¡QUIÉN PUDIERA VIVIR SIEMPRE SOÑANDO!
Es la existencia un cielo,
cuando el alma soñando embelesada,
con amoroso anhelo,
en los ángeles fija su mirada.
¡Feliz el alma que a la tierra olvida
para vivir gozando!
¡Quién pudiera olvidarse de la vida!
¡Quién pudiera vivir siempre soñando!
En esa estrecha y mísera morada
es un sueño engañoso la alegría;
la gloria es humo y nada
y el más ardiente amor gloria de un día.
Afán eterno al corazón destroza
cuando los sueños ¡ay! nos van dejando.
Sólo el que sueña goza.
¡Quién pudiera vivir siempre soñando!
De su misión se olvidan las mujeres,
los hombres viven en perpetua guerra;
no hay amistad, ni dicha, ni placeres;
todo es mentira ya sobre la tierra.
Suspira el corazón inútilmente . . .
la existencia que voy atravesando
es hermosa entre sueños solamente.
¡Quién pudiera vivir siempre soñando!
Sin mirar el semblante a la tristeza,
pasé de la niñez a la dulce aurora,
contemplando entre sueños la belleza
de ardiente juventud fascinadora.
Pero ¡ay! se disipó mi sueño hermoso,
y desde entonces siempre estoy llorando
porque sólo el que sueña es venturoso.
¡Quién pudiera vivir siempre soñando!
EL VALLE DE MI INFANCIA
Salud, ¡oh valle hermoso!
Albergue de placer, donde dichoso
entre sueños espléndidos de amores,
vi deslizarse un día,
cual se desliza el agua entre las flores,
los dulces años de la infancia mía.
Valle umbroso, salud: hoy el viajero
tu abrigo lisonjero
busca ansioso con ávida mirada,
bendice la quietud de tus vergeles,
y reclina su frente ensangrentada
a la sombra feliz de tus laureles.
Aquí esta la montaña, allí está el río;
allá del bosque umbrío
la silenciosa majestad se admira;
allí el lago retrata el firmamento;
la fuente, más allá, lenta suspira,
y agitando los sauces gime el viento.
Allí la cruz está donde, inspirado,
el bien del desgraciado
imploraba con místico cariño,
elevando a los cíelos mis plegarias,
y estas agrestes rocas solitarias
las mismas son que amé cuando era niño.
Pero es otro el rocío, otra la brisa
que hoy el abril te da con su sonrisa;
otras las rosas son de encanto llenas
que brillan entre el césped de tu alfombra,
y otras, y otras también las azucenas
que crecen a tu sombra.
Cual las olas que pasan suspirando
los años van pasando;
un instante con flores se embellecen,
un punto brilla su fulgor mentido,
y al fin se desvanecen
en las oscuras sombras del olvido.
¿En dónde están ahora aquellas rosas
tan puras, tan hermosas?...
Están, ¡oh valle!, donde está la calma
de aquellos bellos días tan risueños;
en donde está mi amor, gloria del alma,
y en donde están también mis dulces sueños.
Yo era feliz aquí; yo me adormía
en plácida alegría,
por la dulce inocencia acariciado,
sin más amor que tú, sin otro anhelo
que amar tus flores y cruzar tu prado,
cantar tus fuentes y mirar tu cielo.
Una tarde las aves se alejaban,
y al ver como volaban,
sentí el alma agitarse en ansias locas
y quise, como el águila atrevida,
cruzar las selvas, dominar las rocas,
y aspirar otro ambiente y otra vida:
Y al huracán seguí; y al ver el mundo
sentí en el corazón horror profundo;
anhelé las tranquilas soledades
donde feliz reía,
y sentí que mi espíritu oprimía
la atmósfera letal de las ciudades.
Gozo y placer busqué, gloria y ventura;
y sólo hallé amargura,
inquietudes y afán, tedio y congojas;
del viento del dolor al soplo ardiente,
cual de tus bellos árboles las hojas,
se secó la guirnalda de mi frente.
En vano allí busqué la dulce calma
y el casto amor del alma:
sólo en la multitud con mis pesares
me confundí gimiendo,
y apagóse perdido entre el estruendo
el tímido rumor de mis cantares.
Esquivando el furor de la tormenta,
cual ave voy que el huracán ahuyenta,
y ansioso busco ahora
en tu silencio plácido y tranquilo,
el apacible asilo
donde al menos en paz el alma llora.
También, ¡oh valle!, a marchitar tus galas
la airada tempestad tiende sus alas;
tus flores huella y con furor se agita
marchitando sus vívidos colores...
¡Dichosas esas flores
que el huracán marchita!
Lejos contemplo ya la infancia mía,
y muy lejos la tumba todavía;
oculto afán me mata,
mi destino en la tierra es muy incierto,
y lúgubre a mi vista se dilata
inmenso el porvenir como un desierto.
