martes, 5 de octubre de 2021

POEMAS DE ELVIO ROMERO

 

(Paraguay 1926-2004)


Cabellos

 

Nocturno enmadejado en los destellos

de sueltas ondas y esquivez ligera;

casi fluvial, dormida enredadera,

la espuma boreal de tus cabellos.

 

Bosques de ríos conservando en ellos

frescor de amaneceres bosque afuera,

ramaje desmembrado en la ribera

de luna llena de tus hombros bellos.

 

Región undosa que la luz levanta,

borrasca desceñida en tu garganta

color mazorca virgen de maíz.

 

Nubladas hebras, sombra en movimiento,

rumor sobrecogido que en el viento

fuera a buscar de pronto otro país.

 

De "Un relámpago herido" 1967"

 

 

Canto en el sur

 

Esta noche, en el Sur,

me he mirado en tus ojos.

 

Soy como tú,

de piel morena, oscura, oscura,

con estrellas heridas por adentro

y por fuera sudor, cáscara ruda.

 

Tengo la sangre hirviendo

como un sinuoso trueno derramado;

tengo las manos ásperas

como herramientas duras y soleadas;

tengo los ojos lúbricos

como lúbricas raíces.

 

Esta noche, en el Sur,

me he mirado en tus ojos.

 

Te vi ayer en el Norte;

vi en el Norte lo mismo, el mismo

y primario dolor sobre los cuerpos,

el aguardiente galopando a sorbos

y lo demás lo mismo: el mismo

brazo sudando a contraluz sangrienta,

el mayoral que brama entre los árboles,

los mismos ojos sin calor, la misma

temblorosa epilepsia del sudor,

los mismos exprimidos, los mismos coronados!

 

Esta noche, en el Sur,

me he mirado en tus ojos.

 

Soy como tú,

la misma turbulencia contra el mismo espejismo,

idéntico remanso bajo la misma noche.

 

Conservo el sortilegio

de estas zonas arbóreas que me cercan.

Tengo la risa ronca

y estas anchas tristezas.

 

De piel morena, oscura,

pisando en el calor exasperado.

 

De "Días roturados" 1949

 

 

 

Con tu nombre

 

Por siete lunas me miré en tus fuentes,

catorce en las orillas de vasija anhelante de tu sangre;

dormí en tu piel con infinitas manos

los largos ciclos de inundación del bosque,

diez o veinte en tu red de vespertina fruta agreste y dulce,

no sé cuánto en la rama

fragante de tus brazos

y toda la vida me llené con tu nombre.

 

Rosa del Sur, me dije clavel de la cordillera,

guitarra clara del amor, mujer suave como la lluvia

que a veces llega apenas para tocar las hojas,

tierra de siembra fértil del varón y el arado,

honda como la brisa que despeina el maizal y la distancia,

mi latido es el tuyo, mis ventanas abiertas al rumor de la noche.

 

Si todo mi país, si mi comarca

de taciturna estirpe se despierta en tu aliento,

si el enjambre y la miel, la viga añosa

de la casa, si el azahar del lecho de los enamorados

me acercan a tu piel, si todo late,

si todo vive en ti,

todos mis años, toda mi vida llenaré con tu nombre.

 

De "El viejo fuego" 1977

 

 

El amor

 

Sí,

hoy me he puesto a encender el viejo fuego.

 

El azar y los años

me han llevado a pisar en el sendero

que me ha impuesto el amor, que mi adorada

impuso a mi corazón; ahora vuelvo

al fervor inicial, a esa primera mañana

en que el sol se ha instalado en nuestro pecho.

 

Y así las cosas:

la canción, la plenitud, el deseo

me han alumbrado el rostro, se me han ceñido

como un pañuelo verde sobre el cuello,

y entro en la casa del fervor como antaño,

asombrándome al ver reverdecer los sueños.

 

Es como si hubiesen atizado

a mi sangre el verano, la intemperie, los vientos

cordilleranos, o inundado sus cauces

un enérgico brío de panales repletos,

los brazos encendidos al apretar sus brazos,

las dos manos cargadas de un esplendor secreto.

 

Sí,

porque mi corazón no descansa en la noche,

hoy me he puesto a encender el viejo fuego.

