"Imágenes para Crusoe":
1. Las campanas
Anciano de manos
desnudas
repuesto entre
los hombres, ¡Crusoe!
llorabas,
imagino, cuando desde las torres de la
Abadía, como un flujo, se derramaba el sollozo de
las campanas sobre la Ciudad...
¡Oh Despojado!
Llorabas
recordando los rompientes bajo La luna;
los silbos de más distantes riberas; las músicas extrañas
que nacían y se asordaban bajo el ala cerrada de la noche,
semejantes a los
encadenados círculos que son las
ondas de una concha, a la amplificación de clamores bajo
la mar.
* * * * *
2. El muro
El lienzo de muro
está enfrente, para conjurar el círculo de tu sueño.
Pero la imagen
lanza su grito.
La cabeza contra
una oreja del sillón grasiento, exploras tus dientes
con tu lengua: el sabor de las grasas y las salsas infecta
tus encías,
y sueñas con las nubes puras sobre tu isla, cuando el alba
verde
crece lúcida en el seno de las aguas misteriosas.
Es el sudor de
las savias en exilio, la suarda amarga de las plantas silicuosas,
la insinuación acre de los manglares carnosos y la ácida
delicia
de una negra sustancia en las vainas.
Es la miel
silvestre de las hormigas en las galerías del árbol muerto.
Es un sabor de
fruto verde que acidula el alba que bebes:
el aire lechoso enriquecido con la sal de los alisios...
¡Alegría!, ¡oh
alegría desatada en las alturas del cielo!
Las telas puras
resplandecen, los invisibles atrios están sembrados de hierbas
y las verdes delicias del suelo se pintan al siglo de un
largo día.
* * * * *
3.La ciudad
La pizarra cubre sus
techos, o bien la teja en que vegetan los musgos.
Su aliento se vierte por el tiro de las chimeneas.
¡Grasas!
¡Olor de los
hombres urgidos, como de un soso matadero!,
¡agrios cuerpos
de las mujeres bajo las faldas!
¡Oh ciudad contra
el cielo
Grasas, aspirados alientos, y el vaho de un pueblo
contaminado
-pues toda ciudad se ciñe de inmundicia.
Sobre la lumbrera
del tenderete -sobre los cubos de basura del hospicio
-sobre el olor de vino azul del barrio de los marineros
-sobre la fuente que solloza en los patios de la policía
-sobre las estatuas de piedra mohosa y sobre los perros
vagabundos
-sobre el chiquillo que silba, y el mendigo cuyas mejillas
tiemblan
en la cavidad de las mandíbulas,
sobre la gata enferma que tiene tres pliegues en la
frente,
la noche desciende, entre el vaho de los hombres...
-La Ciudad por el
río mana hacia el mar como un absceso...
¡Crusoe! Esta
noche, cerca de tu Isla, el cielo que se aproxima loará al mar,
y el silencio multiplicará la exclamación de los astros
solitarios.
Corre las
cortinas; no enciendas:
Es la noche sobre
tu Isla y en su contorno, aquí y allá,
dondequiera se curva el impecable vaso del mar;
es la noche color de párpados, sobre los caminos
entretejidos del cielo y del mar.
Todo es salado,
todo es viscoso y pesado como la vida de los plasmas.
El pájaro se arrulla en su pluma, bajo un sueño aceitoso;
el fruto vano, sordo de insectos cae en el agua de las
caletas, cavando su ruido.
La isla se
adormece entre el circo de vastas aguas,
lavada por cálidas corrientes y grasas lechadas,
en la frecuentación de légamos suntuosos.
Bajo los
manglares que lo fecundan, lentos peces entre el cieno
han descargado burbujas de su cabeza chata; y otros que
son lentos,
manchados como reptiles, velan. -Los légamos son
fecundados.
-Oye chasquear a las huecas bestias en sus conchas.
-Sobre un trozo del cielo verde hay un humo apresurado
que es el enmarañado vuelo de los mosquitos.
-Los grillos bajo las hojas se llaman dulcemente. - Y
otras bestias que son dulces,
atentas a la noche, cantan un canto más puro que el
anuncio de las lluvias:
es la deglución de dos perlas hinchando su gollete
amarillo...
