miércoles, 17 de julio de 2024

POEMAS DE CAMILO BALZA DONATTI

 



Venid a estos santuarios

 

Venid a estos santuarios

donde sólo las piedras han quedado en el viento.

Aquí, cerca, están los silabarios,

los recuerdos del mito que se quemó en los ojos de la noche

y vive entre vosotros como piel de jaguar

y como simple corteza de luna doméstica y salvaje.

 

Tenéis el ofertorio de la voz más reciente

venida desde el agua, de la pulcra ceniza

del fiel amaranto que durmió en las colinas.

Para saber si sois de esta pradera

debéis romper la noche, su nuez de piedra eternizada y sola.

Escucharéis la voz del agua entre los ojos,

húmeda taciturna, como buscando a solas

este perfil de dios inencontrable y puro.

Encontraréis a la mitad del parto de la noche

un grito insospechado, el golpe de una piedra dura

tostada por el sol. Veréis danzar mozas núbiles

junto al rumor del viento

para que la sangre vaya a convocar la lluvia

y bajen hasta el pie de la sombra los ángeles del fuego.

 

¡Venid a estos santuarios!

La noche es una sola y no cambia su piel

ni regresa su cascada de llantos seculares

ni es otra la pupila de sus ojos de sombra.

Si llegáis hasta el fondo de su cabello herido

encontraréis la forma de su mano enlutada

v estos ríos serán vuestros como lo fue la noche

más antigua del tiempo cuando vuestra primera sangre

nació desde la tierra en las manos del llanto.

 

Venid a esta lejana comarca de neblinas

donde pieles de bronce fueron ya sepultadas

para que otra voz profetizara los ritos funerarios

y fueran hechos de fábula corceles de la noche.

Vuestra voz en los labios de jícara errante,

vuestros ojos asomados a la orilla del río fabulador del bosque

la sangre que construyó el arrebol del último suicidio.

 

¡Venid a estos santuarios!

Os espera la piedra para cortar la historia

del hombre que la tuvo perdida entre sus manos.

 

 

De la ciudad dormida

 

Transitar por los pasos de una ciudad dormida

es descubrir el viento, desnudar la penumbra

que preserva el dolor de los días innumerables,

y detenerse en cualquier parte, como la hoja inmóvil,

para sentir que todo se desangra en la noche.

 

Dedos alucinados corren por la epidermis

de los ciegos fantasmas que son inamovibles

como el rostro de la soledad más distraída.

Cuando llega la lluvia con su fragilidad lenta

alguien pasa y recoge la débil luz del rostro

y de la mano inútilmente levantada

para preguntar por la edad de los aromas sepulcrales.

 

Transitar per los pasos de la ciudad dormida

es descubrir el sueño de árboles caídos

que llegaron de cualquier reino imaginario

con una piel de dulce consistencia;

venir como del alba hacia la tarde de ceniza

donde estuvieron

rostros de imaginada espera, para decir después

que el perfil invertido de una sombra

es la imagen más cierta, inmóvil, del silencio.

 

Todos hemos cruzado los puentes amargos de la noche.

El día es una espera transitoria

que olvida su acontecer de urgidas estaciones;

por eso no debemos preguntarle nada del íngrimo desvelo

ni del cabello que pace la desnudez del aire

ni de los ciervos que duermen en los ojos

de cada fantasma de ciega transparencia.

Debemos dejarlos pasar como huéspedes de cálidos veranos

que invocan el fuego y cruzan el horizonte cuando ya está perdido.

 

Todos hemos cruzado los puentes amargos de la noche.

Abajo el agua es fuga, un hombre interminable.

 

 

La soledad

 

No está la soledad en el bosque.

No en la mina sepulta de oscuros minerales,

tampoco en la casa del árbol que habita en las tinieblas

ni en el corazón del río turbio y moroso

que trae los mensajes seculares del bosque.

 

No está la soledad en el recinto de las catedrales abandonadas

ni en el rostro de la piedra donde medita el musgo;

tampoco en el cementerio de las viejas aldeas

ni en la última luz que penetra en la noche.

 

La soledad es una casa de azules serafines

donde habitan los hombres que han pisado caminos de nostalgia

y que ahora se arrodillan para mirar la vida

que fluye como un cauce desde el río de las sombras.

