sábado, 30 de octubre de 2021

POEMAS DE MIGUEL HERNÁNDEZ CELEBRANDO SU NATALICIO

 



 

Las cárceles

 

I

 

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,

van por la tenebrosa vía de los juzgados:

buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,

lo absorben, se lo tragan.

 

No se ve, que se escucha la pena de metal,

el sollozo del hierro que atropellan y escupen:

el llanto de la espada puesta sobre los jueces

de cemento fangoso.

 

Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,

el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,

el casco de los odios y de las esperanzas,

fabrican, tejen, hunden.

 

Cuando están las perdices más roncas y acopladas,

y el azul amoroso de las fuerzas expansivas,

un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,

húmedamente negro.

 

Se da contra las piedras la libertad, el día,

el paso galopante de un hombre, la cabeza,

la boca con espuma, con decisión de espuma,

la libertad, un hombre.

 

Un hombre que cosecha y arroja todo el viento

desde su corazón donde crece un plumaje:

un hombre que es el mismo dentro de cada frío,

de cada calabozo.

 

Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,

y destroza sus alas como un rayo amarrado,

y estremece las rejas, y se clava los dientes

en los dientes del trueno.

 

II

 

Aquí no se pelea por un buey desmayado,

sino por un caballo que ve pudrir sus crines,

y siente sus galopes debajo de los cascos

pudrirse airadamente.

 

Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,

y desencadenad el corazón del mundo,

y detened las fauces de las voraces cárceles

donde el sol retrocede.

 

La libertad se pudre desplumada en la lengua

de quienes son sus siervos más que sus poseedores.

Romped esas cadenas, y las otras que escucho

detrás de esos esclavos.

 

Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,

su rincón, su cadena, no la de los demás.

Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,

enmohecen, se arrastran.

 

Son los encadenados por siempre desde siempre.

Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:

sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra

como si yo estuviera.

 

Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.

Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.

Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:

no le atarás el alma.

 

Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.

Hierros venenosos, cálidos, sanguíneos eslabones,

nudos que no rechacen a los nudos siguientes

humanamente atados.

 

Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,

tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.

Porque un pueblo ha gritado, ¡libertad!, vuela el cielo.

Y las cárceles vuelan.

 

Niño yuntero

 

Carne de yugo, ha nacido

más humillado que bello,

con el cuello perseguido

por el yugo para el cuello.

 

Nace, como la herramienta,

a los golpes destinado,

de una tierra descontenta

y un insatisfecho arado.

 

Entre estiércol puro y vivo

de vacas, trae a la vida

un alma color de olivo

vieja ya y encallecida.

 

Empieza a vivir, y empieza

a morir de punta a punta

levantando la corteza

de su madre con la yunta.

 

Empieza a sentir, y siente

la vida como una guerra

y a dar fatigosamente

en los huesos de la tierra.

 

Contar sus años no sabe,

y ya sabe que el sudor

es una corona grave

de sal para el labrador.

 

Trabaja, y mientras trabaja

masculinamente serio,

se unge de lluvia y se alhaja

de carne de cementerio.

 

A fuerza de golpes, fuerte,

y a fuerza de sol, bruñido,

con una ambición de muerte

despedaza un pan reñido.

 

Cada nuevo día es

más raíz, menos criatura,

que escucha bajo sus pies

la voz de la sepultura.

 

Y como raíz se hunde

en la tierra lentamente

para que la tierra inunde

de paz y panes su frente.

 

Me duele este niño hambriento

como una grandiosa espina,

y su vivir ceniciento

resuelve mi alma de encina.

 

Lo veo arar los rastrojos,

y devorar un mendrugo,

y declarar con los ojos

que por qué es carne de yugo.

 

Me da su arado en el pecho,

y su vida en la garganta,

y sufro viendo el barbecho

tan grande bajo su planta.

 

¿Quién salvará a este chiquillo

menor que un grano de avena?

¿De dónde saldrá el martillo

verdugo de esta cadena?

 

Que salga del corazón

de los hombres jornaleros,

que antes de ser hombres son

y han sido niños yunteros.

 

Para la libertad

 

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.

Para la libertad, mis ojos y mis manos,

como un árbol carnal, generoso y cautivo,

doy a los cirujanos.

