y austera,

por las planicies que el bochorno escalda,

al verberar tu ardiente cabellera,

como una maldición, sobre tu espalda.

 

En mis desolaciones ¿qué te espera?

-ya apenas veo tu arrastrante falda-

una deshojazón de primavera

y una eterna nostalgia de esmeralda.

 

El terremoto humano ha destruido

mi corazón y todo en él expira.

¡Mal hayan el recuerdo y el olvido!

 

Aún te columbro, y ya olvidé tu frente;

sólo, ay, tu espalda miro cual se mira

lo que huye y se aleja eternamente.

Tomado de:

https://escribirte.com.ar/poemas/poemas-de-manuel-jose-othon/

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