Sin oír una voz dulce y querida,
solo estoy en el valle de la vida,
cual el ciprés doliente
que en eterno abandono se consume,
sin guirnaldas de hiedras en su frente,
sin que le dé una flor grato perfume.
Nadie piensa en mi amor, nadie me mira,
nadie por mí suspira;
tan sólo la tristeza con mis dolores gime,
y entre sus brazos trémula me oprime
y reclina en su seno mi cabeza.
El alma ardiente que en mi afán seguía
dulce hermana inmortal del alma mía,
me niega su ternura,
y sin oír mi queja,
insensible a mi amarga desventura,
sin enjugar mis lágrimas se aleja.
Ya que en vano la llamo cariñoso
para cruzar con ella el bosque umbroso,
para contarle amante mi querella
y dividir con ella mi alegría,
para soñar con ella
esta sombra de amor que dura un día.
A lo mejor gozar el alma quiere
en el sueño ideal que nunca muere,
del infinito anhelo
en que Dios le revela su destino,
la esperanza feliz del bien divino
con que existen las almas en el cielo.
Aquí morir quisiera
al rumor de tu brisa lisonjera;
pero ¡ay! delirio, mi ansiedad es vana
y el soplo sigo del destino airado...
¡Quién sabe en dónde me hallaré mañana!
¡Quién sabe en dónde moriré ignorado!
Queda en paz, dulce valle, umbroso asilo,
donde existe tranquilo,
plácido albergue de mi amor primero.
Ya va el sol ocultando sus fulgores,
y adiós te dice el infeliz viajero
empapando en sus lágrimas tus flores.
EL RATONCILLO IGNORANTE
Un ratoncito pequeño,
sin malicia todavía,
al despertar de su sueño,
se sentó en su cuarto un día.
Delante del agujero
sentado un gatito estaba
y con tono zalamero
así al ratoncito hablaba:
—Sal, querido ratoncillo,
que te quiero acariciar,
te traigo un dulce exquisito
que te voy a regalar.
—Tengo un azúcar muy buena,
miel y nueces deliciosas...
si sales, a boca llena
podrás comer de mil cosas.
El ratoncillo ignorante
del agujero salió;
y don gato en el instante
a mi ratón devoró.
A ELVIRA
I
Cuando tú me abandonas; cuando espero
Pensar en ti para dejar de amarte;
Cuando espero pensar en olvidarte,
Sólo pienso en lo mucho que te quiero.
¡Ay! en vano juzgándote severo
Maldecirte pretendo, que al nombrarte,
El triste acento que del alma parte
Sólo murmura que por ti me muero.
Aunque digo que quiero aborrecerte,
Es mi amor más inmenso cada día,
Y no puedo, aunque quiero, no quererte;
Olvidarte no puedo todavía,
Y aunque cierre los ojos por no verte,
Te sigo viendo en la memoria mía.
II
Cuando el duro decreto de la suerte
Te arrancó de mi lado, Elvira mía,
Venturoso cual nunca me creía
Con la sola esperanza de perderte.
Prometí, sin pensarlo, que la muerte
Más bien que tus desprecios sufriría,
Juré sin vacilar que olvidaría,
Juré sin vacilar aborrecerte.
Pero al volverte á ver siempre tan bella,
Los propósitos todos acabaron,
Y en pos corrí de tu adorada huella;
Ante tí mis rodillas se doblaron,
Murmuré suspirando mi querella,
Y en tus ojos mis ojos se clavaron.
A MI MADRE
Hace tiempo que triste, sollozando,
La inquieta vida con afán devoro;
Hace tiempo que vivo suspirando,
Y que doliente, cuando canto, lloro.
Distantes ya mis esperanzas bellas
No le mandan al alma sus fulgores;
Ya en mi oscuro horizonte no hay estrellas,
Y en mi triste camino ya no hay flores.
Pensando siempre en la ilusión perdida
Perpetuo afán dentro del alma siento;
Ya me abruma el cansancio de la vida
No tengo ya ni de llorar aliento.
Pero hoy pensando en tu cariño amante
De la suerte desprecio los enojos,
Para ver á lo menos un instante
Brillar la dicha en tus cansados ojos.
Yo sé que tu alma la esperanza siente
Escuchando mis vagas armonías,
Y tus penas aduerme dulcemente
El flébil son de las canciones mías.
Con un dulce y amante sentimiento,
Conmovido levanto mis cantares;
Porque quiero que goces un momento,
Porque quiero que olvides tus pesares.
¡Oh! si pudiera yo de tu camino
Apartar para siempre los dolores,
Y hacer que un astro de esplendor divino
Tu existencia llenara de colores;
¡Con cuánta dicha en apacible calma,
Convirtiera tus horas de quebranto! . . .