 

Para la libertad siento más corazones

que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,

y entro en los hospitales, y entro en los algodones

como en las azucenas.

 

Para la libertad me desprendo a balazos

de los que han revolcado su estatua por el lodo.

Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,

de mi casa, de todo.

 

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,

ella pondrá dos piedras de futura mirada

y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan

en la carne talada.

 

Retoñarán aladas de savia sin otoño

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño:

porque aún tengo la vida.

 

Vientos del pueblo me llevan

 

Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me aventan la garganta.

 

Los bueyes doblan la frente,

impotentemente mansa,

delante de los castigos:

los leones la levantan

y al mismo tiempo castigan

con su clamorosa zarpa.

 

No soy un de pueblo de bueyes,

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes

en los páramos de España.

 

¿Quién habló de echar un yugo

sobre el cuello de esta raza?

¿Quién ha puesto al huracán

jamás ni yugos ni trabas,

ni quién al rayo detuvo

prisionero en una jaula?

 

Asturianos de braveza,

vascos de piedra blindada,

valencianos de alegría

y castellanos de alma,

labrados como la tierra

y airosos como las alas;

andaluces de relámpagos,

nacidos entre guitarras

y forjados en los yunques

torrenciales de las lágrimas;

extremeños de centeno,

gallegos de lluvia y calma,

catalanes de firmeza,

aragoneses de casta,

murcianos de dinamita

frutalmente propagada,

leoneses, navarros, dueños

del hambre, el sudor y el hacha,

reyes de la minería,

señores de la labranza,

hombres que entre las raíces,

como raíces gallardas,

vais de la vida a la muerte,

vais de la nada a la nada:

yugos os quieren poner

gentes de la hierba mala,

yugos que habéis de dejar

rotos sobre sus espaldas.

 

Crepúsculo de los bueyes

está despuntando el alba.

 

Los bueyes mueren vestidos

de humildad y olor de cuadra;

las águilas, los leones

y los toros de arrogancia,

y detrás de ellos, el cielo

ni se enturbia ni se acaba.

La agonía de los bueyes

tiene pequeña la cara,

la del animal varón

toda la creación agranda.

 

Si me muero, que me muera

con la cabeza muy alta.

Muerto y veinte veces muerto,

la boca contra la grama,

tendré apretados los dientes

y decidida la barba.

 

Cantando espero a la muerte,

que hay ruiseñores que cantan

encima de los fusiles

y en medio de las batallas.

 

Después del amor

 

No pudimos ser. La tierra

no pudo tanto. No somos

cuanto se propuso el sol

en un anhelo remoto.

Un pie se acerca a lo claro.

En lo oscuro insiste el otro.

Porque el amor no es perpetuo

en nadie, ni en mí tampoco.

El odio aguarda su instante

dentro del carbón más hondo.

Rojo es el odio y nutrido.

 

El amor, pálido y solo.

 

Cansado de odiar, te amo.

Cansado de amar, te odio.

 

Llueve tiempo, llueve tiempo.

Y un día triste entre todos,

triste por toda la tierra,

triste desde mí hasta el lobo,

dormimos y despertamos

con un tigre entre los ojos.

 

Piedras, hombres como piedras,

duros y plenos de encono,

chocan en el aire, donde

chocan las piedras de pronto.

 

Soledades que hoy rechazan

y ayer juntaban sus rostros.

Soledades que en el beso

guardan el rugido sordo.

Soledades para siempre.

Soledades sin apoyo.

 

Cuerpos como un mar voraz,

entrechocado, furioso.

 

Solitariamente atados

por el amor, por el odio.

Por las venas surgen hombres,

cruzan las ciudades, torvos.

 

En el corazón arraiga

solitariamente todo.

Huellas sin compaña quedan

como en el agua, en el fondo.

 

Sólo una voz, a lo lejos,

siempre a lo lejos la oigo,

acompaña y hace ir

igual que el cuello a los hombros.

 

Sólo una voz me arrebata

este armazón espinoso

de vello retrocedido

y erizado que me pongo.

 

Los secos vientos no pueden

secar los mares jugosos.

Y el corazón permanece

fresco en su cárcel de agosto

porque esa voz es el arma

más tierna de los arroyos:

 

«Miguel: me acuerdo de ti

después del sol y del polvo,

antes de la misma luna,

tumba de un sueño amoroso».

