PLEGARIA DE UN PEQUEÑO NIÑO NEGRO
Señor
estoy muy cansado
he nacido cansado.
Y he andado mucho desde el canto del gallo
y la colina que lleva a su escuela es muy alta.
Señor ya no quiero ir a su escuela;
haga, le suplico, que ya no vaya más.
Quiero seguir a mi padre a las cañadas frescas
cuando la noche flota aún en el misterio del bosque
donde se asoman los espíritus que el alba espanta.
Quiero ir descalzo por los senderos quemados
que rodean los estanques sedientos al mediodía.
Quiero dormir mi siesta al pie de los mangos frondosos
quiero despertar
cuando a lo lejos ruge la sirena de los blancos
y la fábrica
que se alza entre el océano de cañas
vomita en los campos su negro equipaje.
Señor ya no quiero ir a su escuela;
haga, le suplico, que no vaya más.
Ellos dicen que un niño negro debe ir
para que se vuelva igual
que los señores de la ciudad,
como la gente de bien;
Pero yo no quiero ser como dicen
un señor de la ciudad, una gente de bien.
Prefiero pasear por los ingenios donde están los costales
repletos
inflados con el azúcar moreno del mismo color de mi piel
morena.
Prefiero, a la hora en que la luna amorosa
murmura al oído de las agachadas palmeras,
escuchar lo que dice en la noche
la voz quebrada de un viejo que cuenta fumando
las historias de Zamba y del compadre Lapin
y muchas cosas más
que no están en sus libros.
Los negros, sabe usted, no han hecho más que trabajar duro
¿Por qué, además, hay que aprender en libros
que nos hablan de cosas que no son de aquí?
Y luego, es de veras bien triste su escuela
triste como
esos señores de la ciudad
esos hombres de bien
que ya no saben bailar en la noche al claro de luna,
que ya no saben caminar sobre la planta de sus pies,
que ya no saben contar cuentos en las noches
Señor, ya no quiero ir a su escuela.
Tomado de:
https://irradiacion.com.mx/plegaria-de-un-pequeno-nino-negro-de-guy-de-tirolien/
Credo
Yo también tengo mi credo de bolsillo
pero no lo vayan a repetir a los vientos charlatanes
ni a la muchedumbre que pasa
se reirían de vosotros en la cara
creo
que el sol es un huevo de luz
puesto por la noche
que la oración recae en lluvia de frutas
en la cesta de las manos ofrecidas
que las estrellas son ánimas que arden
que la Tierra es una naranja para la sed de Dios
que la flor trepa a las ventanas
para consolar al niño que llora
que la piedra es un árbol
que no quiso crecer
que la bondad es aquel país al cual uno sólo llega
después de dejar todo su equipaje
en la aduana del dolor
que uno más uno son uno
hasta en las luchas del placer
que el perfume del sacrificio
alimenta las flores del arte
y que de tanto amor
mañana amanecerá otra vez.
África, mi hermoso mito
África mi hermoso sueño mi negrita salvaje
tu sexo dulce-crespo tu sabor a almendra fresca
el agua viva de tu risa (y es para florear en ella
mi verbo anémico) te busco por todas partes
debajo del áspero vellón de nuestras hermanas de ojos
verdes
en el cucurrucucú de la paloma torcaz de nuestras islas
(un saxófono allí
sangra a altura de luna)
en el tantán oculto de mi canto que se rompe
(pues en Alabama
es la hora en que la fragancia de las agujas de pinos
se mezclan con el humo de la carne cocida del negro)
te busco por todas partes
o mi hermoso sueño asesinado
mi rosa negra crucificada
mi hierba para elefante siempre resucitando
debajo de la ciega pezuña de los búfalos despreocupados…
-Silencio, amigo, mira:
Un sol bermejo allá lejos sale en Angola.
Y ya nuestras manos, nuestras manos sangrientas,
nuestras manos oscuras y luminosas,
se buscan a la luz de los incendios liberadores.
Traducción de Noel Alonso Ginoris
Oración de un niño negro
Señor estoy muy cansado
Nací cansado
Y he caminado mucho desde que el gallo cantó
Y es alto el morro que conduce a la escuela de ellos,
Haz, por favor, que ya no vaya más.
Quiero ir con mi padre a las barrancas frescas
Cuando flota aún la noche en el misterio de los bosques
Donde se deslizan los espíritus que el alba ahuyenta
Quiero irme descalzo por los rojos senderos
Quemados por las llamas del mediodía
Quiero dormir mi siesta al pie de los pesados mangos
Me quiero despertar
Cuando muge a lo lejos la sirena de los blancos
Cuando la Fábrica
Por sobre el océano de cañas
Anclada como un barco
Vomita sobre el campo su tripulación negra
Señor, no quiero ir más a la escuela de ellos
Haz, por favor, que ya no vaya más.
Andan diciendo que un negrito debe ir
Para que se haga igual
Que los señores de la ciudad
Que los señores de bien.
Pero yo no quiero
Ser, como dicen,
Un señor de la ciudad
Un señor de bien.
