viernes, 26 de julio de 2024

POEMAS DE ANTONIO MACHADO EN SU NATALICIO

 


La saeta

Dijo una voz popular:

 

«Quién me presta una escalera

 

para subir al madero

 

para quitarle los clavos

 

a Jesús el Nazareno?»

 

Oh, la saeta, el cantar

 

al Cristo de los gitanos

 

siempre con sangre en las manos

 

siempre por desenclavar.

 

Cantar del pueblo andaluz

 

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que todas las primaveras

 

anda pidiendo escaleras

 

para subir a la cruz.

 

Cantar de la tierra mía

 

que echa flores

 

al Jesús de la agonía

 

y es la fe de mis mayores

 

!Oh, no eres tú mi cantar

 

no puedo cantar, ni quiero

 

a este Jesús del madero

 

sino al que anduvo en la mar!

 

 

Soñé que tú me llevabas

Soñé que tú me llevabas

 

por una blanca vereda,

 

en medio del campo verde,

 

hacia el azul de las sierras,

 

hacia los montes azules,

 

una mañana serena.

 

Sentí tu mano en la mía,

 

tu mano de compañera,

 

tu voz de niña en mi oído

 

como una campana nueva,

 

como una campana virgen

 

de un alba de primavera.

 

¡Eran tu voz y tu mano,

 

en sueños, tan verdaderas!...

 

Vive, esperanza ¡quién sabe

 

lo que se traga la tierra!

 

 

Sol de invierno

 

Es mediodía. Un parque.

 

Invierno. Blancas sendas;

 

simétricos montículos

 

y ramas esqueléticas.

 

Bajo el invernadero,

 

naranjos en maceta,

 

y en su tonel, pintado

 

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de verde, la palmera.

 

Un viejecillo dice,

 

para su capa vieja:

 

«¡El sol, esta hermosura

 

de sol!...» Los niños juegan.

 

El agua de la fuente

 

resbala, corre y sueña

 

lamiendo, casi muda,

 

la verdinosa piedra.

 

 

Cuando sea mi vida…

Cuando sea mi vida,

 

toda clara y ligera

 

como un buen río

 

que corre alegremente

 

a la mar,

 

a la mar ignora

 

que espera

 

llena de sol y de canción.

 

Y cuando brote en mi

 

corazón la primavera

 

serás tú, vida mía,

 

la inspiración

 

de mi nuevo poema.

 

Una canción de paz y amor

 

al ritmo de la sangre

 

que corre por las venas.

 

Una canción de amor y paz.

 

Tan solo de dulces cosas y palabras.

 

Mientras,

 

mientras, guarda la llave de oro

 

de mis versos

 

entre tus joyas.

 

Guárdala y espera.

Tomado de:

https://psicologiaymente.com/cultura/mejores-poemas-antonio-machado

 

 

EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO

 

   Tierra le dieron una tarde horrible

del mes de julio, bajo el sol de fuego.

   A un paso de la abierta sepultura

había rosas de podridos pétalos,

entre geranios de áspera fragancia

y roja flor. El cielo

puro y azul. Corría

un aire fuerte y seco.

   De los gruesos cordeles suspendido,

pesadamente, descender hicieron

el ataúd al fondo de la fosa

los dos sepultureros...

   Y al reposar sonó con recio golpe,

solemne, en el silencio.

   Un golpe de ataúd en tierra es algo

perfectamente serio.

   Sobre la negra caja se rompían

los pesados terrones polvorientos...

   El aire se llevaba

de la honda fosa el blanquecino aliento.

   -Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,

larga paz a tus huesos...

   Definitivamente,

duerme un sueño tranquilo y verdadero.

 

 

RECUERDO INFANTIL

 

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.

   Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una mancha carmín.

   Con timbre sonoro y hueco,

truena el maestro, un anciano

mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

   Y todo un coro infantil

va cantando la lección:

mil veces ciento, cien mil;

mil veces mil, un millón.

   Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.

 

- VI -

Fué una clara tarde, triste y soñolienta

tarde de verano. La hiedra asomaba

al muro del parque, negra y polvorienta...

      La fuente sonaba.

   Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio ruido abrióse la puerta

de hierro mohoso, y, al cerrarse, grave,

golpeó el silencio de la tarde muerta.

   En el solitario parque, la sonora

copla borbollante del agua cantora

me guió a la fuente. La fuente vertía

sobre el blanco mármol su monotonía.

   La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,

un sueño lejano mi canto presente?...

Fué una tarde lenta del lento verano.

   Respondí a la fuente:

No recuerdo, hermana;

mas sé que tu copla presente es lejana.

    -Fué esta misma tarde: mi cristal vertía

como hoy sobre el mármol su monotonía.

¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares

que ves sombreaban los claros cantares

que escuchas. Del rubio color de la llama,

el fruto maduro pendía en la rama,

lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...

Fué esta misma lenta tarde de verano.

   -No sé qué me dice tu copla riente

de ensueños lejanos, hermana la fuente.

   Yo sé que tu claro cristal de alegría

ya supo del árbol la fruta bermeja;

yo sé que es lejana la amargura mía

que sueña en la tarde de verano vieja.

   Yo sé que tus bellos espejos cantores

copiaron antiguos delirios de amores:

mas cuéntame, fuente de lengua encantada,

cuéntame mi alegre leyenda olvidada.

   -Yo no sé leyendas de antigua alegría,

sino historias viejas de melancolía.

   Fué una clara tarde del lento verano...

Tú venías solo con tu pena, hermano;

tus labios besaron mi linfa serena,

y en la clara tarde, dijeron tu pena.

   Dijeron tu pena tus labios que ardían:

la sed que ahora tienen, entonces tenían.

   -Adiós para siempre, la fuente sonora,

del parque dormido eterna cantora.

Adiós para siempre, tu monotonía,

fuente, es más amarga que la pena mía.

   Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio ruido abrióse la puerta

de hierro mohoso, y, al cerrarse, grave,

sonó en el silencio de la tarde muerta.

 

 

- VII -

   El limonero lánguido suspende

una pálida rama polvorienta

sobre el encanto de la fuente limpia,

y allá en el fondo sueñan

los frutos de oro...

Es una tarde clara,

 

casi de primavera;

tibia tarde de marzo,

que al hálito de abril cercano lleva;

y estoy solo, en el patio silencioso,

buscando una ilusión cándida y vieja:

alguna sombra sobre el blanco muro,

algún recuerdo en el pretil de piedra

de la fuente dormido, o, en el aire,

algún vagar de túnica ligera.

   En el ambiente de la tarde flota

ese aroma de ausencia

que dice al alma luminosa: nunca,

y al corazón: espera.

   Ese aroma que evoca los fantasmas

de las fragancias vírgenes y muertas.

   Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,

casi de primavera,

tarde sin flores, cuando me traías

el buen perfume de la hierbabuena,

y de la buena albahaca,

que tenía mi madre en sus macetas.

   Que tú me viste hundir mis manos puras

en el agua, serena

para alcanzar los frutos encantados

que hoy en el fondo de la fuente sueñan...

   Sí, te conozco, tarde alegre y clara,

casi de primavera.

 

 

- VIII -

Yo escucho los cantos

de viejas cadencias

que los niños cantan

cuando en coro juegan,

y vierten en coro

sus almas que sueñan,

cual vierten sus aguas

las fuentes de piedra:

con monotonías

de risas eternas,

que no son alegres,

con lágrimas viejas,

que no son amargas

y dicen tristezas,

tristezas de amores

de antiguas leyendas.

   En los labios niños,

las canciones llevan

confusa la historia

y clara la pena;

como clara el agua

lleva su conseja

de viejos amores

que nunca se cuentan.

   Jugando, a la sombra

de una plaza vieja,

los niños cantaban...

