Venid a estos santuarios
Venid a estos santuarios
donde sólo las piedras han quedado en el
viento.
Aquí, cerca, están los silabarios,
los recuerdos del mito que se quemó en los
ojos de la noche
y vive entre vosotros como piel de jaguar
y como simple corteza de luna doméstica y
salvaje.
Tenéis el ofertorio de la voz más reciente
venida desde el agua, de la pulcra ceniza
del fiel amaranto que durmió en las
colinas.
Para saber si sois de esta pradera
debéis romper la noche, su nuez de piedra
eternizada y sola.
Escucharéis la voz del agua entre los ojos,
húmeda taciturna, como buscando a solas
este perfil de dios inencontrable y puro.
Encontraréis a la mitad del parto de la
noche
un grito insospechado, el golpe de una
piedra dura
tostada por el sol. Veréis danzar mozas
núbiles
junto al rumor del viento
para que la sangre vaya a convocar la
lluvia
y bajen hasta el pie de la sombra los
ángeles del fuego.
¡Venid a estos santuarios!
La noche es una sola y no cambia su piel
ni regresa su cascada de llantos seculares
ni es otra la pupila de sus ojos de sombra.
Si llegáis hasta el fondo de su cabello
herido
encontraréis la forma de su mano enlutada
v estos ríos serán vuestros como lo fue la
noche
más antigua del tiempo cuando vuestra primera
sangre
nació desde la tierra en las manos del
llanto.
Venid a esta lejana comarca de neblinas
donde pieles de bronce fueron ya sepultadas
para que otra voz profetizara los ritos
funerarios
y fueran hechos de fábula corceles de la
noche.
Vuestra voz en los labios de jícara
errante,
vuestros ojos asomados a la orilla del río
fabulador del bosque
la sangre que construyó el arrebol del
último suicidio.
¡Venid a estos santuarios!
Os espera la piedra para cortar la historia
del hombre que la tuvo perdida entre sus
manos.
De la ciudad dormida
Transitar por los pasos de una ciudad
dormida
es descubrir el viento, desnudar la
penumbra
que preserva el dolor de los días
innumerables,
y detenerse en cualquier parte, como la
hoja inmóvil,
para sentir que todo se desangra en la
noche.
Dedos alucinados corren por la epidermis
de los ciegos fantasmas que son inamovibles
como el rostro de la soledad más distraída.
Cuando llega la lluvia con su fragilidad
lenta
alguien pasa y recoge la débil luz del
rostro
y de la mano inútilmente levantada
para preguntar por la edad de los aromas
sepulcrales.
Transitar per los pasos de la ciudad
dormida
es descubrir el sueño de árboles caídos
que llegaron de cualquier reino imaginario
con una piel de dulce consistencia;
venir como del alba hacia la tarde de
ceniza
donde estuvieron
rostros de imaginada espera, para decir
después
que el perfil invertido de una sombra
es la imagen más cierta, inmóvil, del
silencio.
Todos hemos cruzado los puentes amargos de
la noche.
El día es una espera transitoria
que olvida su acontecer de urgidas
estaciones;
por eso no debemos preguntarle nada del
íngrimo desvelo
ni del cabello que pace la desnudez del
aire
ni de los ciervos que duermen en los ojos
de cada fantasma de ciega transparencia.
Debemos dejarlos pasar como huéspedes de
cálidos veranos
que invocan el fuego y cruzan el horizonte
cuando ya está perdido.
Todos hemos cruzado los puentes amargos de
la noche.
Abajo el agua es fuga, un hombre
interminable.
La soledad
No está la soledad en el bosque.
No en la mina sepulta de oscuros minerales,
tampoco en la casa del árbol que habita en
las tinieblas
ni en el corazón del río turbio y moroso
que trae los mensajes seculares del bosque.
No está la soledad en el recinto de las
catedrales abandonadas
ni en el rostro de la piedra donde medita
el musgo;
tampoco en el cementerio de las viejas
aldeas
ni en la última luz que penetra en la
noche.
La soledad es una casa de azules serafines
donde habitan los hombres que han pisado
caminos de nostalgia
y que ahora se arrodillan para mirar la
vida
que fluye como un cauce desde el río de las
sombras.