 

Su voz no es el deseo de la evasión del agua

ni el galope desbocado de un caballo terrible

ni la mano del mar junto a la piel del aire

ni el bautismo de la primera vigilia abandonada.

 

La soledad es un invento del hombre

para satisfacer, en silencio, la edad de su nostalgia;

es un río de amigable y lenta transparencia

donde vemos el alma de las horas desnudas

y el cielo tapizado de fragantes alcores.

 

Ella pronuncia el nombre pequeño de las cosas

con una voz liviana como la edad del lirio,

construye los cristales a través de la lluvia

y consume el aceite dulce de la memoria.

 

Su portal es abierta casa de mariposas

y pequeña hornacina de breve mansedumbre,

por eso ella conjuga la voz y el silencio,

los arbustos del día y el rumor de la noche.

 

Con su amigable perfil de cosa abandonada

la soledad es la casa de Dios y del hombre.

Tomado de:

https://vomiteunconejito.wordpress.com/2020/09/30/poemas-de-camilo-balza-donatti/#more-7073

 

 

CANTARES DE LLANO ADENTERO

Cantares del llano adentro:

dulce voz de los capachos

coplas de los hombres machos

que se le guindan al viento

grito que como un lamento

va gimiendo en la guarura

con su raigambre tan dura

como los cascos del potro

que se pierde en uno y otro

camino de la llanura.

 

Cantares de tierra inquieta:

cuerdas de cuatro en el aire,

curvas de gracia y donaire

en la cintura coqueta

que resalta en la paleta

de un pintor de nuestro suelo,

y bajo el azul de un cielo

que tiene un mundo de estrellas

en cientos de coplas bellas

ha visto correr su anhelo.

 

Cantares de claro acento,

trino del pájaro errante

que se pierde en el distante

confín del lejano viento,

como un grito de contento

conque el llano suspirara

cuando en Oriente asara

un amanecer llanero

en la pista de un lucero

que a medio cielo ocultara.

 

Cantares de mi llanura

salpicados de aguardiente

con el piropo sonriente

para una flor de hermosura;

mi llano tiene bravura

para los llanos del mundo

y mi amor es tan profundo

que se marchará conmigo

porque mi primer amigo

fue este llano vagabundo.

Tomado de:

https://manuscritosantiguos.blogspot.com/2014/01/tierra-del-corazon-1950.html

 

 

Meditación en torno a lo pequeño

 

Amo las cosas pequeñas

porque en ellas se encierra la síntesis del mundo.

Y más si son sencillas y humildes

porque entonces serían la grandeza del hombre.

 

Las células minúsculas

son la máxima expresión de la vida,

y desde el horizonte cercano de las horas, desde el color infinito de los ojos poblados, las he visto en los senos

erigiendo contorneados pedestales de angustia.

 

Todo aquello que escape a los ojos del mundo es virgen en la esencia y en la forma del cuerpo. El oro, desde el sueño antiguo de la mina,

es la expresión más pura de las mujeres rubias; el agua, peregrina por la arteria terrestre,

es la canción más dulce que han tenido las madres; la esmeralda, en su sueño marino,

es la mirada intacta que en el mundo no existe.

 

Y nadie busca el sueño de lo que nunca ha visto; mientras pasa el carbón por las encrucijadas,

el pájaro ignorante se pasea por la urbe,

la sapiencia rupestre medita junto a un vértice; la vereda es la orilla de la vida

y la suma es la pronta meditación de un astro.

 

 

Poema del Ecuador despierto

 

Desde la noche del primer lucero, desde la nebulosa, la capa blanca de jirones núbiles, sin tiempo, sin edad reconstruida, atado

a la cintura del hombre

igualmente sin edad, sin piel definitiva,

pasa el anillo-Ecuador uniendo el

llanto y la voz sin edad de los

cabreros.

 

Desde que la sangre ensayó su primer

paso y dejó su huella inicial

sobre la piel del aire; desde que el novillo

cruzó la noche alucinante con sus cascos de hierro

y ácida garganta

en busca del sorbo de sus ojos;

desde que el tiburón partiendo el agua,

masticando la espina,

atando el calamar a su cintura,

huye al cielo del mar;

desde que el viento

–traficante del dorso de la tierra–

extiende su pañuelo, lo

abanica, lo guarda, lo conserva,

pasa el anillo-Ecuador entre los dedos

como rubia sortija de las constelaciones.