¡Vagido de las
aguas girantes y luminosas!
¡Corolas, bocas
de moaré: el duelo que apunta y se ensancha!
Son grandes flores móviles en viaje, flores vivientes para
siempre,
y que no cesarán de crecer por el mundo...
¡Oh el color de
las brisas circulando sobre las aguas calmas,
las palmas de las
palmeras que se menean!
Y ni un lejano ladrido
de perro que signifique la choza;
que signifique la choza y el humo de la tarde
y las tres piedras negras bajo el olor de pimiento.
Pero los murciélagos cortan la noche blanda con pequeños
gritos.
¡Alegría! ¡oh
alegría desatada en las alturas del cielo!
... ¡Crusoe!,
¡estás ahí! y tu rostro se ofrece a los signos de la noche,
como una invertida palma de la mano.
* * * * *
4.Viernes
¡Risas bajo el
sol,
marfil genuflexiones tímidas, las manos en las cosas de la
tierra...
¡Viernes!, ¡qué
verde era la hoja, y qué nueva tu sombra,
las manos tan largas hacia la tierra cuando, cerca del
hombre taciturno,
meneabas bajo la luz la azul corriente de tus miembros!
-Ahora te han
obsequiado un rojo andrajo.
Bebes el aceite de las lámparas y robas en la despensa;
deseas las faldas de la cocinera que es gorda y olorosa
pescado;
miras en el cobre de tu librea tus ojos que se han hecho
embusteros
y tu risa, viciosa.
* * * * *
5.El loro
Este es otro.
Un marino
tartamudo lo había dado a la vieja que lo venció.
Está sobre el rellano, cerca de la lumbrera, allí donde se
mezcla al negror
la sucia bruma del día color de callejón.
Con un doble
grito, a la noche, te saluda, Crusoe,
cuando, subiendo de las letrinas del patio,
abres la puerta del pasillo y levantas ante ti el astro
precario de tu lámpara.
Vuelve su cabeza para volver su mirada.
Hombre de la lámpara, ¿qué quieres de él?...
Miras el ojo redondo bajo el polen averiado del párpado;
miras el segundo círculo como un anillo de muerta savia.
Y la pluma enferma se remoja en el acuoso excremento.
¡Oh miseria!
Apaga tu lámpara, El pájaro lanza su grito.
* * * * *
6.El parasol de piel de cabra
Está entre el
olor agrio del polvo, bajo el alero del granero.
Está bajo una mesa de tres patas: está entre la caja de
arena para la gata
y el tonel desaherrojado en que se hacina la pluma.
* * * * *
7.El arco
Ante los silbos
del hogar, transido bajo tu hopalanda floreada,
miras ondular las dulces aletas de la llama.
-Pero un chasquido agrieta la cantante sombra: es tu arco,
guindado,
que se rompe. Y se abre a todo lo largo de su fibra
secreta,
como la vaina muerta en las manos del árbol guerrero.
* * * * *
8.La semilla
En una maceta la
enterraste: la purpúrea semilla
adherida a tu traje de piel de cabra.
Y no ha
germinado.
* * * * *
9.El libro
Y qué queja
entonces en boca del lar, una noche
de largas lluvias en marcha hacia la ciudad, removía
en tu corazón el oscuro nacimiento del lenguaje:
"...De un
luminoso exilio -y más lejano ya que la rodante tempestad
-¿cómo guardar las vías, ¡oh Señor!, que me habíais
entregado?
"...¿Sólo me
dejarás esta confusión de la noche,
después de haberme, en un tan largo día, nutrido con la
sal de tu soledad,
"testigo de
tus silencios, de tu sombra y de tus grandes gritos? "
-Así te quejabas,
en la confusión de la noche.
Pero bajo la oscura ventana, ante el lienzo de muro
frontero,
cuando no podías resucitar el esplendor perdido,
abriendo el
Libro,
paseabas un
desgastado dedo por sobre las profecías,
y luego, fija la mirada en el espacio, esperabas el
instante de la partida,
el levantarse del gran viento que te desellaría de un
golpe,
como un tifón, partiendo las nubes ante la espera de tus
ojos.