Su voz no es el deseo de la evasión del
agua
ni el galope desbocado de un caballo
terrible
ni la mano del mar junto a la piel del aire
ni el bautismo de la primera vigilia
abandonada.
La soledad es un invento del hombre
para satisfacer, en silencio, la edad de su
nostalgia;
es un río de amigable y lenta transparencia
donde vemos el alma de las horas desnudas
y el cielo tapizado de fragantes alcores.
Ella pronuncia el nombre pequeño de las
cosas
con una voz liviana como la edad del lirio,
construye los cristales a través de la
lluvia
y consume el aceite dulce de la memoria.
Su portal es abierta casa de mariposas
y pequeña hornacina de breve mansedumbre,
por eso ella conjuga la voz y el silencio,
los arbustos del día y el rumor de la
noche.
Con su amigable perfil de cosa abandonada
la soledad es la casa de Dios y del hombre.
Tomado de:
https://vomiteunconejito.wordpress.com/2020/09/30/poemas-de-camilo-balza-donatti/#more-7073
CANTARES DE LLANO ADENTERO
Cantares del llano adentro:
dulce voz de los capachos
coplas de los hombres machos
que se le guindan al viento
grito que como un lamento
va gimiendo en la guarura
con su raigambre tan dura
como los cascos del potro
que se pierde en uno y otro
camino de la llanura.
Cantares de tierra inquieta:
cuerdas de cuatro en el aire,
curvas de gracia y donaire
en la cintura coqueta
que resalta en la paleta
de un pintor de nuestro suelo,
y bajo el azul de un cielo
que tiene un mundo de estrellas
en cientos de coplas bellas
ha visto correr su anhelo.
Cantares de claro acento,
trino del pájaro errante
que se pierde en el distante
confín del lejano viento,
como un grito de contento
conque el llano suspirara
cuando en Oriente asara
un amanecer llanero
en la pista de un lucero
que a medio cielo ocultara.
Cantares de mi llanura
salpicados de aguardiente
con el piropo sonriente
para una flor de hermosura;
mi llano tiene bravura
para los llanos del mundo
y mi amor es tan profundo
que se marchará conmigo
porque mi primer amigo
fue este llano vagabundo.
Tomado de:
https://manuscritosantiguos.blogspot.com/2014/01/tierra-del-corazon-1950.html
Meditación en torno a lo pequeño
Amo las cosas pequeñas
porque en ellas se encierra la síntesis del
mundo.
Y más si son sencillas y humildes
porque entonces serían la grandeza del
hombre.
Las células minúsculas
son la máxima expresión de la vida,
y desde el horizonte cercano de las horas,
desde el color infinito de los ojos poblados, las he visto en los senos
erigiendo contorneados pedestales de
angustia.
Todo aquello que escape a los ojos del
mundo es virgen en la esencia y en la forma del cuerpo. El oro, desde el sueño
antiguo de la mina,
es la expresión más pura de las mujeres
rubias; el agua, peregrina por la arteria terrestre,
es la canción más dulce que han tenido las
madres; la esmeralda, en su sueño marino,
es la mirada intacta que en el mundo no
existe.
Y nadie busca el sueño de lo que nunca ha
visto; mientras pasa el carbón por las encrucijadas,
el pájaro ignorante se pasea por la urbe,
la sapiencia rupestre medita junto a un
vértice; la vereda es la orilla de la vida
y la suma es la pronta meditación de un
astro.
Poema del Ecuador despierto
Desde la noche del primer lucero, desde la
nebulosa, la capa blanca de jirones núbiles, sin tiempo, sin edad reconstruida,
atado
a la cintura del hombre
igualmente sin edad, sin piel definitiva,
pasa el anillo-Ecuador uniendo el
llanto y la voz sin edad de los
cabreros.
Desde que la sangre ensayó su primer
paso y dejó su huella inicial
sobre la piel del aire; desde que el
novillo
cruzó la noche alucinante con sus cascos de
hierro
y ácida garganta
en busca del sorbo de sus ojos;
desde que el tiburón partiendo el agua,
masticando la espina,
atando el calamar a su cintura,
huye al cielo del mar;
desde que el viento
–traficante del dorso de la tierra–
extiende su pañuelo, lo
abanica, lo guarda, lo conserva,
pasa el anillo-Ecuador entre los dedos
como rubia sortija de las constelaciones.