 

De "El viejo fuego" 1977

 

 

El beso

 

Germina un beso puro en nuestro pecho,

un beso que es un poco pan de tierra,

un poco arena y vuelo.

 

El beso es una ráfaga, un sereno

fulgor que se arremansa en la morada,

un masculino aliento.

 

La única perla que en mi alforja llevo,

la única luz que arrebaté a mi sombra,

su único alumbramiento.

 

Es una oscura exhalación, deseo,

un aire tibio que la sangre orea,

un luminoso fuego.

 

Es un activo manantial, un suelto

clavel sonoro entre los labios, agua

de cántaro opulento.

 

Es una alondra enloquecida, en celo,

delirante y nupcial entre las nubes,

levísimo gorjeo.

 

Mujer: hoy dejo este profundo beso,

que ensancha la creación, entre tus faldas,

temblor del firmamento.

 

Por él su peso alivian mis maderos,

por él subo a los árboles, te busco,

por él te pertenezco.

 

Por él la ruta es breve, por él peso

el péndulo de sol que te corona,

pulso un afán de sueño.

 

Por él nacerá el hijo, por él veo

que habrán de prolongarse mis raíces,

mis primarios silencios.

 

Por él mi propia rectitud defiendo,

por él mi descendencia irá sembrando

sus verdes alimentos.

 

Por él bajo a la tierra y la poseo,

por él barajo el alma, un poco arena,

un poco arena y vuelo!

 

De "De cara al corazón" 1961

 

 

 

Fuego primario

 

Mirarte es ver colinas,

mirarte así tendida, detenida y desnuda,

situando planicies de arena en las axilas,

desnuda y dividiendo la blancura caliente de las sábanas,

mirarte es ver que oscuros orígenes te pueblan,

que el aire te enajena por urnas inasibles,

si te miro desnuda...

 

Hay cuestas y hay declives,

hay en tu piel suaves territorios de nubes sensitivas,

hay humos y adherencias de ardorosa madera,

hay una sombra ilesa que escapa del asedio,

si te miro desnuda.

 

Se ve que en tu cintura

se doblan valles que arden con vientos incesantes;

se ve, rosado y táctil, nimbado por rumores,

el hoyo de agua nívea que tu vientre arremansa

como un rosado tiesto de palpitantes flores,

si te miro desnuda.

 

Mirarte es ver colinas,

lluvias que se diluyen respirando en tus pechos,

es embestir un campo de tierras onduladas,

es llegar al origen de la sangre,

es imantarse al golpe

que oscuramente sube de tu boca y tus trenzas,

y es imposible entonces no acosarte y vencerte

con sedientas hogueras.

 

Si te miro desnuda.

 

De "De cara al corazón" 1961

 

 

Huésped

 

Había entrado.

 

               La que más sabe, la que puso el oído

y escuchó atentamente la negación, el pacto,

lo dicho y desdecido; la que vio el cambio

de color de tus labios, precipitarse

lo inesperado, la puesta en pie, la aventura

y el alba, el beso,

la alegría.

 

               La noche había entrado.

 

               La que más sabe.

 

De "Un relámpago herido" 1967"

 

 

 

Mía

 

Vuelvo a ti, Libertad, mi compañera

de todos los momentos en la vida,

clavel entre claveles conmovida

belleza que se acerca en primavera.

 

Yo te tendré conmigo a toda hora,

como a una novia siempre enamorada,

junto a mí, Libertad, mía y amada,

retoño de la luz que el alba dora.

 

Yo me voy a la frontera,

a cantar y a pelear

tú serás mi compañera,

yo, quien te va acompañar.

 

Día a día a tu lado, en tanto vea

que los hombres procuran defenderte,

mientras yo, noche a noche, sueño verte

andando a mi costado, adonde sea.

 

Querida amiga, Libertad, deseo

que seamos los dos como una brasa

compartida, y mi casa sea tu casa,

y mires donde miro y donde veo.

 

Yo no voy a la frontera,

a cantar y a pelear;

tú serás mi compañera,

yo, quien te va acompañar.

 

Te beso, Libertad, porque eres mía,

porque mi afán es solo verte, amarte,

y aunque no he conseguido conquistarte,

no he dejado de buscarte todavía.