Versión de Jorge Zalamea Borda
Tomado de:
http://amediavoz.com/perse.htm
PARA CELEBRAR UNA INFANCIA
¡Palmeras…!
Entonces te bañaban en el agua de hojas verdes;
y era también el agua verde sol, y las sirvientas de tu
madre,
altas mozas lucientes, meneaban sus cálidas piernas cerca
de tu temblor…
(Hablo de una alta condición, antaño, entre los trajes, en
el reino de girantes claridades.)
¡Palmeras…! ¡y la dulzura
de una vejez de las raíces…! la tierra
entonces deseó ser más sorda, y el cielo más
profundo en donde los árboles demasiado grandes,
fatigados de un oscuro designio, anidaban un pacto
inextricable…
(He tenido este sueño, en la estimulación: una segura
permanencia entre las telas entusiastas.)
Y las altas
raíces curvadas celebraban
la partida de los prodigiosos caminos, la invención de las
bóvedas y las naves,
y la luz entonces, en más puros hechos fecunda,
inauguraba el blanco reino al que lleve tal vez un cuerpo
sin sombra…
(Hablo de una alta condición, antaño, entre hombres y sus
hijas, que masticaban cierta hoja.)
Entonces, los hombres tenían
una boca más grave, las mujeres tenían brazos más lentos;
entonces, de nutrirse como nosotros las raíces, grandes
bestias taciturnas se ennoblecían;
y más largos sobre más sombra se levantaban los párpados…
(Tuve ese sueño, nos ha consumido sin reliquias.)
Tomado de:
https://www.lacoladerata.co/cultura/versos/saint-john-perse-poemas/
Mares
Estrechos son los bajeles
I. …Estrechos son los bajeles, estrecho nuestro lecho.
Inmensa la extensión de las aguas, más vasto nuestro
imperio
En las cerradas estancias del deseo.
Entra el verano, que viene de mar. A la mar sola diremos
Que extranjeros fuimos en las fiestas de la ciudad,
y qué astro ascendiente de las fiestas submarinas
Vino una noche a husmear en nuestro lecho, el lecho de lo
divino.
En vano la tierra próxima nos traza su frontera.
Una misma ola por el mundo, una misma ola desde Troya
Menea su cadera hasta nosotros. En la alta mar
muy lejos de nosotros se imprimió antaño ese soplo…
Y el rumor una noche fue grande en las estancias:
¡la muerte misma, a son de caracolas, no se haría oír en
ellas!
¡Amad, oh parejas, los bajeles; y la mar alta en las
estancias!
La tierra una noche lleva sus dioses, y el hombre da caza
a las bestias leonadas;
las ciudades se desgastan, las mujeres sueñan. ...Que haya
siempre a nuestra puerta
Esa alba inmensa llamada mar -selección de alas y
levantamiento de armas;
amor y mar del mismo lecho, amor y mar en el mismo lecho –
y este diálogo aún en las cámaras.
* * * * *
II.
1. «… ¡Amor, amor que tan alto tienes el grito de mi nacimiento,
que es de mar en marcha hacia la Amante! Viña vendimiada
sobre toda playa,
beneficio de espuma en toda carne, y canto de burbujas
sobre las arenas…
¡Homenaje, homenaje a la Vivacidad divina!
Tú, el hombre ávido, me desnudas: patrón más tranquilo
que a bordo el patrón del navío. Y tanta tela se desata,
no hay más mujer que aparejada. Se abre el Estío que vive
de mar.
Y mi corazón te abre una mujer más fresca que el agua
verde:
semilla y savia de dulzura, el ácido a la leche mezclado,
la sal a la sangre muy viva, y el oro y el yodo,
y el sabor también del cobre y su principio de amargura
-toda la mar en mi llevada como en la urna maternal…
Y sobre la playa de mi cuerpo el hombre nacido de mar se
ha tendido.
Que refresque su rostro en la fuente misma bajo las
arenas;
y se regocije sobre mi era, como el dios tatuado de
helecho macho…
Mi amor, ¿tienes sed? Soy mujer a tus labios más nueva que
la sed.
Y mi rostro entre tus manos como en las manos frescas del
náufrago,
¡ah! que te sea en la noche caliente frescor de almendra y
sabor de aurora,
y conocimiento primero del fruto sobre la ribera
extranjera.