Desde que el mínimo gusano,
con piel de harina,
con su paso amargo,
arrastra su humanidad de antigua
piedra ante los ojos taciturnos del
hombre; desde que el trueno
desamarra el cielo
y lo vuelve a coser como una
cinta el áspid del relámpago,
para hacerlo después volcán de lluvia;
desde que la serpiente, del Paraíso o
no, colmillo agudo, titilar de estrella,
ata su lengua al músculo
sensible y rueda, con sonrisa
de humor sobre la yerba;
desde que el agua aprendió a
ensayar su trapecio de alturas
para la sed, para la
espiga de la tierra,
pasa el anillo-Ecuador: Un peregrino
entonando los himnos de la vida.
Desde la primera desfloración del
alba. Desde la retama del primer
silencio.
Desde el primer corcovo del
caballo. Desde que el hombre se
sintiera solo con la cuerda vocal
asesinada.
Desde el primer gemido de la hembra.
Desde la realidad de que la muerte
camina en el costado
como una niña ciega y permanente.
Desde que se cruzaron los tumultos
y hubo pechos rotos, banderas desgarradas,
corceles de la luz hacia la sombra,
cuchillos de papel ensortijado.
Desde que Dios camina por la
tierra.
Desde la primera ignorancia del
pasado y del sabor del fruto,
del corazón del cauce,
de las arterias en inútil fuga,
del dorso asesinado,
del fusil, del reloj, de la campana,
de las cruces de piedra,
de la nada,
el anillo-Ecuador está despierto
y es noria bicolor
que pasa... pasa... pasa....
(El
Universal. Índice Literario. Caracas, 8/11/1960)
La visita de
Dios
Dios ha venido esta tarde, como siempre,
a hablarme de las mansas heredades del
día; por eso el viento estrena traje de
lino
nuevo, una mansa ternura camina por la
casa
y el corazón entrega sus lámparas de
incienso.
Ha traído la mansedumbre de las aguas
eternas, la paz de los jardines de un
huerto abandonado, y habla conmigo, a solas, de la
lluvia, del viento,
del caracol que arrastra su corteza
celeste,
de la ventana herida, de los árboles
muertos.
Contemplo entre sus barbas la diáfana
presencia del ángel que proclama la mies de
la esperanza; entre sus ojos miro los paisajes del
día,
la torre azul del árbol con sus pájaros
tristes y una aldehuela triste poblada de
campanas.
Dios ha venido esta tarde, como
siempre, a ver domesticada la luz entre
los árboles; en sus manos el polen
purifica la rosa,
la frente de los lirios toma fulgor de
plata y prolonga mi huerto su voz en el
espacio.
Yo le ofrezco la sombra de mi techo
sumiso que tiene débil humo de universal
memoria; mis corderos que pacen las
yerbas otoñales,
los nidos de los pájaros idos en el verano
y el perfil diminuto que hay en todas las
cosas.
Dios ha venido esta tarde, como siempre,
a decirme que hay lumbre en las puertas del
día y paz en los rebaños y en la edad de
las
aguas, por eso el viento estrena traje de
lino
nuevo
y en la pequeña aldea tatuada de estaciones
llega la primavera cubierta de campanas.
Todos los días
Todos los días hay un osario para los leños
consumidos. El viento despeja sus ventanas, convoca a los pájaros
para la fiesta matinal de la lluvia;
anuda su garganta a los árboles que han
llorado bajo la paz
nocturna y va a los puertos, donde la sal
cierra los ojos
de los buques sin tiempo, y un breve humo
se desvanece en la frente de los pájaros
blancos.
Todos los días, el agua del
pozo que se parece a tus ojos
nos ofrece un mensaje de nostalgias y
fábulas
al pie de la memoria, junto a los espacios
inasibles que cubren nuestra piel, que
comprenden la voz
de la madera inadvertida y de la piedra.