   La fuente de piedra

vertía su eterno

cristal de leyenda.

   Cantaban los niños

canciones ingenuas,

de un algo que pasa

y que nunca llega:

la historia confusa

y clara la pena.

   Vertía la fuente

su eterna conseja:

borrada la historia,

contaba la pena.

 

 

ORILLAS DEL DUERO

 

Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.

Girando en torno a la torre y al caserón solitario,

ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,

de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.

      Es una tibia mañana.

El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

   Pasados los verdes pinos,

casi azules, primavera

se ve brotar en los finos

chopos de la carretera

y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

El campo parece, más que joven, adolescente.

   Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,

azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,

y mística primavera!

   ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,

espuma de la montaña

ante la azul lejanía, sol del día, claro día!

¡Hermosa tierra de España!

 

 

A la desierta plaza

conduce un laberinto de callejas.

A un lado, el viejo paredón sombrío

de una ruinosa iglesia;

a otro lado, la tapia blanquecina

de mi huerto de cipreses y palmeras,

y, frente a mí, la casa,

y en la casa, la reja,

ante el cristal que levemente empaña

su figurilla plácida y risueña.

Me apartaré. No quiero

llamar a tu ventana... Primavera

viene -su veste blanca

flota en el aire de la plaza muerta-;

viene a encender las rosas

rojas de tus rosales... Quiero verla...

 

 

- XI -

   Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero...

-La tarde cayendo está-.

«En el corazón tenía

»la espina de una pasión;

» logré arrancármela mi día,

» ya no siento el corazón».

   Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

   La tarde más se obscurece,

y el camino que serpea

y débilmente blanquea,

se enturbia y desaparece.

   Mi cantar vuelve a plañir:

«Aguda espina dorada,

» quién te pudiera sentir

» en el corazón clavada».

 

 

- XII -

   Amada, el aura dice

tu pura veste blanca...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

   El aura me ha traído

tu nombre en la mañana;

el eco de tus pasos

repite la montaña...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

   En las sombrías torres

repican las campanas...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

   Los golpes del martillo

dicen la negra caja;

y el sitio de la fosa,

los golpes de la azada...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

 

 

- XIII -

   Hacia un ocaso radiante

caminaba el sol de estío,

y era entre nubes de fuego, una trompeta gigante

tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

   Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera

de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,

entre metal y madera,

que es la canción estival.

   En una huerta sombría

giraban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.

Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

   Yo iba haciendo mi camino,

absorto en el solitario crepúsculo campesino.

   Y pensaba: «¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa,

toda desdén y armonía;

hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía

de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!».

   Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.

Lejos, la ciudad dormía

como cubierta de un mago fanal de oro transparente.

Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

   Los últimos arreboles coronaban las colinas,

manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.

Yo caminaba cansado,

sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

   El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,

bajo los arcos del puente,

como si al pasar dijera:

   «Apenas desamarrada

a pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,

se canta: no somos nada.

Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera».

   Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.

(Yo pensaba: ¡el alma mía!)

   Y me detuve un momento,

en la tarde, a meditar...

¿Qué es esta gota en el viento

que gritar al mar: soy el mar?

   Vibraba el aire asordado

por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,

cual si estuviera sembrado

de campanitas de oro.

   En el azul fulguraba

un lucero diamantino.

Cálido viento soplaba

alborotando el camino.

   Yo, en la tarde polvorienta,

hacia la ciudad volvía.

Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.

Tomado de:

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/soledades-galerias-y-otros-poemas-983792/html/

 

 

Las moscas

 

Vosotras, las familiares,

inevitables golosas,

vosotras, moscas vulgares,

me evocáis todas las cosas.

 

 

¡Oh, viejas moscas voraces

como abejas en abril,

viejas moscas pertinaces

sobre mi calva infantil!

 

¡Moscas del primer hastío

en el salón familiar,

las claras tardes de estío

en que yo empecé a soñar!

