viernes, 5 de mayo de 2023

POEMAS DE GUY DE TIROLIEN



PLEGARIA DE UN PEQUEÑO NIÑO NEGRO

 

Señor

estoy muy cansado

he nacido cansado.

Y he andado mucho desde el canto del gallo

y la colina que lleva a su escuela es muy alta.

 

Señor ya no quiero ir a su escuela;

haga, le suplico, que ya no vaya más.

 

Quiero seguir a mi padre a las cañadas frescas

cuando la noche flota aún en el misterio del bosque

donde se asoman los espíritus que el alba espanta.

Quiero ir descalzo por los senderos quemados

que rodean los estanques sedientos al mediodía.

 

Quiero dormir mi siesta al pie de los mangos frondosos

quiero despertar

cuando a lo lejos ruge la sirena de los blancos

y la fábrica

que se alza entre el océano de cañas

vomita en los campos su negro equipaje.

 

Señor ya no quiero ir a su escuela;

haga, le suplico, que no vaya más.

 

Ellos dicen que un niño negro debe ir

para que se vuelva igual

que los señores de la ciudad,

como la gente de bien;

Pero yo no quiero ser como dicen

un señor de la ciudad, una gente de bien.

 

Prefiero pasear por los ingenios donde están los costales repletos

inflados con el azúcar moreno del mismo color de mi piel morena.

 

Prefiero, a la hora en que la luna amorosa

murmura al oído de las agachadas palmeras,

escuchar lo que dice en la noche

la voz quebrada de un viejo que cuenta fumando

las historias de Zamba y del compadre Lapin

y muchas cosas más

que no están en sus libros.

 

Los negros, sabe usted, no han hecho más que trabajar duro

¿Por qué, además, hay que aprender en libros

que nos hablan de cosas que no son de aquí?

 

Y luego, es de veras bien triste su escuela

triste como

esos señores de la ciudad

esos hombres de bien

que ya no saben bailar en la noche al claro de luna,

que ya no saben caminar sobre la planta de sus pies,

que ya no saben contar cuentos en las noches

Señor, ya no quiero ir a su escuela.

Tomado de:

https://irradiacion.com.mx/plegaria-de-un-pequeno-nino-negro-de-guy-de-tirolien/

 

 

Credo

 

Yo también tengo mi credo de bolsillo

pero no lo vayan a repetir a los vientos charlatanes

ni a la muchedumbre que pasa

se reirían de vosotros en la cara

creo

que el sol es un huevo de luz

puesto por la noche

que la oración recae en lluvia de frutas

en la cesta de las manos ofrecidas

que las estrellas son ánimas que arden

que la Tierra es una naranja para la sed de Dios

que la flor trepa a las ventanas

para consolar al niño que llora

que la piedra es un árbol

que no quiso crecer

que la bondad es aquel país al cual uno sólo llega

después de dejar todo su equipaje

en la aduana del dolor

que uno más uno son uno

hasta en las luchas del placer

que el perfume del sacrificio

alimenta las flores del arte

y que de tanto amor

mañana amanecerá otra vez.

 

 

África, mi hermoso mito

 

África mi hermoso sueño mi negrita salvaje

tu sexo dulce-crespo tu sabor a almendra fresca

el agua viva de tu risa (y es para florear en ella

mi verbo anémico) te busco por todas partes

 

debajo del áspero vellón de nuestras hermanas de ojos verdes

en el cucurrucucú de la paloma torcaz de nuestras islas

(un saxófono allí

sangra a altura de luna)

en el tantán oculto de mi canto que se rompe

(pues en Alabama

es la hora en que la fragancia de las agujas de pinos

se mezclan con el humo de la carne cocida del negro)

te busco por todas partes

o mi hermoso sueño asesinado

mi rosa negra crucificada

mi hierba para elefante siempre resucitando

debajo de la ciega pezuña de los búfalos despreocupados…

 

-Silencio, amigo, mira:

Un sol bermejo allá lejos sale en Angola.

Y ya nuestras manos, nuestras manos sangrientas,

nuestras manos oscuras y luminosas,

se buscan a la luz de los incendios liberadores.

 

 

 

Traducción de Noel Alonso Ginoris

 

 

Oración de un niño negro

 

Señor estoy muy cansado

Nací cansado

Y he caminado mucho desde que el gallo cantó

Y es alto el morro que conduce a la escuela de ellos,

Haz, por favor, que ya no vaya más.

Quiero ir con mi padre a las barrancas frescas

Cuando flota aún la noche en el misterio de los bosques

Donde se deslizan los espíritus que el alba ahuyenta

Quiero irme descalzo por los rojos senderos

Quemados por las llamas del mediodía

Quiero dormir mi siesta al pie de los pesados mangos

Me quiero despertar

Cuando muge a lo lejos la sirena de los blancos

Cuando la Fábrica

Por sobre el océano de cañas

Anclada como un barco

Vomita sobre el campo su tripulación negra

Señor, no quiero ir más a la escuela de ellos

Haz, por favor, que ya no vaya más.

Andan diciendo que un negrito debe ir

Para que se haga igual

Que los señores de la ciudad

Que los señores de bien.

Pero yo no quiero

Ser, como dicen,

Un señor de la ciudad

Un señor de bien.

