Poema para una muñeca rusa
Yo
soy
azul rey
y negro hollín.
Soy el gran Moro
(rival de Petrushka).
La noche me sirvió de troika;
y tuve al sol por balón de oro.
Casi tan vasto como las tinieblas.
Pero todo tan frágil como algún viviente,
el menor soplido mueve mi cuerpo invertebrado.
Estoy demasiado resignado, pues soy demasiado sabio.
No se burlen de mi tez negra ni de mis labios
entreabiertos:
Yo no soy, como ustedes, sino un juguete entre gigantes
manos.
Erótico
Tú el abejorro y yo la rosa,
tú la espuma y yo el peñasco;
en la extraña metamorfosis,
tú el Fénix y yo la hoguera.
Tú el Narciso y yo la fuente,
mis ojos reflejando tu emoción;
yo el cofre y tú el tesoro,
yo la onda y el nadador en mí.
Y tú, labio sobre labio,
tú la frescura que mece la fiebre,
la ola entremezclada con las olas.
Que yo algo sea del tierno juego,
siempre con el alma envuelta en fuego:
bello pájaro de oro cruzando el cielo.
(1925-1945, 1950-1954)
Macrocosmos
Soles, exvotos de tinieblas,
corazones palpitantes, corazones en traspaso,
lágrimas plateadas de fúnebres cobijos.
Soles, yo paso y ustedes pasan conmigo.
Miradas al fondo de mi pupila,
como yo, ustedes se consumen,
ruedan en la sombra eterna
sin saber que la iluminan.
Yo sé, pues sé que ignoro.
En este caracol sonoro,
en esta esponja donde mi corazón late
en las entrañas de mi vientre,
la misma fuerza se concentra
y es mi pena su combate.
Epitafio. Tiempo de guerra
El cielo de fierro se ha abatido
sobre esta tierna estatua.
El visionario
Vi en la nieve
un ciervo en la trampa herido.
Vi en el estanque
un ahogado flotante.
Vi en la playa
un caracol ensordecido.
Vi en las aguas
a las trémulas aves.
Vi en las ciudades
a los condenados serviles.
Vi en las planicies
la humareda de los odios.
Vi en la mar
del sol la amargura.
Vi en los cielos
insondables ojos.
Vi en el espacio
este siglo pasando.
Vi en mi alma
la ceniza y la flama.
Vi en mi corazón
a un negro dios invicto.
(Hacia 1965)
Claroscuro
Para Jean Cocteau
Claroscuro, sombra insidiosa
donde mueven las estatuas sin ruido
una voz melodiosa,
allí callan las cosas su murmullo.
Enigmas que el corazón resuelve,
secretos muy caramente comprados,
todo sabio es alumno de un enloquecido,
toda alma es instruida por la carne.
Tomado de:
https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/tu-el-narciso-y-yo-la-fuente/
Siete poemas a una muerta
I
Cuando estaba por llegar, murió
Quien me esperaba, cansada de esperar.
Sus brazos abiertos volvieron a cerrarse
Legándome un remordimiento en vez de un recuerdo.
La plegaria, la flor, el gesto más tierno
Fueron regalos tardíos que nadie pudo bendecir.
Los muertos no escuchan a los vivos.
La muerte, cuando llega, nos junta sin unirnos.
Nunca conoceré la dulzura de su tumba.
Mis gritos, lanzados demasiado tarde,
Resuenan y se extinguen sin eco en la sorda eternidad.
Los muertos desdeñosos, forzados al silencio,
No nos escuchan llorar en el oscuro umbral del misterio
Por un amor que jamás existió.
II
He aquí la miel que fluye, pura, del corazón de las
rosas,
El perfume, los colores, los suspiros amados.
Ya no sonríes por la belleza de las cosas;
Tus brazos, siempre abiertos y dispuestos, al fin se
han
cerrado.
No volverás a sentir sobre tus párpados
El lento deshojar de largos sollozos perfumados.
Tu corazón se diluye en metamorfosis.
Yo llego, justo a tiempo, a perderte para siempre.
Como un triste extranjero, camino titubeante
Por el estrecho jardín donde otros contigo gozaron;
He aquí mis ojos, mis manos, mis pies que te buscaron.
Demasiado tarde llego… y me arrepiento.
Envidio a los que te amaron cuando aún vivías
Y supieron a tiempo que todo pasa.
III
Cuando debí acudir, sólo supe dudar;
Cuando debí llamar, callé.
Demasiado tiempo persistí en mi camino, solitaria;
Nunca imaginé que fueras a morir.
Nunca preví que fuera a secarse la fuente
Donde uno se refresca y se baña,
Ni supe que existieran en el mundo
Misteriosas frutas que maduran al morir.
Obstinada, siempre busqué en la ruta del sol tu sombra;
Ahora el amor es una palabra, el tiempo un número
Y mis penas chocan contra los ángulos de una tumba.
La muerte, menos indecisa, supo cómo acercarse a ti;
Si ahora piensas en nosotras, tu corazón debe
compadecernos.
Uno se ciega cuando muere una antorcha.