 

Y en la aborrecida escuela,

raudas moscas divertidas,

perseguidas

por amor de lo que vuela,

 

-que todo es volar-, sonoras

rebotando en los cristales

en los días otoñales...

Moscas de todas las horas,

 

de infancia y adolescencia,

de mi juventud dorada;

de esta segunda inocencia,

que da en no creer en nada,

 

 

de siempre... Moscas vulgares,

que de puro familiares

no tendréis digno cantor:

yo sé que os habéis posado

 

sobre el juguete encantado,

sobre el librote cerrado,

sobre la carta de amor,

sobre los párpados yertos

de los muertos.

 

Inevitables golosas,

que ni labráis como abejas,

ni brilláis cual mariposas;

pequeñitas, revoltosas,

vosotras, amigas viejas,

me evocáis todas las cosas.

 

 

El ojo que ves

El ojo que ves no es

ojo porque tu los veas,

es ojo porque te ve.

 

 

La plaza tiene una torre

 

La plaza tiene una torre,

La torre tiene un balcón,

el balcón tiene una dama,

la dama una blanca flor.

 

Ha pasado un caballero

- ¡quién saber por qué pasó! -

y se ha llevado la plaza,

con su torre y su balcón,

con su balcón y su dama,

su dama y su blanca flor.

 

 

Para tu ventana

Para tu ventana

un ramo de rosas me dio la mañana.

 

Por un laberinto, de calle en calleja,

buscando, he corrido, tu casa y tu reja.

 

Y en un laberinto me encuentro perdido

en esta mañana de mayo florido.

 

¡Dime dónde estás!

Vueltas y revueltas,

ya no puedo más.

 

 

Sobre el olivar

 

Sobre el olivar,

se vio a la lechuza

volar y volar.

Campo, campo, campo.

 

Entre los olivos,

los cortijos blancos.

Y la encina negra,

a medio camino

de Úbeda a Baeza.

 

Sobre el olivar,

se vio a la lechuza

volar y volar.

 

A Santa María

un ramito verde

volando traía.

 

¡Campo de Baeza,

soñaré contigo

cuando no te vea!

 

Por un ventanal,

entró la lechuza

en la catedral.

 

San Cristobalón

la quiso espantar,

al ver que bebía

del velón de aceite

de Santa María.

 

La Virgen habló:

-Déjala que beba,

San Cristobalón.

 

 

Pegasos, lindos pegasos

 

Pegasos, lindos pegasos,

caballitos de madera...

 

Yo conocí siendo niño,

la alegría de dar vueltas

sobre un corcel colorado,

en una noche de fiesta.

 

En el aire polvoriento

chispeaban las candelas,

y la noche azul ardía

toda sembrada de estrellas.

 

¡Alegrías infantiles

que cuestan una moneda

de cobre, lindos pegasos,

caballitos de madera!

 

 

Despacito y buena letra

Despacito y buena letra:

el hacer las cosas bien

Importa más que el hacerlas.

 

 

 

Si vino la primavera

Si vino la primavera

volad a las flores, como las abejas;

volad a las flores, niños;

no chupéis la cera.

 

 

A una japonesa

 

A una japonesa

le dijo Sokán:

con la blanca luna,

te abanicarás,

con la blanca luna,

a orillas del mar.

 

 

Desde Sevilla a Sanlúcar

Desde Sevilla a Sanlúcar

desde Sanlúcar a la mar,

en una barca de plata

con los remos de coral

donde vayas, marinero,

contigo me has de llevar.

 

 

Abril galán

Mientras danzáis en corro,

niñas cantad: "Ya están

los prados verdes,

ya vino abril galán."

 

A la orilla del río,

por el negro encinar,

sus abarcas de plata

hemos visto brillar.

 

Mientras danzáis en corro,

niñas cantad: "Ya están

los prados verdes,

ya vino abril galán."

Tomado de:

https://www.conmishijos.com/actividades-para-ninos/cuentos/12-poemas-cortos-de-antonio-machado-para-ninos/

 

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