lunes, 24 de julio de 2023

POEMAS DE MARGUERITE YOURCENAR

 


Poema para una muñeca rusa

 

Yo

soy

azul rey

y negro hollín.

 

Soy el gran Moro

(rival de Petrushka).

La noche me sirvió de troika;

y tuve al sol por balón de oro.

 

Casi tan vasto como las tinieblas.

Pero todo tan frágil como algún viviente,

el menor soplido mueve mi cuerpo invertebrado.

 

Estoy demasiado resignado, pues soy demasiado sabio.

No se burlen de mi tez negra ni de mis labios entreabiertos:

Yo no soy, como ustedes, sino un juguete entre gigantes manos.

 

 

Erótico

 

Tú el abejorro y yo la rosa,

tú la espuma y yo el peñasco;

en la extraña metamorfosis,

tú el Fénix y yo la hoguera.

 

Tú el Narciso y yo la fuente,

mis ojos reflejando tu emoción;

yo el cofre y tú el tesoro,

yo la onda y el nadador en mí.

 

Y tú, labio sobre labio,

tú la frescura que mece la fiebre,

la ola entremezclada con las olas.

 

Que yo algo sea del tierno juego,

siempre con el alma envuelta en fuego:

bello pájaro de oro cruzando el cielo.

                                                                                                                            (1925-1945, 1950-1954)

 

 

Macrocosmos

 

Soles, exvotos de tinieblas,

corazones palpitantes, corazones en traspaso,

lágrimas plateadas de fúnebres cobijos.

Soles, yo paso y ustedes pasan conmigo.

 

Miradas al fondo de mi pupila,

como yo, ustedes se consumen,

ruedan en la sombra eterna

sin saber que la iluminan.

 

Yo sé, pues sé que ignoro.

En este caracol sonoro,

en esta esponja donde mi corazón late

 

en las entrañas de mi vientre,

la misma fuerza se concentra

y es mi pena su combate.

 

 

Epitafio. Tiempo de guerra

 

El cielo de fierro se ha abatido

sobre esta tierna estatua.

 

 

El visionario

 

Vi en la nieve

un ciervo en la trampa herido.

 

Vi en el estanque

un ahogado flotante.

 

Vi en la playa

un caracol ensordecido.

 

Vi en las aguas

a las trémulas aves.

 

Vi en las ciudades

a los condenados serviles.

 

Vi en las planicies

la humareda de los odios.

 

Vi en la mar

del sol la amargura.

 

Vi en los cielos

insondables ojos.

 

Vi en el espacio

este siglo pasando.

 

Vi en mi alma

la ceniza y la flama.

 

Vi en mi corazón

a un negro dios invicto.

                                                                                                                            (Hacia 1965)

 

 

Claroscuro

                                                                                                                            Para Jean Cocteau

 

 

Claroscuro, sombra insidiosa

donde mueven las estatuas sin ruido

una voz melodiosa,

allí callan las cosas su murmullo.

 

Enigmas que el corazón resuelve,

secretos muy caramente comprados,

todo sabio es alumno de un enloquecido,

toda alma es instruida por la carne.

Tomado de:

https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/tu-el-narciso-y-yo-la-fuente/

 

 

Siete poemas a una muerta

 

I

 

Cuando estaba por llegar, murió

Quien me esperaba, cansada de esperar.

Sus brazos abiertos volvieron a cerrarse

Legándome un remordimiento en vez de un recuerdo.

 

La plegaria, la flor, el gesto más tierno

Fueron regalos tardíos que nadie pudo bendecir.

Los muertos no escuchan a los vivos.

La muerte, cuando llega, nos junta sin unirnos.

 

Nunca conoceré la dulzura de su tumba.

Mis gritos, lanzados demasiado tarde,

Resuenan y se extinguen sin eco en la sorda eternidad.

 

Los muertos desdeñosos, forzados al silencio,

No nos escuchan llorar en el oscuro umbral del misterio

Por un amor que jamás existió.

 

II

 

He aquí la miel que fluye, pura, del corazón de las rosas,

El perfume, los colores, los suspiros amados.

Ya no sonríes por la belleza de las cosas;

Tus brazos, siempre abiertos y dispuestos, al fin se han

cerrado.

 

No volverás a sentir sobre tus párpados

El lento deshojar de largos sollozos perfumados.

Tu corazón se diluye en metamorfosis.

Yo llego, justo a tiempo, a perderte para siempre.

 

Como un triste extranjero, camino titubeante

Por el estrecho jardín donde otros contigo gozaron;

He aquí mis ojos, mis manos, mis pies que te buscaron.

 

Demasiado tarde llego… y me arrepiento.

Envidio a los que te amaron cuando aún vivías

Y supieron a tiempo que todo pasa.

 

III

 

Cuando debí acudir, sólo supe dudar;

Cuando debí llamar, callé.

Demasiado tiempo persistí en mi camino, solitaria;

Nunca imaginé que fueras a morir.

 

Nunca preví que fuera a secarse la fuente

Donde uno se refresca y se baña,

Ni supe que existieran en el mundo

Misteriosas frutas que maduran al morir.

 

Obstinada, siempre busqué en la ruta del sol tu sombra;

Ahora el amor es una palabra, el tiempo un número

Y mis penas chocan contra los ángulos de una tumba.

 

La muerte, menos indecisa, supo cómo acercarse a ti;

Si ahora piensas en nosotras, tu corazón debe

compadecernos.