 

Amor: aleja mi ser

de sus primeros escombros,

y edificándome, dicta

una verdad como un soplo.

 

Después del amor, la tierra.

Después de la tierra, todo.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/mejores-poemas-de-miguel-hernandez-seleccion/

 

Llamo a la juventud

 

Sangre que no se desborda,

juventud que no se atreve,

ni es sangre, ni es juventud,

ni relucen, ni florecen.

Cuerpos que nacen vencidos,

vencidos y grises mueren:

vienen con la edad de un siglo,

y son viejos cuando vienen.

 

No quiso ser

 

No conoció el encuentro

del hombre y la mujer.

El amoroso vello

no pudo florecer.

 

Detuvo sus sentidos

negándose a saber

y descendieron diáfanos

ante el amanecer.

 

Vio turbio su mañana

y se quedó en su ayer.

 

No quiso ser.

 

Canción última

 

Pintada, no vacía:

pintada está mi casa

del color de las grandes

pasiones y desgracias.

 

Regresará del llanto

adonde fue llevada

con su desierta mesa

con su ruinosa cama.

 

Florecerán los besos

sobre las almohadas.

Y en torno de los cuerpos

elevará la sábana

su intensa enredadera

nocturna, perfumada.

 

El odio se amortigua

detrás de la ventana.

 

Será la garra suave.

 

Dejadme la esperanza.

Tomado de:

https://www.lavanguardia.com/cultura/20191030/471291454919/poemas-destacados-miguel-hernandez-109-anos-nacimiento-orihuela.html

 

 

TRISTES GUERRAS

 

Tristes guerras

 

si no es amor la empresa.

 

Tristes, tristes.

 

Tristes armas

 

si no son las palabras.

 

Tristes, tristes.

 

Tristes hombres

 

si no mueren de amores.

 

Tristes, tristes.

 

JORNALEROS

 

Jornaleros que habéis cobrado en plomo

 

sufrimientos, trabajos y dineros.

 

cuerpos de sometido y alto lomo:

 

jornaleros.

 

Españoles que España habéis ganado

 

labrándola entre lluvias y entre soles.

 

Rabadanes del hambre y del arado:

 

españoles.

 

Esta España que, nunca satisfecha

 

de malograr la flor de la cizaña,

 

de una cosecha pasa a otra cosecha:

 

esta España.

 

ESCRIBÍ EN EL ARENAL

 

Escribí en el arenal

 

los tres nombres de la vida:

 

vida, muerte, amor.

 

Una ráfaga de mar,

 

tantas claras veces ida,

 

vino y los borró.

 

 

Besarse, mujer

 

Besarse, mujer,

al sol, es besarnos

en toda la vida.

 

Ascienden los labios

eléctricamente

vibrantes los rayos,

con todo el fulgor

de un sol entre cuatro.

 

Besarse a la luna,

mujer, es besarnos

en toda la muerte.

 

Descienden los labios

con toda la luna

pidiendo su ocaso,

gastada y helada

y en cuatro pedazos.

 

 

Todo está lleno de ti

 

Todo está lleno de ti,

y todo de mí está lleno:

llenas están las ciudades,

igual que los cementerios

de ti, por todas las casas,

de mí, por todos los cuerpos.

Por las calles voy dejando

algo que voy recogiendo:

pedazos de vida mía

venidos desde muy lejos.

 

Voy alado a la agonía,

arrastrándome me veo

en el umbral, en el fondo

latente del nacimiento.

 

Todo está lleno de mí:

de algo que es tuyo y recuerdo

perdido, pero encontrado

alguna vez, algún tiempo.

 

Tiempo que se queda atrás

decididamente negro,

indeleblemente rojo,

dorado sobre tu cuerpo.

 

Todo está lleno de ti,

traspasado de tu pelo:

de algo que no he conseguido

y que busco entre tus huesos.

 

El rayo que no cesa

 

¿No cesará este rayo que me habita

el corazón de exasperadas fieras

y de fraguas coléricas y herreras

donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará esta terca estalactita

de cultivar sus duras cabelleras

como espadas y rígidas hogueras

hacia mi corazón que muge y grita?

Tomado de:

https://laotrapoesia.com/verso/poemas-miguel-hernandez/

 

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