Soñé, la otra noche, islas más verdes que el sueño…
Y los navegantes descienden a la ribera en busca de un
agua azul;
ven -es el reflujo- el lecho rehecho de las arenas
chorreantes:
la mar arborescente deja allí, filtrándose, esas puras
huellas capilares,
como grandes palmeras martirizadas,
altas muchachas extasiadas y llorosas que la mar acuesta
con sus taparrabos y sus trenzas desatadas.
Y éstas son figuraciones del sueño. Pero tú, hombre de
frente recta,
tendido en la realidad del sueño, bebes en la propia boca
redonda,
y sabes su revestimiento púnico: carne de granada y
corazón de tuna,
higo de África y fruto de Asia. ..Frutos de la mujer,
oh mi amor, son más que frutos de mar: de mí, ni pintada
ni adornada,
recibe las arras del Estío de mar…»
2. «…En el corazón del hombre, soledad.
Extraño el hombre, sin ribera, cerca de la mujer,
ribereña.
Y mar yo mismo a tu oriente, como a tu arena de oro
mezclado,
que vaya yo aún y demore en tu ribera,
en el desatarse muy lento de tus anillos de arcilla
-mujer que se hace y se deshace con la ola que la
engendra…
Y tú, más casta de estar más desnuda, de tus solas manos
vestida,
no eres Virgen de los grandes fondos,
Victoria de bronce o de piedra blanca que se extrae, con
el ánfora,
en las grandes redes cargadas de algas de los destajeros
de mar;
sino carne de mujer a mi rostro, calor de mujer bajo mi
olfato,
y mujer que prende su aroma
como la llama de fuego rosa entre los dedos semicerrados.
Y como la sal está en el trigo, la mar en ti en su
principio,
la cosa en ti que fue de mar, te ha dado ese sabor de
mujer feliz
y a la que uno se acerca…
Y tu rostro está invertido,
tu boca es fruto para consumir a fondo de barca, en la
noche.
Libre mi aliento sobre tu garganta, y la crecida, por
todas partes,
de las capas del deseo, como en las mareas de luna
próxima,
cuando la tierra hembra se abre al mar salaz y flexible,
ornado de burbujas hasta en sus charcas, sus pantanos,
y el mar alto en la pasturanza hace ruido de noria,
y la noche está llena de eclosiones.
Oh amor mío con sabor de mar,
que otros pazcan lejos de mar la égloga al fondo de valles
cerrados
-mentas, toronjil y meliloto, tibiezas de alisón y de
orégano,
y hable allí el uno de colmenas y el otro trate de
rediles,
y la oveja afelpada bese la tierra al pie de los muros de
polen negro.
En la época en que se anudan los melocotoneros y se desbrozan
las vides,
yo corté el nudo de cáñamo que mantiene el casco sobre su
anguila,
en su cuna de madera. ¡Y mi amor está en los mares!
¡Y mi quemadura está en los mares!…
Estrechos son los bajeles, estrecha la alianza;
y más estrecha tu medida, oh cuerpo fiel de la Amante…
¿Y qué es ese cuerpo mismo, sino imagen y forma de bajel?
Barquilla y navío, y nave votiva, hasta en su apertura
mediana;
industriado en forma de carena, y sobre sus curvas
modelado,
plegando el doble arco de marfil al gusto de las curvas
nacidas de mar.
…Los ensambladores de cascos, en todo tiempo,
tuvieron esta manera de ligar la quilla al juego de las
cuadernas y varengas.
Bajel, mi hermoso bajel, que cede en sus cuadernas
y porta la carga de una noche de hombre, eres bajel
portador de rosas.
Rompes sobre el agua cadena de ofrendas. Y henos aquí,
contra la muerte,
sobre los caminos de acantos negros de la mar escarlata…
Inmensa el alba llamada mar, inmensa la extensión de las
aguas,
y sobre la tierra hecha sueño en nuestros confines
violetas,
¡toda la marejada a lo lejos se levanta y se corona de
jacintos
como un pueblo de amantes!
No hay usurpación más alta que en el bajel del amor.»
* * * * *
III.