 

Desde que el mínimo gusano,

con piel de harina,

con su paso amargo,

arrastra su humanidad de antigua

piedra ante los ojos taciturnos del

hombre; desde que el trueno

desamarra el cielo

y lo vuelve a coser como una

cinta el áspid del relámpago,

para hacerlo después volcán de lluvia;

desde que la serpiente, del Paraíso o

no, colmillo agudo, titilar de estrella,

ata su lengua al músculo

sensible y rueda, con sonrisa

de humor sobre la yerba;

desde que el agua aprendió a

ensayar su trapecio de alturas

para la sed, para la

espiga de la tierra,

pasa el anillo-Ecuador: Un peregrino

entonando los himnos de la vida.

 

Desde la primera desfloración del

alba. Desde la retama del primer

silencio.

Desde el primer corcovo del

caballo. Desde que el hombre se

sintiera solo con la cuerda vocal

asesinada.

Desde el primer gemido de la hembra.

Desde la realidad de que la muerte

camina en el costado

como una niña ciega y permanente.

Desde que se cruzaron los tumultos

y hubo pechos rotos, banderas desgarradas,

corceles de la luz hacia la sombra,

cuchillos de papel ensortijado.

Desde que Dios camina por la

tierra.

Desde la primera ignorancia del

pasado y del sabor del fruto,

del corazón del cauce,

de las arterias en inútil fuga,

del dorso asesinado,

del fusil, del reloj, de la campana,

de las cruces de piedra,

de la nada,

el anillo-Ecuador está despierto

y es noria bicolor

que pasa... pasa... pasa....

(El Universal. Índice Literario. Caracas, 8/11/1960)

 

 

La visita de Dios

 

Dios ha venido esta tarde, como siempre,

a hablarme de las mansas heredades del

día; por eso el viento estrena traje de lino

nuevo, una mansa ternura camina por la

casa

y el corazón entrega sus lámparas de incienso.

 

Ha traído la mansedumbre de las aguas

eternas, la paz de los jardines de un huerto abandonado, y habla conmigo, a solas, de la

lluvia, del viento,

del caracol que arrastra su corteza celeste,

de la ventana herida, de los árboles muertos.

 

Contemplo entre sus barbas la diáfana

presencia del ángel que proclama la mies de la esperanza; entre sus ojos miro los paisajes del

día,

la torre azul del árbol con sus pájaros

tristes y una aldehuela triste poblada de

campanas.

 

Dios ha venido esta tarde, como

siempre, a ver domesticada la luz entre

los árboles; en sus manos el polen

purifica la rosa,

la frente de los lirios toma fulgor de

plata y prolonga mi huerto su voz en el

espacio.

 

Yo le ofrezco la sombra de mi techo

sumiso que tiene débil humo de universal

memoria; mis corderos que pacen las

yerbas otoñales,

los nidos de los pájaros idos en el verano

y el perfil diminuto que hay en todas las cosas.

 

Dios ha venido esta tarde, como siempre,

a decirme que hay lumbre en las puertas del

día y paz en los rebaños y en la edad de las

aguas, por eso el viento estrena traje de lino

nuevo

y en la pequeña aldea tatuada de estaciones

llega la primavera cubierta de campanas.

 

 

Todos los días

 

Todos los días hay un osario para los leños consumidos. El viento despeja sus ventanas, convoca a los pájaros

para la fiesta matinal de la lluvia;

anuda su garganta a los árboles que han llorado bajo la paz

nocturna y va a los puertos, donde la sal cierra los ojos

de los buques sin tiempo, y un breve humo

se desvanece en la frente de los pájaros blancos.

 

Todos los días, el agua del

pozo que se parece a tus ojos

nos ofrece un mensaje de nostalgias y fábulas

al pie de la memoria, junto a los espacios

inasibles que cubren nuestra piel, que

comprenden la voz

de la madera inadvertida y de la piedra.