IV
Las estrellas son el fruto del verde ciprés
Balanceándose en la noche, al fondo del verano;
La vida única y desnuda a través de cien velos
Asume tu belleza para derramarse en todo.
El universo teje la eternidad
Y ensancha su tela como una araña monstruosa.
Tu amor, mi amor, nuestro corazón y nuestras médulas,
Serán diferentes después de existir.
Pasamos medio dormidos bajo una inmensa puerta,
Para ganarlo todo nos perdemos en todo;
Una ola sin mañana nos arrastra y nos dispersa.
Los labios del corazón quedan siempre insatisfechos.
El amor y la esperanza nos fuerzan a soñar
Que el sol de los muertos otra vida ha de madurar.
V
La miel inalterable del fondo de las cosas
Está hecha de dolor, deseo y remordimiento;
Eterno alambique donde el tiempo destila
Las lágrimas de los vivos y la piedad de los muertos.
Tan inseparable es el perfume de la rosa
Como inseparable tu alma de tu cuerpo.
Una misma causa germina efectos idénticos
Y una misma nota vibra en mil acordes diversos.
El universo nos da y nos quita lo poco que somos.
Yo olvidaré cada día cuánto te amé
Pero tú no sabrás que mis lágrimas te amaron.
La muerte espera que nos acunemos en ella.
Arrullada en sus brazos, como una niña de pecho,
Escucho sonar el hierro de lo eterno.
VI
Sólo el silencio tiene palabras
Que pueden decirse junto a ti sin herirte.
Ante lo irremediable, sólo podemos sonreír;
Llueven sobre tu cuerpo las lágrimas de las corolas.
A la hora en que nos despojemos de nuestras máscaras
Deslizándonos soñolientas en el mismo lecho,
Por cada dedo tembloroso de la hierba que nos roce
Tú podrás bendecirme y yo acariciarte.
Es hacia tu dulzura que conduce mi camino.
De este suelo impregnado de alma humana,
El olvido, lento jardinero, extirpa el remordimiento.
Inagotable, vaga el amor de vena en vena;
No quisiera perturbar con un vano lamento
El eterno abrazo de la tierra y los muertos.
VII
Nunca sabrás que tu alma viaja
Dulcemente refugiada en el fondo de mi corazón,
Y que nada, ni el tiempo ni la edad ni otros amores,
Impedirá que hayas existido.
Ahora la belleza del mundo toma tu rostro,
Se alimenta de tu dulzura y se engalana con tu
claridad.
El lago pensativo al fondo del paisaje
Me vuelve a hablar de tu serenidad.
Los caminos que seguiste, hoy me señalan el mío,
Aunque jamás sabrás que te llevo conmigo
Como una lámpara de oro para alumbrarme el camino
Ni que tu voz aún traspasa mi alma.
Suave antorcha tus rayos, dulce hoguera tu espíritu;
Aún vives un poco porque yo te sobrevivo.
Tomado de:
https://www.revistaaltazor.cl/marguerite-yourcenar-siete-poemas-a-una-muerta/
CANTILENA PARA UN FLAUTISTA CIEGO
Flauta en la noche solitaria,
Presencia de una lágrima;
Todos los silencios de la tierra
Son pétalos de tu flor.
Sopla en la sombra tu polen,
Alma llorando, casi sin ruido,
Miel de una boca profunda
Que al besar la noche fluye.
Y si tus lentas cadencias
Son el pulso de las tardes de verano,
Convéncenos que el cielo baila
Porque un ciego cantó.
UNA CANTILENA DE PENTAURO
Según
un papiro egipcio
La muerte cerca de mí, la muerte cerca de ti
Como un dulce sueño a la sombra de un dulce techo;
Como un vino que se vierte, como un loto que respira;
La muerte cerca de ti como una caña que llora.
Al extenuado, reposo; al enfermo curación,
La muerte es un dulce lago del horizonte de polvo.
Como un dulce viento de la tarde soplando su aliento
lento,
La muerte detrás de ti infla la vela llena.
Navegáis, amantes, hacia una tierra lejana.
Como una dulce invitada la muerte está en el festín.
Flor: el verano te marchita. Rocío: el verano te bebe.
La muerte extiende sus redes como un dulce pajarero.
Y la sombra del ciprés es la sombra que queda,
Donde ya pronto el novio y la novia dormirán.
ÍDOLOS
Amor, al principio
De carne y de oro como un César
Salvaje te cebé;
íncubo, tu pecho pesaba
Y tu beso agotador
Cansó mi boca.
Luego te vi ensangrentado;
Caminabas, titubeando,
Bajo la escuadra terrible;
Víctima atravesada en el flanco,
A tus pies derramé
Todo el nardo de la tierra.
Te veo pálido y bello:
Tu carne es una antorcha
Hecha de cera y fuego;
Yo abrazo, delicia pura,
Tu cara desconocida,
Idéntica a mi alma.
Y te veré pensativo
En el último arrecife,
Dulce provocador de naufragios,
Sombrío dios sin devotos;
Tus amapolas nocturnas
Me curarán de las rosas.
Tomado de:
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