Prefiero vagabundear por los ingenios

Donde hay sacos atiborrados

Hinchados de un azúcar tan morena como mi piel

Prefiero hacia la hora en que la luna enamorada

Hablar bajo al oído de las palmeras inclinadas

Escuchar lo que dice la noche

La voz rota de un viejo que cuenta mientras fuma

Las historias de Zamba y el compadre Conejo

Y muchas cosas más

Que no están en los libros.

Los negros, ya sabéis, demasiado han trabajado

Por qué tienen encima que aprender en unos libros

Que nos hablan de cosas que no son de esta tierra

Y además es demasiado triste de veras su escuela

Triste como

Esos señores de la ciudad

Esos señores bien

Que ya no saben bailar por la noche a la luz de la luna

Que ya no saben caminar sobre la carne de sus pies

Que ya no saben contar los cuentos en las veladas

Señor, no quiero ir más a la escuela de ellos.

 

 

 

Traducción de Noel Alonso Ginoris

 

 

El alma del negro país

 

Tus pechos de satén negro rollizos y lucientes

Tus brazos flexibles y largos cuya tersura ondula

esa blanca sonrisa

de los ojos

en la sombra del rostro

despierta en mí esta noche

los ritmos sordos

el palmear de manos

las lentas melopeas

con que allá en el país de Guinea se embriagan

nuestras hermanas

negras y desnudas

y hacen alzarse en mí

esta noche

crepúsculos negros cargados de sensual emoción

el alma del negro país donde duermen los antepasados

vive y habla

esta noche

en la fuerza inquieta a lo largo de tu lomo hueco

en el ritmo indolente de un andar orgulloso

que deja cuando marchas

en el rastro de tus pasos

la fiera llamada de las noches

que dilata y que llena

la inmensa pulsación de los tam-tam febriles

pues

en tu voz sobre todo

tu voz con timbre nostálgico

tu voz que se acuerda

vibra y llora

esta noche

el alma del negro país donde duermen los antepasados.

 

 

 

Traducción de Tomás Segovia

 

 

Night Club

 

Sobre la pista desierta donde gira con lentitud

una pareja hierática,

dos guitarras vierten, eléctricas,

una lluvia de piezas de oro que nadie recoge.

 

Hago la selección de mis riquezas: ay, primo

la laguna de tus ojos,

no me tiraré en ella;

segundo

el banjo de tu voz

que no oiré;

tercio,

el fuego vivo de las joyas sobre la seda de tu piel

no lo tocaré.

 

No antes de que empiece dentro de poco

la danza sangrienta de los cuchillos

en tu alto pecho de emperatriz bantú

después de solo dos o tres copas

de ese ron azogue

que hace flamear, muy alta en este momento,

la llama breve de tu belleza.

 

Vestida de neón verde, otra muchacha me espera

avanzando, ya con un pie en las nubes

sobre la vertiente nocturna

de mi rutina vertical: Esperanza.

 

Traducción de Noel Alonso Ginoris

 

 

Mayo de 1967

 

Eran quince, según cuentan. Veinte quizás. O tal vez cincuenta.

Nunca se supo. O vosotros

a quienes mataron dos veces,

¿quién pues os conoció?

 

Ibais a reclamar en el nombre de Dios y de los principios,

a reclamar vuestro derecho,

en el nombre de Dios y de los principios

en el nombre del Padre, del Hijo, en el nombre del Espíritu Santo,

en el nombre del Mariscal,

en el nombre del General,

en el nombre de la moral…

 

Fue entonces cuando ladraron las ametralladoras.

 

Bailadores fulminados en medio del ballet, vuestras bocas,

se cerraron brutalmente bajo una mordaza

de barro ensangrentado.

Y se crisparon vuestras manos callosas

sobre los guijarros calientes de las balas.

 

Vuestros nombres que no anotó nadie

¿servirán algún día de santo y seña a los pájaros de las

tempestades?

 

Vuestra sangre

¿acaso chamuscará, por las noches de rebelión,

en la llama roja

de las rosas Cayena?

¿Y hará falta, mientras tanto, que se le pinche el ojo al sol

y que rompamos nuestras guitarras?

 

Digo, camaradas, que pese a las radios amnésicas

y al silencio de los periódicos,

digo que

si grito Karukera

vuestras voces responderán,

vuestras voces repicarán, allá lejos, poco antes

de despuntar el alba:

¡bacanales de campanas

un sábado de Gloria!

 

 

 

A la memoria de Albert Reville (alias Paul Niger)

 

Renuncio a cantarte, camarada. Pero, más allá de la muerte y por intermedio de Saint-John Perse, nuestro maestro de elección y el más grande de todos, proseguimos el diálogo que cada uno de nuestros encuentros reanudaba con la piedad de un rito.

 

 

Yo preludiaba entonces en voz baja:

 

 

«Y no es que un hombre no esté triste, pero levantándose de madrugada y manteniéndose con prudencia en el comercio de un viejo árbol, apoyado del mentón a la última estrella, él ve en el fondo del cielo en ayunas grandes cosas puras que tiran al placer».

 

 

A lo que, haciendo eco, tú respondías:

 

 

«De mi hermano el poeta se recibió noticias. Volvió a escribir una cosa muy dulce. Y algunos tuvieron conocimiento de ella…»

 

 

Poemas extraídos de los libros Feuilles Vivantes au Matin, de G. Tirolien, y de Identidades, poesía negra de América Latina.

Tomado de:

https://laexperienciadelalibertad.wordpress.com/2019/08/21/la-intermitencia-de-la-distancia-guy-tirolien/

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