 

De "Cantar del caminante" 2007

 

 

 

Siempre

 

Estoy contigo

 

                     cuando levantas la mirada,

                     si eres donaire o jazmín puro

                     en el dolor como en la calma.

 

cuando el sol dora el fondo de tus ojos,

cuando en el alto alcor, tranquila, cantas,

cuando se encienden tu alma y tus cabellos,

                     estoy contigo.

 

Siempre que burles todas las celadas,

siempre que huelas a radiantes frutas,

siempre que me acompañes en la marcha,

                     estoy contigo.

 

                     Si te empapas con el rocío,

                     si te alumbras con el poniente,

                     si te regocija el alba,

                     si permaneces en tu sitio,

                     como una lumbre vencedora,

                     si sales a enfrentar la madrugada,

                     si todo se da en ti, luz de mis ojos,

                     al levantarse airosa de la manta,

                                  estoy contigo.

 

Pero cuando te envuelves con un frío

silencio inútil de intranquilas aguas,

si te enajenas de tu propia dicha,

si el mediodía hiere tus pisadas,

si para darte todo lo que tengo

el fuego herido de mi amor no basta,

si te acercas con rostro ensombrecido,

si desandas las huellas conquistadas,

                       no, no estoy contigo.

 

De "El viejo fuego" 1977

 

 

Sino

 

Nada es lo mismo ya, ni lo será mañana;

apenas la constancia dará el signo que guíe

el día por venir. Y el ahínco de la memoria fiel

que reconstruya y clasifique lo que ya es quemadura

y senda pedregosa desde ahora, desde el instante

en que una lluvia oscura

sopló con un sonido bárbaro en nuestra vida.

 

Y lo sabemos todos. Nada

será ya igual ni semejante al rostro del pasado;

ni nuestro amor, vacío de sostén, ni la mano

de los amigos. No habrá ese ruido

de persianas que bajen impidiendo al verano

su intromisión inevitable. Habrá cambiado

el ritmo de la sangre; otras palabras

pondrán sobre el oído su distinta eufonía.

 

No, no; ya no será la misma

la manera de andar, la introspección al modo

de la quietud ceñida de las horas. Se notará por siempre

en nuestro rostro un viaje

y un aire retraído de máscara olvidada.

Y al no tener el mismo amor, la misma

mano de los amigos,

el ser de aquí o de allá se borrará sin pausa

en una helada comunión con raíces espurias.

 

De "Destierro y atardecer" 1975

 

 

Tus paseos

 

Hoy bajas por la carretera

y yo te escucho cómo cantas;

vuelan pájaros de tus hombros,

vuelan gramillas de tus faldas;

en las colinas de tus senos

se avientan las oscuras gramas,

y se ve en el trasluz del horizonte

que se disipa ya la madrugada.

 

Tú sales a mirar la noche,

a trajinar por las llanadas,

desprendes el cabello al aire

y la humedad se te rezaga

bajo los pies, entre las piedras,

elemental y sofocada,

y yo te aguardo porque sé que traes

los ojos limpios de esperar el alba.

 

Necesitas la noche. Sube

su penumbra por tus espaldas,

tomas olor a los tomillos,

desnuda entre las hierbas agrias,

verdes se quedan tus hoyuelos,

florecen verdes tus pestañas,

y vuelves como un árbol caminante,

como raíz nutrida y fecundada.

 

Por las colinas de tus senos

se avientan las oscuras gramas.

Tú necesitas de la noche,

de los montes y las bajadas.

Pones la mano entre la tierra,

quedas de pronto ensimismada,

y luego vegetal, verde y sereno,

tu rostro se ilumina en la mañana.

 

De "De cara al corazón" 1961

 

 

 

Vacío

 

Doblé lo que era nuestro. Ciertamente

te amé como a ninguna. Destruí cuanto

amaba. Un sueño malo

-de rencores antiguos- oscureció mis frondas.

Titiritero falso, solté todos los hilos que me unían

al eco fiel de tu alma, a tu secreto encanto;

mal leñador, talé ramajes vanos con inútiles golpes;

tiré abajo la casa con la antigua violencia de mi gente

y la perdí, torcí el sendero y lo dejé en la arena

como una carta triste que se arroja en un cesto.

 

Como a ninguna, digo. Un alevoso

viento amargo ha soplado. Esto es el fin

de un largo viaje al esplendor de un beso.