Uno se ciega cuando muere una antorcha.

 

IV

 

Las estrellas son el fruto del verde ciprés

Balanceándose en la noche, al fondo del verano;

La vida única y desnuda a través de cien velos

Asume tu belleza para derramarse en todo.

 

El universo teje la eternidad

Y ensancha su tela como una araña monstruosa.

Tu amor, mi amor, nuestro corazón y nuestras médulas,

Serán diferentes después de existir.

 

Pasamos medio dormidos bajo una inmensa puerta,

Para ganarlo todo nos perdemos en todo;

Una ola sin mañana nos arrastra y nos dispersa.

 

Los labios del corazón quedan siempre insatisfechos.

El amor y la esperanza nos fuerzan a soñar

Que el sol de los muertos otra vida ha de madurar.

 

V

 

La miel inalterable del fondo de las cosas

Está hecha de dolor, deseo y remordimiento;

Eterno alambique donde el tiempo destila

Las lágrimas de los vivos y la piedad de los muertos.

 

Tan inseparable es el perfume de la rosa

Como inseparable tu alma de tu cuerpo.

Una misma causa germina efectos idénticos

Y una misma nota vibra en mil acordes diversos.

 

El universo nos da y nos quita lo poco que somos.

Yo olvidaré cada día cuánto te amé

Pero tú no sabrás que mis lágrimas te amaron.

 

La muerte espera que nos acunemos en ella.

Arrullada en sus brazos, como una niña de pecho,

Escucho sonar el hierro de lo eterno.

 

VI

 

Sólo el silencio tiene palabras

Que pueden decirse junto a ti sin herirte.

Ante lo irremediable, sólo podemos sonreír;

Llueven sobre tu cuerpo las lágrimas de las corolas.

 

A la hora en que nos despojemos de nuestras máscaras

Deslizándonos soñolientas en el mismo lecho,

Por cada dedo tembloroso de la hierba que nos roce

Tú podrás bendecirme y yo acariciarte.

 

Es hacia tu dulzura que conduce mi camino.

De este suelo impregnado de alma humana,

El olvido, lento jardinero, extirpa el remordimiento.

 

Inagotable, vaga el amor de vena en vena;

No quisiera perturbar con un vano lamento

El eterno abrazo de la tierra y los muertos.

 

VII

 

Nunca sabrás que tu alma viaja

Dulcemente refugiada en el fondo de mi corazón,

Y que nada, ni el tiempo ni la edad ni otros amores,

Impedirá que hayas existido.

 

Ahora la belleza del mundo toma tu rostro,

Se alimenta de tu dulzura y se engalana con tu claridad.

El lago pensativo al fondo del paisaje

Me vuelve a hablar de tu serenidad.

 

Los caminos que seguiste, hoy me señalan el mío,

Aunque jamás sabrás que te llevo conmigo

Como una lámpara de oro para alumbrarme el camino

 

Ni que tu voz aún traspasa mi alma.

Suave antorcha tus rayos, dulce hoguera tu espíritu;

Aún vives un poco porque yo te sobrevivo.

Tomado de:

https://www.revistaaltazor.cl/marguerite-yourcenar-siete-poemas-a-una-muerta/

 

 

CANTILENA PARA UN FLAUTISTA CIEGO

 

Flauta en la noche solitaria,

Presencia de una lágrima;

Todos los silencios de la tierra

Son pétalos de tu flor.

 

Sopla en la sombra tu polen,

Alma llorando, casi sin ruido,

Miel de una boca profunda

Que al besar la noche fluye.

 

Y si tus lentas cadencias

Son el pulso de las tardes de verano,

Convéncenos que el cielo baila

Porque un ciego cantó.

 

 

UNA CANTILENA DE PENTAURO

Según un papiro egipcio

 

La muerte cerca de mí, la muerte cerca de ti

Como un dulce sueño a la sombra de un dulce techo;

Como un vino que se vierte, como un loto que respira;

La muerte cerca de ti como una caña que llora.

Al extenuado, reposo; al enfermo curación,

La muerte es un dulce lago del horizonte de polvo.

Como un dulce viento de la tarde soplando su aliento lento,

La muerte detrás de ti infla la vela llena.

Navegáis, amantes, hacia una tierra lejana.

Como una dulce invitada la muerte está en el festín.

Flor: el verano te marchita. Rocío: el verano te bebe.

La muerte extiende sus redes como un dulce pajarero.

Y la sombra del ciprés es la sombra que queda,

Donde ya pronto el novio y la novia dormirán.

 

 

ÍDOLOS

 

Amor, al principio

De carne y de oro como un César

Salvaje te cebé;

íncubo, tu pecho pesaba

Y tu beso agotador

Cansó mi boca.

 

Luego te vi ensangrentado;

Caminabas, titubeando,

Bajo la escuadra terrible;

Víctima atravesada en el flanco,

A tus pies derramé

Todo el nardo de la tierra.

 

Te veo pálido y bello:

Tu carne es una antorcha

Hecha de cera y fuego;

Yo abrazo, delicia pura,

Tu cara desconocida,

Idéntica a mi alma.

 

Y te veré pensativo

En el último arrecife,

Dulce provocador de naufragios,

Sombrío dios sin devotos;

Tus amapolas nocturnas

Me curarán de las rosas.

Tomado de:

https://www.monohecho.com/2014/08/yourcenar.html

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