1. «Mis dientes son puros bajo tu lengua.
Pesas sobre mi corazón y gobiernas mis miembros.
Patrón del lecho, oh mi amor, como el Patrón del navío.
Dócil la barra a la presión del Patrón, dócil la ola en su
poderío.
Y es otra en mí quien gime con el aparejo…
Una misma ola por el mundo, una misma ola hasta nosotros,
en lo más remoto del mundo y de su edad…
Y tanto oleaje, y por doquiera, que sube e irrumpe hasta
en nosotros…
¡Ah! no seas un patrón duro por el silencio y por la
ausencia,
¡piloto muy hábil, amante demasiado atento!
Toma, toma de mí más que don de ti mismo.
Amando ¿no querrías ser también el Amado?…
Temo, y la inquietud habita bajo mi seno.
A veces, el corazón del hombre a lo lejos se extravía,
y bajo el arco de su ojo hay, como en los grandes arcos
solitarios,
ese muy grande lienzo de mar de pie en las puertas del
Desierto…
Oh tú, obsedido, como el mar, por cosas lejanas y mayores,
te he visto, cejijunto, buscar más allá de mujer.
La noche en que navegas ¿no tendrá, pues, su isla, su
ribera?
¿Quién, pues, en ti siempre se aliena y se reniega? -Pero
no, has sonreído,
eres tú, vienes a mi rostro, con toda esa gran claridad de
umbría
como de un gran destino en marcha sobre las aguas
(¡oh mar repentinamente herido de brillo entre sus grandes
sementeras
de limo verde y amarillo!) y yo, tendida sobre mi flanco
derecho,
oigo latir tu sangre nómade contra mi pecho de mujer
desnuda.
Estás ahí, amor mío, y lugar sólo tengo en ti.
Elevaré hacia ti la fuente de mi ser, y te abriré mi noche
de mujer,
más clara que tu noche de hombre:
y la grandeza en mí de amar te enseñará tal vez la gracia
de ser amado.
¡Licencia entonces a los juegos del cuerpo! ¡Ofrenda,
ofrenda, y favor de ser!
La noche te abre una mujer: su cuerpo, sus puertos, su
ribera;
y su noche prístina en que yace toda memoria.
¡Amor haga de ella su guarida!
…Estrecha mi cabeza entre tus manos, estrecha mi frente
ceñida de hierro.
Y mi rostro comible como fruto de ultramar: el mango
ovalado y amarillo,
rosa fuego, que los corredores de Asia sobre losas de
imperio, depositan una noche,
antes de medianoche, al pie del Trono taciturno…
Tu lengua es en mi boca como salvajería de mar; el sabor
del cobre está en mi boca.
Y nuestro alimento en la noche no es alimento de
tinieblas, ni nuestro brebaje,
en la noche, es bebida de cisterna.
Estrecharás el círculo de tus dedos sobre mis muñecas de
amante, y mis muñecas serán,
entre tus manos, como muñecas de atleta bajo su banda de
cuero.
Llevarás mis brazos anudados más allá de mi frente; y uniremos
así nuestras frentes,
como para la realización conjunta de grandes cosas en la
arena.
de grandes cosas a vista de mar, y yo misma seré tu
muchedumbre en la arena,
entre la fauna de tus dioses.
O bien, ¡libres mis brazos! y mis manos tienen licencia
en el atelaje de tus músculos -sobre todo ese altorrelieve
de la espalda,
sobre todo, ese nudo movedizo de los riñones,
cuadriga en marcha de tu fuerza como la musculatura misma
de las aguas.
¡Te loaré con las manos, poderío! y tú, nobleza del flanco
viril,
pared de honor y de altivez que guarda todavía, desnuda,
como la huella de la armadura.
El halcón del deseo tira de sus pihuelas de cuero.
El amor cejijunto se inclina sobre su presa.
Y yo, yo he visto mudarse tu rostro, ¡depredador!
como acontece a los rateros de ofrendas en los templos,
cuando cae sobre ellos la irritación divina…
Tu dios nuestro huésped, de paso, Congrio salaz del deseo,
remonta en nosotros el curso de las aguas.