 

Todos los días el ave reza en la pradera

cuando hay fuga de colibríes heridos,

cuando de la frente del árbol cuelga un

tatuaje lacerado de signos, y la casa del día

recoge las invocaciones y coloca sus manos

en la piel de las horas

Todos los días regresan nuestros pasos,

abandonamos absurdamente el espacio de las aldeas

inefables, no buscamos el limo que se esconde en el agua,

dejamos que la piedra hable sola,

que los caracoles se vayan en silencio,

que los pergaminos ávidos de cada heredad

siembren en nuestros pasos la historia de las ciudades antiguas.

 

Todos los días, la casa que habitamos

está llena de sol,

de pequeñas hormigas que lloran con un perfil de

ciego, de cirios en lo más alto de los campanarios,

de colinas, donde los pasos del trigo encienden sus

lámparas, de centinelas ebrios que padecen la espera.

 

Todos los días nos duele el grito de la arcilla,

la voz de los cántaros que viajan en la estación del viento; nos duele la ciudad, sus torres, su silencio,

su algarabía, sus pasos,

 

el caballo de brisa que galopa en los

         puertos.

 

¡Todos los días nos duele el amor!

¡todos los días, amor, todos los días!

¡Todos los días nos duele el amor!

¡todos los días, amor, todos los días!

 

 

Testigo de la tarde

 

El invierno me trajo una casa de musgo

que ilumino en la noche con leños de mis

párpados, con aceite traído de la pequeña aldea

y resina cosechada en las últimas tardes de junio.

 

A través de su lumbre

veo el signo de la humanidad

transparente, y cosecho el viento de las

colinas próximas donde la flor y la

brizna se conjugan

para elevar su canto

a la espiga que florece en tus manos.

 

El invierno me trajo una casa de musgo

tatuada de pequeñas imágenes,

con un cielo interior,

una puerta por donde entran los

pájaros y respiran los caracoles

que regresaron definitivamente del alba.

 

Cuando el sol acuesta sus

pieles y la vereda inicia sus

pasos;

cuando el cardón proyecta su

sombra, la hierba mastica su silencio

y el hombre mide el pulso de su

sangre, el tiempo anuncia su gestación

de signos, la verdad de su palabra,

su brevedad que cubre la sien de sus espejos.

 

A esa hora sostengo en mis

manos el umbral de su primera puerta,

mientras descifro el enigma

de las clorofilas que me

circundan y la mirada de la piedra que sonríe

por el simple acontecer de las horas.

 

La casa de musgo construida de invierno,

transita, ahora, el dorso de otra

estación que recoge la figa de los

metales celestes.

 

Sin embargo, yo me asomo a la

puerta y palpo tu mano sobre mi

sombra. como único testigo de la

tarde

que diluye su

memoria en el tránsito de la luz

y en la soledad del hombre que algo espera.

 

Busco la cordillera de mis sueños

 

Busco la cordillera de mis sueños.

Está prohibido pasar más allá de la

niebla donde un rebaño de ovejas

luminosas come los amarantos del alba.

 

Por ínsulas del atardecer y de la noche

pasan labradores con el traje de la última canción;

suben a los páramos mujeres sagradas,

vestidas de lloviznas azules

buscan el umbral de la noche.

 

Con esta piel de luto imaginario

 

Pude llegar y enero

preguntaba si aquella piel

teñida de verano

era la piel del rostro y de la mano

con que a jugar la vida comenzaba.

 

Y la piel fue de lluvia y se

mojaba, y de silencio tímido,

lejano;

y fue la piel vigilia de lo humano

sin precisar a veces dónde estaba.

 

Enero vuelve y vuelve y no

pregunta ni da razón de nada ni se

junta

con su dolor de amado calendario,

 

para decir después que no me ha

visto y no saber que muero porque

existo con esta piel de luto

imaginario.

 

 

Si la tempestad irrumpe en la montaña

 

Si la tempestad irrumpe en la

montaña el tallo de la niebla

busca la solemnidad de tu mirada

donde guardas las noches

y los días infinitos del cielo.

No te muevas del horizonte,

su altitud está en mis

manos, su lejanía en mi

sueño,

y tú eres la estatuilla que

deslumbra; si te llevas un dedo a los

labios

se derrumbaría todo el silencio de mis ojos.

Tomado de

https://es.scribd.com/document/236394981/c-Balza-Donatti


No hay comentarios.:

Publicar un comentario