jueves, 21 de octubre de 2021

POEMAS DE GIORGOS VAFOPULOS

 


(Gevgelija, Strumica, 1903 - Salonicco 1996)


Edificio

 

En este edificio nuestros muertos

no se limitan a roncar. Tienen el privilegio

de renacer, de amar y de volver a morir.

 

Cada tarde suben en el ascensor, como los justos

suben camino del juicio ante Dios.

Y cada mañana bajan de nuevo, a incinerarse

en el horno de la caldera del edificio.

 

Por esto nuestro edificio emana un olor tan fuerte:

es el hedor que proviene de la cocina

de la muerte cotidiana. No de la otra.

Esa desprende un aroma excelso.

Tomado de:

https://elcultural.com/cinco-poemas-griegos

 

SABOR DE MUERTE

Que estudies la muerte en los libros

es un ejercicio de estudio en un seminario.

Que midas sus golpes en las sienes de los hombres

sólo supone una acción de aritmética.

La muerte no existe ni en las guerras,

ni en el veneno, ni en los estiletes.

Ni en los lechos nocturnos de los hospitales.

Existe en la mecha encendida

que, sólo en tus canales secretos,

avanza con paso lento desde aquel primer día.

Si pudieras sentir este paso,

tendrías la gracia del único sabor de la muerte.

Pero no sentirás la explosión.

Porque verías entonces que lo que llaman muerte

lleva tu propio rostro en su rostro.

Su extenso puerto con numerosos barcos,

que hienden las corrientes indiferentes del Mediterráneo

y que la tormenta que zumba por el ruido de los marineros,

quede suspendida en tu pensamiento como imagen fugitiva.

Sin embargo, intenta bastante, en el torbellino de tu sueño,

retener la imagen de dos ojos maravillosos

que, con agonía, por las rejas de la ventana cerrada,

acompañaron tus pasos por el húmedo enladrillado.

Intenta retener esa visión viva,

porque vale más que mil vidas inútiles

la muerte bajo la sombra de dos ojos dulces.

 

LA NOCHE

Cuando dé la medianoche, no te apresures

a abrir la ventana. A esa hora

los hombres vuelven a casa desde los teatros

y las vírgenes hacen el amor en esquinas oscuras.

Cuando dé la medianoche, no es noche.

Los orgullosos uniformes de los generales bailan

y los fracs de los cargos oficiales se encorvan

ante florecientes muselinas vacías.

Cuando dé la medianoche, es de día.

Y tus ojos no resisten semejante luz

y ni siquiera los rostros luminosos de los hombres.

Debes tener mucha paciencia. Y, cuando te convenzas

de que todo se guardó en los roperos, que las melodías

se enrollaron a dormir entre los instrumentos,

abre la ventana con cuidado y mira

la luz de las estrellas: es otra luz. O recibe

el bofetón de la tormenta: es otro bofetón.

Y si, de pronto, tu ojo distingue

cierta sombra en la densa oscuridad:

un ladrón, que rompe el quiosco;

una madre, que espera a su hijo borracho;

un médico, que sale de la casa del muerto,

no te apresures a cerrar la ventana.

Lo que viste no es un hombre.

Es el fantasma de la inmensa noche,

que llaman pecado, amor o necesidad.

Que busca refugio a esa hora.

Inclínate a ese pozo de oscuridad

que se mide con la profundidad de tu conciencia,

y da tu mano al fantasma de la noche.

Y, después, vuelve a cerrar despacio la ventana

antes de que los hombres abran sus propias ventanas.

Tomado de:

https://hecatepoesia.wordpress.com/poesia-grieja/

 

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