El óbolo de cobre está sobre mi lengua,
el mar llamea en los templos, y el amor ruge en las
caracolas
como el Monarca en las salas del Consejo.
¡Amor, amor, faz extranjera!
¿Quién te abre en nosotros sus vías de mar?
¿Quién toma el timón, y con qué manos?…
¡Corred a las máscaras, dioses precarios!
¡cubrid el éxodo de los grandes mitos!
El Estío, cruzado de otoño, rompe en las arenas
recalentadas
sus huevos de bronce jaspeados de oro
en que crecen los monstruos, los héroes.
Y la mar a lo lejos huele fuertemente a cobre y al olor
del cuerpo masculino…
¡Alianza de mar es nuestro amor que sube a las Puertas de
Sal Roja!».
2.» …Amante, no levantaré techo para la Amante.
El Estío caza a la jabalina sobre los surcos de mar.
El deseo silba sobre su era.
Y yo, como el gavilán de las playas que reina sobre su
presa,
he cubierto con mi sombra todo el esplendor de tu cuerpo.
¡Decreto del cielo y que nos ata! Y no es hora ya, oh
cuerpo oferto,
de elevar en mis manos la ofrenda de tus senos.
¡Un lugar de rayo y de oro nos colma de su gloria!
Salario de brasas, no de rosas. ¿Y provincia marítima
alguna fue,
bajo las rosas, más sabiamente pillada?
Tu cuerpo, oh carne regia, madura los signos del Estío de
mar:
manchado de lunas, de albugos, moteado de miel y de vino
púrpura
y pasado como arena por el cedazo de los lavadores de oro
-esmaltado con oro y apresado en las grandes y luminosas
redes
barrederas que tastrean en agua clara.
¡Carne regia y firmada con firma divina! De la nuca a la
axila,
a la sangría de las piernas, y del muslo interno al ocre
de los tobillos,
buscaré, baja la frente, la cifra oculta de tu nacimiento
entre las siglas reunidas de tu orden natal
-como esas enumeraciones estelares que suben, cada noche,
de las mesas submarinas para ir, lentamente,
a inscribirse al Oeste en las panegirias del Cielo.
El estío, quemador de cortezas, de resinas,
mezcla al ámbar de mujer el perfume de los pinos negros.
Atezado de mujer y bermejo de ámbar son de julio el olor y
el mordisco.
Así los dioses, ganados por un mal que no es nuestro,
se hacen de oro de laca en su piel de muchachas.
Y tú, vestida de un tal liquen, dejas de estar desnuda:
la cadera adornada de oro y los muslos pulidos como muslos
de hoplita…
Loado seas, alto cuerpo velado por su esplendor,
contrastado como el oro en flor con el cuño de los Reyes.
(¿Y quién, pues no ha soñado desnudar esos grandes
lingotes de oro pálido,
vestidos de ante muy suave, que hacia las Cortes viajan en
los pañoles,
bajo sus bandeletas de grueso cáñamo
y sus grandes ligaduras entrecruzadas de espartería?) (…)
* * * * *
IV «…Quejas de mujer sobre la arena, jadear de mujer en la
noche
no son sino arrullo de tempestad en fuga sobre las aguas.
Torcaz de huracán y acantilado, y corazón que rompe sobre
las arenas,
¡cuánto mar hay aún en la dicha llorosa de la Amante!…
Tú, el Opresor y que nos pisoteas, como nidadas
de codornices y corrientes de alas migratorias,
¿nos dirás quién nos congrega?
Mar a mi voz mezclado y mar en mí siempre mezclado, amor,
amor que grita sobre los rompientes y los corales,
¿dejarás medida y gracia en el cuerpo de mujer demasiado
amante?…
Queja de mujer y estrujada, queja de mujer y no herida…
¡dilata, oh Patrón, mi suplicio; prolonga, oh Patrón, mi
delicia:
¿Qué tierna bestia arponada fue, más amante, castigada?
Mujer soy y mortal, en toda carne donde no está el Amante.
Para nosotras el duro tiro en marcha sobre las aguas.
¡Que nos pisotee con el casco, y nos hiera con el espolón,
y con el timón tachonado de bronce nos golpee!. ..
