jueves, 28 de octubre de 2021

POEMAS DE PEDRO GEOFFROY RIVAS

 



Locuramor

 

      Locumaror gritando su batalla

      Desde un cielo sin luz, inexpresado.

      Me creciste de pronto en el costado

      Como una inmensa flor que me avalla.

    

      Una roja tormenta me restalla

      Dentro de cada poro enamorado,

      Me recorre un incendio desatado

      Y un trueno en cada glóbulo me estalla.

    

      Voy a decirte amor hasta los huesos,

      Voy a gritarte amor hasta el olvido.

      Se me quiebra la voz cuando te nombro.

    

      Me alimento soñando con tus besos.

      Y si sólo fue un sueño lo vivido

      Quiero vivir del sueño de tu asombro.

 

Tutecotzimit

 

 

      Bronce para campanas, tu nombre caudaloso        

      Me llega desde el fondo de los siglos, tu fuerte  

      Mano franca y abierta, tu mirar luminoso          

      Aclarando los duros caminos de la muerte.        

                                                        

      Bajando de quien sabe altísmos rosales,          

      Tu recuerdo perfuma mi esperanzado asombro.      

      Tu voz, llena del fresco rumor de los maizales,  

      Le prestará su acento al canto en que te nombro.  

                                                        

      Padre de la amistad, viejo oscuro y hermoso,      

      Que un día derribaste de su trono al odioso      

      Cuauhmíchin, el tirano que traicionó la fe,      

                                                        

      Es preciso que vuelvas: en cruentas bacanales,    

      Modernos Cuauhmíchines ofrendan macehuales      

      En el ara sangrienta del gran dios del café.

 

 

Vida, pasión y muerte del anti-hombre (v)

      Vivíamos sobre una base falsa,

      Cabalgando en el vértice de un asqueroso mundo de mentiras,

      Trepados en andamios ilusorios,

      Fabricando castillos en el aire,

      Inflamando vanas pompas de jabón,

      Desarticulando sueños.

    

      Y mientras,

      Otros amasaban con sangre nuestro pan,

      Otros tendían con manos dolorosas nuestro lecho engreído

      Y sudaban para nosotros la leche que sus hijos no tuvieron nunca.

    

      Ah, mi vida de antes sin mayor objeto

      Que cantar, cantar, cantar,

      Como cualquier canario de solterona beata.

      Ah, mis veinticinco años tirados a la calle.

      Veinticinco años podridos que a nadie le sirvieron de nada.

    

      Pobrecito poeta que era yo, burgués y bueno.

      Espermatozoide de abogado con clientela.

      Oruga de terrateniente con grandes cafetales y millares de esclavos.

      Embrión de gran señor, violador de mengalas y de morenas siervas

                                                                              

      Campesinas.

    

      Y me he muerto en la flor de los años y a media carcajada de la vida,

      Cuando era una promesa para varias familias

      Y una clara esperanza para dos o tres patrias.

      (¿Cuántas niñas cloróticas lloraron sobre esta mi muerte sin sentido?)

      (¿Cuántos borrachos repitieron entre hipos mis inútiles versos?)

      (¿Cuántos curas rezaron por el descanso eterno del alma que no tuve?)

    

      Y descendí también a los infiernos.

    

      He visto al hombre desnudo y tembloroso

      Purificarse en llamas de miseria.

      He visto al hombre en toda su terrible verdad,

      En su espantosa y sublime verdad,

      Revolcarse en los lodos de las más cruentas y salvadoras objeciones,

      Empinarse en los inicuos pedestales de las más íntimas y dolorosas

                                                                               

              Bajezas

      Y surgir transparente de los fuegos de su propia recriminación.

    

      Y también me levanté de entre los muertos.

    

      Violento, desatado,

      Como un huracán recién parido,

      Colgado de mi angustia,

      Despeñado en mis ímpetus,

      Con los ojos cuajados de asombro y la palabra apenas murmurada

      Dejando todavía acre sabor de sangre entre los labios,

      Cargado con el enorme peso de la respuesta única,

      Ardido en los crisoles de hondos regocijos,

      Resurrecto en la alegría fecunda y madrugada

      Que puso en mi cariño dos radiosas auroras proletarias.

      Y el camino fue ancho y la luz fue más viva.