Pero solo con lágrimas del alma
Pagarte puedo tu cariño santo.
En vano siempre sin cesar aspiro
A llenar tu existencia de alegría;
Pues siempre triste suspirar te miro
Sin poder evitarlo, madre mía.
Desde el instante que la luz del cielo
Mis ojos vieron por la vez primera,
Huyó la dicha en agitado vuelo
Y la tristeza fue tu compañera.
Siempre ha sido mi dicha tu ventura;
Siempre he sido tu espíritu y tu aliento;
Tu existencia he llenado de amargura;
Mas tu amor no ha cambiado ni un momento.
Tu amor es puro cual lo son las flores;
Que el amor de una madre, siempre toma
De la luz de los cielos sus colores,
Del mismo Dios su celestial aroma.
Aún recuerdo con gratos embelesos
Las dulces horas de la dulce infancia,
Y aún parece que bebo de tus besos
La dulce miel y la inmortal fragancia.
Yo recuerdo que triste me veías,
Al darme abrazos con ternura inquieta,
¡Tal vez entonces contemplar creías
Mi corona de mártir y poeta!
Después, la infausta juventud graciosa
Vi llegar con su séquito de amores,
Derramando en mi vida cariñosa
Su placer, y sus risas, y sus flores.
Corrí al mirarla por su amor llevado
En su seno buscando la alegría,
Y desde entonces ¡ay! nunca he dejado
De llorar un instante, madre mía.
En su lucha perpetua las pasiones
Me llenaron de angustia hora tras hora;
Y agostando mis bellas ilusiones
Llegó la tempestad desoladora.
Huyó de entonces el reposo blando,
La dulce dicha me negó su abrigo,
Se alejó mi esperanza suspirando
Y el tedio vino á caminar conmigo.
Del amor anhelando la ventura,
Ceñirme quise las brillantes galas;
Pero ingrato esquivando mi ternura
Cobijarme no quiso con sus alas.
En vano siempre desolado y triste,
De entonces ¡ay! mi corazón suspira:
El amor en la tierra ya no existe,
Su esperanza y su gloria son mentira
Luchando en vano con la suerte varia
Viví soñando en esperanzas locas,
Como el ave que gime solitaria
En las áridas cumbres de las rocas.
Cuando en triste y amargo desaliento,
Morir mirando la esperanza mía
Exhalaba mi lúgubre lamento,
Sólo el viento á mis ayes respondía.
Mis dolores entonces tú miraste,
Me viste el corazón hecho pedazos,
Y con triste sonrisa me llevaste
A llorar mis pesares en tus brazos.
Nunca tuve un amargo sufrimiento
Ni lloré de la suerte los enojos,
Que no oyera en tus labios un lamento,
Que no viera una lágrima en tus ojos.
Cuando un funesto y desgraciado día,
Cansada ya de padecer el alma,
Partir ansiosa de su hogar quería
En otras playas á buscar la calma;
Contemplando mi lóbrega existencia
Y mis penas mirando tristemente,
Más bien quisiste lamentar mi ausencia
Que verme padecer eternamente.
Al ver mi afán y mi profundo duelo,
Perder quisiste tu feliz reposo,
Llorar quisiste sin hallar consuelo
Por mirarme un instante venturoso.
Y yo entre tanto que por mí llorabas
He vivido soñando un imposible;
Mientras tú mis pesares lamentabas
He vivido mirándote insensible.
No me culpes empero, madre mía,
Que al cruzar presuroso mi camino
Tu pesar aumentando, yo cumplía
Los caprichos del bárbaro destino.
Nunca pienses que olvido tus dolores,
Jamás ¡oh madre! que te olvide esperes;
Daré mi vida porque tú no llores,
Pues yo te quiero como tú me quieres.
Y aunque el hado insensible á mi agonía
De ti me aparte con furor violento,
Donde quiera que me halle, madre mía.
Tendrá una nota para ti mi acento.
Suspiraré por ti perpetuamente
Mientras me dé su luz la vida inquieta,
Y dejaré al morir, sobre tu frente,
Mi corona de mártir y poeta.
TASSO
La vida atravesó como extranjero
Del placer conociendo la mentira;
Cantando el himno que el amor inspira,
El amor cuanto amargo lisonjero.
Mucho tiempo humillado y prisionero,
Del odio del poder sufrió la ira;
Y con su inmenso amor y con su lira
Asombro fue del universo entero.
Mirando Italia su inmortal historia,
Al fin un día su injusticia advierte,
Y del genio celebra la victoria;
Pero ¡ay! adversa se mostró la suerte
Y puso Italia su laurel de gloria
Sobre el helado polvo de la muerte.