Prefiero vagabundear por los ingenios
Donde hay sacos atiborrados
Hinchados de un azúcar tan morena como mi piel
Prefiero hacia la hora en que la luna enamorada
Hablar bajo al oído de las palmeras inclinadas
Escuchar lo que dice la noche
La voz rota de un viejo que cuenta mientras fuma
Las historias de Zamba y el compadre Conejo
Y muchas cosas más
Que no están en los libros.
Los negros, ya sabéis, demasiado han trabajado
Por qué tienen encima que aprender en unos libros
Que nos hablan de cosas que no son de esta tierra
Y además es demasiado triste de veras su escuela
Triste como
Esos señores de la ciudad
Esos señores bien
Que ya no saben bailar por la noche a la luz de la luna
Que ya no saben caminar sobre la carne de sus pies
Que ya no saben contar los cuentos en las veladas
Señor, no quiero ir más a la escuela de ellos.
Traducción de Noel Alonso Ginoris
El alma del negro país
Tus pechos de satén negro rollizos y lucientes
Tus brazos flexibles y largos cuya tersura ondula
esa blanca sonrisa
de los ojos
en la sombra del rostro
despierta en mí esta noche
los ritmos sordos
el palmear de manos
las lentas melopeas
con que allá en el país de Guinea se embriagan
nuestras hermanas
negras y desnudas
y hacen alzarse en mí
esta noche
crepúsculos negros cargados de sensual emoción
el alma del negro país donde duermen los antepasados
vive y habla
esta noche
en la fuerza inquieta a lo largo de tu lomo hueco
en el ritmo indolente de un andar orgulloso
que deja cuando marchas
en el rastro de tus pasos
la fiera llamada de las noches
que dilata y que llena
la inmensa pulsación de los tam-tam febriles
pues
en tu voz sobre todo
tu voz con timbre nostálgico
tu voz que se acuerda
vibra y llora
esta noche
el alma del negro país donde duermen los antepasados.
Traducción de Tomás Segovia
Night Club
Sobre la pista desierta donde gira con lentitud
una pareja hierática,
dos guitarras vierten, eléctricas,
una lluvia de piezas de oro que nadie recoge.
Hago la selección de mis riquezas: ay, primo
la laguna de tus ojos,
no me tiraré en ella;
segundo
el banjo de tu voz
que no oiré;
tercio,
el fuego vivo de las joyas sobre la seda de tu piel
no lo tocaré.
No antes de que empiece dentro de poco
la danza sangrienta de los cuchillos
en tu alto pecho de emperatriz bantú
después de solo dos o tres copas
de ese ron azogue
que hace flamear, muy alta en este momento,
la llama breve de tu belleza.
Vestida de neón verde, otra muchacha me espera
avanzando, ya con un pie en las nubes
sobre la vertiente nocturna
de mi rutina vertical: Esperanza.
Traducción de Noel Alonso Ginoris
Mayo de 1967
Eran quince, según cuentan. Veinte quizás. O tal vez
cincuenta.
Nunca se supo. O vosotros
a quienes mataron dos veces,
¿quién pues os conoció?
Ibais a reclamar en el nombre de Dios y de los principios,
a reclamar vuestro derecho,
en el nombre de Dios y de los principios
en el nombre del Padre, del Hijo, en el nombre del Espíritu
Santo,
en el nombre del Mariscal,
en el nombre del General,
en el nombre de la moral…
Fue entonces cuando ladraron las ametralladoras.
Bailadores fulminados en medio del ballet, vuestras bocas,
se cerraron brutalmente bajo una mordaza
de barro ensangrentado.
Y se crisparon vuestras manos callosas
sobre los guijarros calientes de las balas.
Vuestros nombres que no anotó nadie
¿servirán algún día de santo y seña a los pájaros de las
tempestades?
Vuestra sangre
¿acaso chamuscará, por las noches de rebelión,
en la llama roja
de las rosas Cayena?
¿Y hará falta, mientras tanto, que se le pinche el ojo al
sol
y que rompamos nuestras guitarras?
Digo, camaradas, que pese a las radios amnésicas
y al silencio de los periódicos,
digo que
si grito Karukera
vuestras voces responderán,
vuestras voces repicarán, allá lejos, poco antes
de despuntar el alba:
¡bacanales de campanas
un sábado de Gloria!
–
–
A
la memoria de Albert Reville (alias Paul Niger)
–
Renuncio a cantarte, camarada. Pero, más allá de la muerte
y por intermedio de Saint-John Perse, nuestro maestro de elección y el más
grande de todos, proseguimos el diálogo que cada uno de nuestros encuentros
reanudaba con la piedad de un rito.
–
Yo
preludiaba entonces en voz baja:
–
«Y no es que un hombre no esté triste, pero levantándose de
madrugada y manteniéndose con prudencia en el comercio de un viejo árbol,
apoyado del mentón a la última estrella, él ve en el fondo del cielo en ayunas
grandes cosas puras que tiran al placer».
–
A
lo que, haciendo eco, tú respondías:
–
«De mi hermano el poeta se recibió noticias. Volvió a
escribir una cosa muy dulce. Y algunos tuvieron conocimiento de ella…»
–
–
Poemas extraídos de los libros Feuilles Vivantes au Matin,
de G. Tirolien, y de Identidades, poesía negra de América Latina.
Tomado de:
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