 

Un poquito de muerte

 

 

      Has llegado a mi vida                                

      Con un siglo de retraso.                              

                                                            

      Precisamente cuando nadie podía ya salvarme.           

      (La última nave la quemé una noche,                  

      hace ya mucho tiempo,                                

      junto al puerto de una mujer dormida).                

                                                            

      Sin embargo mujer,                                    

      Faro y abismo,                                        

      Gracias te doy por la bondad obrada,                  

      Por la hora de luz y el minuto de vórtice.            

                                                            

      Toma un pedazo de alma                                

      De estos que voy dejando como quien da retratos.      

                                                            

      Cuando me vaya                                        

      Con el triste bagaje de pupilas                      

      Que me miraron silenciosamente,                      

      Tú también sentirás,                                  

      Como las otras,                                      

      Un poquito de muerte en el recuerdo.

Tomado de:

http://www.poemaspoetas.com/pedro-geoffroy-rivas

 

La búsqueda

 

Yo no encuentro la letra deseada

para mi canción,

ni encuentro los ojos que llevo

en el corazón.

 

Cuando escucho un canto me digo:

esa es mi canción.

Cuando veo unos ojos exclamo:

los del corazón.

 

Pero pasa el canto y se van los ojos

y aún siento en el alma vibrar la canción

y siento como arden dos negras estrellas

en el corazón.

Tomado de:

http://poesiabreve-briefpoetry.com/pedrorivas.html

 

CREACIÓN DEL HOMBRE

 

 

Del sagrado connubio de Xochipili y Xochiquetzal

nació un portentoso niño.

 

Y dijeron los Dioses:

“Daremos a la tierra este cuerpo divino

para que en ella sea fruto y flor de prodigios”.

 

Extendieron el cuerpo tierno y fresco

Por el monte y los valles.

 

El cabello se volvió blanco algodón.

De sus orejas brotaron dos árboles floridos.

Su nariz se convirtió en el chían.

Sus dedos se tornaron camotes.

Sus diez uñas dieron origen al maíz.

El resto del cuerpo se transformó en mil frutos.

 

Los Dioses lo llamaron cinteotl,

el que forja alimentos.

 

Y dijeron los Dioses:

“Hemos de crear al hombre”.

 

Cada uno de ellos recogió cuatro granos de maíz amarillo,

cuatro granos de negro,

cuatro granos del rojo,

cuatro granos del blanco.

 

Cuatro veces durante cuatro días

recogieron maíz los cuatro Dioses.

 

Enseguida molieron y amasaron los granos

y con la blanda pulpa conformaron un cuerpo.

 

Durante cuatro días lo expusieron al sol.

 

El quinto día,

el jaguar de la noche lo recontó en su espejo

y el murciélago rojo lo cubrió con su manto.

 

El sexto,

vino el Águila y acarició su frente.

 

El séptimo,

el Lagarto sopló sobre su boca.

 

Se irguió entonces el hombre

y comenzó a caminar sobre la Tierra.

Tomado de:

http://laberintodeltorogoz.blogspot.com/2010/10/creacion-del-hombre-pedro-geoffroy.html

 

Nostalgia de mujer

 

Nada me queda ajeno a tu presencia

porque todo lo abarcas en tu límite

debajo del gozoso milagro de tu piel

 

Los ternísimos metales que te habitan

y tu sangre, erizada de amapolas me preguntan a gritos por el lobo

que duerme desesperado en el fondo de mis uñas

y por el duro arcángel que preside mi sueño sin fatiga.

 

Tus cabellos me preguntan sus luciérnagas

cuando a mi lado inalterable y quieta,

ves pasar a lo lejos una cuidad en busca de habitantes

y un lento cementerio que pregona sus muertos

y reclama un oscuro cascabel y un pedazo de luna

para encender sus fuegos fantasmales.

 

Y nada te responde sino la minuciosa espiga

en que grana mi afán por adorarte.

Sola en el tiempo, sola y desolada

sin estatua ni abeja ni agua levantándote,

sin nada que no sean tus jugos esenciales,

tu devorada almendra, tus espadas tenaces

y la apagada lámpara en que vives

desde que no eras tú ni me buscabas.

Tomado de:

https://exegesisypoesia.wordpress.com/tag/pedro-geoffroy-rivas/

 

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