 

Doblé lo que era nuestro.

 

De "Destierro y atardecer" 1975

Tomado de:

http://amediavoz.com/romero.htm

 

Los ayoreos

Los ayoreos sueñan con sus bosques,

Con la Tierra—sin—mal que está escondida

Más allá del palmar y el horizonte,

Con el collar de pluma de sus ritos,

Con los misterios hondos de la noche.

 

(El hombre blanco ha impuesto

Su ley en la comarca;

Le desterré a sus dioses,

Le arrebaté sus máscaras,

Su alba de guacamayos,

Sus confines de caza).

 

Los ayoreos sueñan con sus bosques,

Con la iguana que cruza las picadas

Y el caimán que bosteza por los bordes

Del gran río, en las siestas amarillas,

Cuando el calor arrasa con los montes.

 

(El blanco le ha robado

El venado y la calma,

Las antiguas creencias,

La luz antepasada,

La vincha de fulgores

Y la vara de danzas).

 

Los ayoreos sueñan con sus bosques,

Con el panal de fuego del lucero;

Descifran el lenguaje y los colores

De las aves que cruzan el desierto,

De las serpientes en los camalotes.

 

Mientras el blanco trama su emboscada,

Los ayoreos sueñan con sus bosques.

 

Con ese mismo corazón que cantaba

En memoria de Wilfrido Álvarez, mártir paraguayo.

 

Soñó con un país

Que fuera una corriente

De ríos al andar,

De jazmines la frente,

De granos de maíz

Resonante el cantar.

 

Hoy recuerdo su rostro que tenía

Rasgo de arcilla y tierra del lugar,

Donde hallara el secreto de pulsar

Con el acero de su rebeldía

La cívica guitarra popular.

 

Soñaba con un país

Hermoso, con la camisa bordada

De color nuestro, de lluvias

Nuestras y vastas en las madrugadas;

Iguales surcos quería,

Que todo en el esfuerzo de los hombres cantara.

 

Él decía: —De todos

Será el pan en la tierra

Cuando la tierra sea para todos.

 

Y haya pan para todos.

 

Decía: —En paz sobre la tierra

Descansará el hermano

Cuando se viva en paz sobre la tierra.

 

Y haya paz para todos.

 

Él decía: —¡Qué hermosa

¡La patria libre! ¡Hagamos

¡Libre a la patria hermosa!

 

Soñaba con un país

Claro, fértil, que no oprimiera y sangrara

Como un despojo deshecho, quería

Que en un país de labranzas

Cantasen la sangre, el valle, las cordilleras, los ríos;

Lo soñó así, sin que jamás retirara

Los pasos, la voz, los ojos

De esa intensa lumbrarada.

 

País de sol y azafranes y corazón de guitarras.

 

Varón entero, tenía

Polvo de pueblo en la cara.

Se alzó por los que yacían,

Vistió el sol cada mañana,

Noche a noche alumbró el día,

Día a día tocó el alba,

Sufrió prisión por ser libre,

Llevó luz de casa en casa,

Pidió por los que no piden,

Por otros hirió su entraña.

 

Y si ha partido ahora, vuelve en esa marea

De resolanas altas que golpea con furia y con constancia.

El mediodía claro, vuelve a la clandestina tormenta

De las horas

En que su corazón, puro y vivo, cantaba;

Vuelve a mirar las cosas de los hombres iguales

En orfandad tiránica, en luz torva y hambrienta,

En humildad y orgullo;

Vuelve, vuelve a lo mismo, vuelve a arrojar al rostro dei

Verdugo su cólera,

Su cólera más honda que el odio y la vergüenza

Del verdugo, más inmensa que el gesto del verdugo

Alevoso, vuelve, cabal y entero, como siempre

Volvía (sin que jamás partiera) de ese país que fuera

La imagen de su vida.

 

Vuelve así en esta tarde.

 

Vuelve con la sonrisa

De inocente camino con que incendiaba el día,

Con esa fortaleza de bosque de sus sueños,

Con esos camaradas que son sal de la tierra

Y vuelven, con él vuelven a la región y al tiempo

De redimir la sangre del crimen y el ultraje.