Tomado de:
https://poemas.yavendras.com/jose-rosas-moreno/
La vuelta de la aldea
Ya el sol oculta su radiosa frente;
melancólico brilla en occidente
su
tímido esplendor;
ya en las selvas la noche inquieta vaga
y entre las brisas lánguido se apaga
el último cantar del ruiseñor.
¡Cuánto gozo escuchando embelesado
ese tímido acento apasionado
que en
mi niñez oí!
Al ver de lejos la arboleda umbrosa
¿cuál recuerdo, en la tarde silenciosa,
la dicha que perdí!
Aquí al son de las aguas bullidoras,
de mi dulce niñez las dulces horas
dichoso
vi pasar,
y aquí mil veces, al morir el día
vine amante después de mi alegría
dulces sueños de amor a recordar.
Ese sauce, esa fuente, esa enramada,
de una efímera gloria ya eclipsada
mudos
testigos son:
cada árbol, cada flor, guarda una historia
de amor y de placer, cuya memoria
entristece y halaga el corazón.
Aquí está la montaña, allí está el río;
a mi vista se extiende el bosque umbrío
donde
mi dicha fue.
¡Cuántas veces aquí con mis pesares
vine a exhalar de amor tristes cantares!
¡Cuánto
de amor lloré!
Acá la calle solitaria; en ella
de mi paso en los céspedes la huella
el
tiempo ya borró.
Allá la casa donde entrar solía
de mi padre en la dulce compañía.
¡Y hoy entro en su recinto sólo yo!
Desde esa fuente, por la vez primera,
una hermosa mañana, la ribera
a Laura
vi cruzar,
y de aquella arboleda en la espesura,
una tarde de mayo, con ternura
una pálida flor me dio al pasar.
Todo era entonces para mí risueño;
mas la dicha en la vida es sólo un sueño,
y un
sueño fue mi amor.
Cual eclipsa una nube al rey del día,
la desgracia eclipsó la dicha mía
en su
primer fulgor.
Desatóse estruendoso el torbellino,
al fin airado me arrojó el destino
de mi
natal ciudad.
Así cuando es feliz entre sus flores
¡ay! del nido en que canta sus amores
arroja al ruiseñor la tempestad.
Errante y sin amor siempre he vivido;
siempre errante en las sombras del olvido...
¡Cuan
desgraciado soy!
Mas la suerte conmigo es hoy piadosa;
ha escuchado mi queja, cariñosa,
y aquí
otra vez estoy.
No sé, ni espero, ni ambiciono nada;
triste suspira el alma destrozada
sus
ilusiones ya:
mañana alumbrará la selva umbría
la luz del nuevo sol, y la alegría
¡jamás al corazón alumbrará!
Cual hoy, la tarde en que partí doliente,
triste el sol derramaba en occidente
su
moribunda luz:
suspiraba la brisa en la laguna
y alumbraban los rayos de la luna
la
solitaria cruz.
Tranquilo el río reflejaba al cielo,
y una nube pasaba en blando vuelo
cual
pasa la ilusión;
cantaba el labrador en su cabaña,
y el eco repetía en la montaña
la misteriosa voz de la oración.
Aquí está la montaña, allí está el río...
Mas ¿dónde está mi fe? ¿Dónde, Dios mío,
dónde
mi amor está?
Volvieron al vergel brisas y flores,
volvieron otra vez los ruiseñores...
Mi amor
no volverá.
¿De qué me sirven, en mi amargo duelo,
de los bosques los lirios, y del cielo
el
mágico arrebol;
el rumor de los céfiros suaves
y el armonioso canto de las aves,
si ha muerto ya de mi esperanza el sol?
Del arroyo en las márgenes umbrías
no miro ahora, como en otros días,
a Laura
sonreír.
¡Ay! En vano la busco, en vano lloro;
ardiente en vano su piedad imploro:
¡jamás
ha de venir!
Tomado de:
http://www.poemaspoetas.com/jose-rosas-moreno/la-vuelta-de-la-aldea
El diamante
Triste, opaco sin brillar
un diamante no pulido,
encontrábase perdido
en el valle del Palmar.
Viole un joyero al pasar
y a su taller le llevó;
cuidadoso le labró
y hermoso entonces, luciente,
magnífico y esplendente,
la luz del sol reflejó.
Así el hombre no educado
cual piedra desconocida,
suele encontrarse en la vida
triste, sin luz, despreciado;
Mas si a estudiar consagrado,
busca el saber con anhelo,
tórnase en dicha su duelo;
La educación lo embellece,
y en su alma que resplandece
refleja el azul del cielo.
Tomado de:
http://rescateliterario-literatura.blogspot.com/2010/12/jose-rosas-moreno-el-diamante.html
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