Todos los días el ave reza en la pradera
cuando hay fuga de colibríes heridos,
cuando de la frente del árbol cuelga un
tatuaje lacerado de signos, y la casa del
día
recoge las invocaciones y coloca sus manos
en la piel de las horas
Todos los días regresan nuestros pasos,
abandonamos absurdamente el espacio de las
aldeas
inefables, no buscamos el limo que se
esconde en el agua,
dejamos que la piedra hable sola,
que los caracoles se vayan en silencio,
que los pergaminos ávidos de cada heredad
siembren en nuestros pasos la historia de
las ciudades antiguas.
Todos los días, la casa que habitamos
está llena de sol,
de pequeñas hormigas que lloran con un
perfil de
ciego, de cirios en lo más alto de los
campanarios,
de colinas, donde los pasos del trigo
encienden sus
lámparas, de centinelas ebrios que padecen
la espera.
Todos los días nos duele el grito de la
arcilla,
la voz de los cántaros que viajan en la
estación del viento; nos duele la ciudad, sus torres, su silencio,
su algarabía, sus pasos,
el caballo de brisa que galopa en los
puertos.
¡Todos los días nos duele el amor!
¡todos los días, amor, todos los días!
¡Todos los días nos duele el amor!
¡todos los días, amor, todos los días!
Testigo de la tarde
El invierno me trajo una casa de musgo
que ilumino en la noche con leños de mis
párpados, con aceite traído de la pequeña
aldea
y resina cosechada en las últimas tardes de
junio.
A través de su lumbre
veo el signo de la humanidad
transparente, y cosecho el viento de las
colinas próximas donde la flor y la
brizna se conjugan
para elevar su canto
a la espiga que florece en tus manos.
El invierno me trajo una casa de musgo
tatuada de pequeñas imágenes,
con un cielo interior,
una puerta por donde entran los
pájaros y respiran los caracoles
que regresaron definitivamente del alba.
Cuando el sol acuesta sus
pieles y la vereda inicia sus
pasos;
cuando el cardón proyecta su
sombra, la hierba mastica su silencio
y el hombre mide el pulso de su
sangre, el tiempo anuncia su gestación
de signos, la verdad de su palabra,
su brevedad que cubre la sien de sus
espejos.
A esa hora sostengo en mis
manos el umbral de su primera puerta,
mientras descifro el enigma
de las clorofilas que me
circundan y la mirada de la piedra que
sonríe
por el simple acontecer de las horas.
La casa de musgo construida de invierno,
transita, ahora, el dorso de otra
estación que recoge la figa de los
metales celestes.
Sin embargo, yo me asomo a la
puerta y palpo tu mano sobre mi
sombra. como único testigo de la
tarde
que diluye su
memoria en el tránsito de la luz
y en la soledad del hombre que algo espera.
Busco la cordillera de mis sueños
Busco la cordillera de mis sueños.
Está prohibido pasar más allá de la
niebla donde un rebaño de ovejas
luminosas come los amarantos del alba.
Por ínsulas del atardecer y de la noche
pasan labradores con el traje de la última
canción;
suben a los páramos mujeres sagradas,
vestidas de lloviznas azules
buscan el umbral de la noche.
Con esta piel
de luto imaginario
Pude llegar y enero
preguntaba si aquella piel
teñida de verano
era la piel del rostro y de la mano
con que a jugar la vida comenzaba.
Y la piel fue de lluvia y se
mojaba, y de silencio tímido,
lejano;
y fue la piel vigilia de lo humano
sin precisar a veces dónde estaba.
Enero vuelve y vuelve y no
pregunta ni da razón de nada ni se
junta
con su dolor de amado calendario,
para decir después que no me ha
visto y no saber que muero porque
existo con esta piel de luto
imaginario.
Si la tempestad irrumpe en la montaña
Si la tempestad irrumpe en la
montaña el tallo de la niebla
busca la solemnidad de tu mirada
donde guardas las noches
y los días infinitos del cielo.
No te muevas del horizonte,
su altitud está en mis
manos, su lejanía en mi
sueño,
y tú eres la estatuilla que
deslumbra; si te llevas un dedo a los
labios
se derrumbaría todo el silencio de mis
ojos.
Tomado de
https://es.scribd.com/document/236394981/c-Balza-Donatti
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