Y la Amante tiene al Amante como un pueblo de gañanes,
y el Amante tiene a la Amante como una reyerta de astros.
Y mi cuerpo se abre sin decencia al Garañón del rito
como la mar misma en la embestida del rayo.(…)
* * * * *
V. A tu lado arrumbada, como el remo a fondo de barca;
a tu lado adujada, como la vela con la verga, al pie del
mástil anudada…
Un millón de burbujas más que dichosas, en la estela y so
la quilla.
Y la mar misma, nuestro sueño, como una sola y vasta
umbela…
Y su millón de cabezuelas, de flósculos en vías de
diseminación…
¡Supervivencia, oh prudencia! Frescura de tormenta y que
se aleja,
párpados macerados, del azul de tormenta… Abre la palma de
tu mano,
dicha de ser… ¿Y quién, pues, estaba ahí, que no es más
que favor?
Un paso se aleja en mí que no es de mortal.
Viajeros a lo lejos viajan que no hemos interpelado.
Tended la tienda impregnada de oro, oh pura umbría de
trasvida…
Y la grande ala silenciosa que tan largo tiempo
fue tal, a nuestra popa, orienta todavía en el sueño,
orienta todavía sobre las aguas,
nuestros cuerpos que tanto se han amado,
nuestros corazones que tanto se han conmovido…
A lo lejos la carrera de una última ola,
alzando más alta la ofrenda de su freno…
Te amo -estás aquí- y toda la inmensa dicha de ser
que fue aquí consumada. (…)
* * * * *
VI. Un poco antes de la aurora y las cuchillas del día,
cuando el rocío de mar enluce los mármoles y los bronces,
y el ladrido lejano de los campos hace deshojarse a las
rosas en la ciudad,
yo te vi, velabas, y fingí el sueño.
¿Quién, pues, en ti se aliena siempre con el día?
Y tu mansión, ¿dónde, pues, está?…
¿Te irás mañana sin mí por la mar extranjera?
¿Quién, pues, tu huésped, lejos de mí?
¿O qué Piloto silencioso sube solo a tu bordo,
de ese lado de mar que no se aborda?
Tú, a quien he visto crecer allende mi cadera,
como inclinado sobre el borde de los acantilados,
no conoces, no has visto, tu faz de águila peregrina.
¿El pájaro tallado en tu rostro horadará la máscara del
amante?
¿Quién eres, pues, Patrón nuevo?
¿Hacia qué tendido, en que no tengo parte?
y ¿sobre qué borde del alma irguiéndote,
como príncipe bárbaro sobre su montón de arreos?;
¿o como ese otro, entre las mujeres, husmeando la acidez
de las armas?
¿Cómo amar, con amor de mujer -amando, a aquel
por quien nadie puede nada? ¿Y de amor qué sabe él?(…)
* * * * *
VII. Llegado el invierno, la mar de caza, la noche remonta los estuarios,
y los veleros votivos se acunan en las bóvedas de los
santuarios.
Los jinetes del Este han aparecido sobre sus caballos
color de pelo de lobo.
Las carretas cargadas de hierbas amargas se empinan sobre
las tierras.
Y los bajeles en seco son visitados por pequeñas nutrias
ribereñas.
Los extranjeros ven nidos de mar serán sometidos a censo.
Amiga, he visto tus ojos rayados de mar, como los ojos de
la egipcia.
Y las barcas de placer son traídas bajo tos pórticos,
por las alamedas bordeadas de caracolas, de bocinas;
y las terrazas desunidas son invadidas
por una población tardía de pequeños lirios de las arenas.
La tormenta anuda sus trajes negros y cielo caza anclado.
Las altas mansiones sobre los cabos son apuntaladas con
tablones.
Se entran las jaulas de pájaros enanos.
Llegado el invierno, la mar a lo lejos, la tierra nos
muestra sus rótulas.
Se queman el pez y la brea en los peroles de hierro
colado.
Es tiempo, ¡oh Ciudades! de blasonar con una nave las
puertas de Cibeles
y es también venido el tiempo de celebrar el hierro sobre
el yunque bigornia.
La mar está en el cielo de los hombres y en la migración
de los techos. (…)
Versión de Jorge Zalamea Borda
Tomado de:
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