 

Vuelve así en esta tarde, regresa al mediodía,

Vuelve con ese mismo corazón que cantaba.

 

 

En el patio

Estamos caídos en el suelo.

Ya no pisamos con los pies ligeros

La tierra iluminada, su centro iluminado;

No estamos ya, con la velocidad del gamo,

Estremeciendo el pasto de las praderas

Ni el nido de la perdiz.

 

Ni nómadas ni errantes.

Estamos en el suelo,

Sentados,

Sin colgar semillitas en el cuello,

Sin colgar en el cuello flores multicolores.

 

Estamos fijos en el suelo,

Sentados,

Ya con los ojos secos

Sin ver el horizonte,

La mirada agotada de mirar suelo yermo,

Sin otear distancias,

Definitivamente caídos en el suelo.

 

Ya no miramos hacia abajo

El centro de la tierra, el centro de lo que crece,

De las germinaciones, del soplo de las semillas,

No vemos el centro mismo del crecimiento,

El centro llameante

Del crecimiento mismo de la tierra.

 

Estamos condenados

A vernos en el suelo,

A estar sentados en el suelo sin contemplar el centro

Luminoso del cielo,

A estar sentados sin contemplar el firmamento.

 

Ni nómadas ni errantes,

Estamos en el suelo,

Atados a la tierra y condenados

A no mirar el crecimiento.

Tomado de:

https://www.poeticous.com/elvio-romero?locale=es

 

El sombrador caído

(Alberto Candia, una Luz asesinada

por orden de la Sombra).

I

Desde un límite fúnebre nos mira,

desde la niebla inquebrantable y húmeda,

desde un sitio de rotas rosas negras

donde el rosal devora escalofríos,

desde el silencio, desde el fondo

de una casa desierta, sin nada, sólo con sombra y

polvo,

sin nada, sólo con la humedad que le muerde los

huesos.

La tierra lo recibe;

mas no como una gota exterminada, como hojarasca

que a solas cae sin recuerdo alguno, sono como un

mayúsculo

símbolo de la patria violentada;

que lo han metido allí, que lo han clavado

en un cajón a nuestro suelo amargo,

a Alberto, al Hombre,

que andaba con su inmenso amor a cuestas

y a la sombra del pueblo caminaba.

Creció sobre una tierra verdadera.

Su acento era el acento de los ríos, hondura

de un remanso profundo y majestuoso;

su palabra era el pan de los humildes,

y todo él, raíz entre raíces,

piedra de los caminos, gleba y pueblo.

Rumor del pueblo, suma de su hombría.

Pulso de su grandeza y su silencio.

 

Estad atentos siempre

EXILADOS:

Escuchad, paraguayos:

escuchadme vosotros que lleváis las guitarras

errantes en las manos,

cuyas medallas tienen todavía color acometido

de cántaros granates y profundos,

simples varones verdes con el alma en incendio:

grabad en la retina todos los laminados

paisajes de la patria,

pensad que solamente

fijando en la memoria su desazón y escombros,

serés mañana el claro fulgor de su conciencia.

Nadie más que vosotros

sois la medida entera de sus lágrimas;

pensad que tenéis rostros de llanuras y bosques,

que sois el repartido surco de las labranzas,

los redentores barros pisoteados;

pensad que sois los hijos exilados de un árbol,

ya que la patria tiene cuerpo de ramas secas

cuyas hojas batieron los desastres.

Todo está decidido

con la disposición de la fuerza y la lucha;

no hay camino que borre vuestras rojas pisadas,

no hay caballos que olviden vuestra destreza antigua

de jinetes,

labios que no pronuncien el saludo caliente del regreso;

todo depende ahora del rapto agricultor de vuestras

manos,

del avizor sentido que tienen las simientes

y la honradez de vuestros pasos.

Estad siempre de bruces

para esperar mejor a las semillas,

restañando la herida mortal de los arados;

vale la pena atrincherarse un tiempo en las labores

y arrancarle a la patria ese sudario

y levantar los brazos como flores dichosas

que pasan de un entierro a la alegría.

Escuchadme vosotros que lleváis las guitarras

errantes en las manos,

hombres de una cosecha avasallada.

Tomado de:

https://diceelwalter.blogspot.com/2017/07/elvio-romero-poemas.html

 

 

 

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