sábado, 13 de julio de 2024

POEMAS DE PETER OLDS


Y sé que en la mañana lloverá

 

 

 

En la habitación a la que acabamos de mudarnos

 

tenemos como adornos

 

los despojos

 

de los anteriores ocupantes,

 

 

 

quienes huyeron despavoridamente

 

a otra ciudad a la busca de sus almas.

 

 

 

Me siento en la silla que abandonaron

 

y miro tu rostro nervioso

 

desmoronándose extrañamente sobre la repisa de madera de la radio.

 

Observas los insectos imantados

 

por la luz eléctrica y la ventana,

 

y entonces sé que pronto me dirás:

 

este cuarto está muy tétrico

 

y el cielo parece nublado

 

porque las palomillas han invadido, otra vez, la habitación.

 

 

 

Pero la razón por la que estás con los nervios de punta

 

no es porque mi máquina de escribir esté enmohecida

 

de poemas que no he escrito

 

o por los adornos que no sirven para nada

 

sino porque no tenemos una caldera que podamos encender

 

cuando llegue el invierno.

 

 

 

Sí, veo el talco espolvoreado en tus pechos

 

y cuento el número de veces que te estropeas la piel

 

y golpeas el piso.

 

Veo cómo te cepillas el pelo nada más para librarte

 

de la turbia noche

 

y cómo bebes la última taza de té tibio

 

antes de que el cansancio te venza.

 

 

 

Presiento, esta vez,

 

que el sueño ha de llegar demasiado tarde.

 

Alcanzo el frasco de Valium,

 

y sé que en la mañana lloverá.

 

 

Las casas derruidas

 

 

 

                           Para Heather

 

 

 

Tú cuidas una orilla de la calle

 

y yo la otra.

 

Nada ni nadie escapa a nuestra vista:

 

gatos, niños intrusos

 

luces innombrables,

 

cartas sin destinatario.

 

 

 

Los ancianos vecinos

 

con las piernas adoloridas y los televisores parpadeantes

 

en sus departamentos

 

necesitan nuestra guardia,

 

los escandalosos de la casa de dos pisos

 

al final de la cerrada,

 

siempre de fiesta

 

y manejando sus estruendosos coches arriba y abajo

 

de la calle que parece suya

 

necesitan nuestra guardia,

 

el vendedor de mariguana (no mencionaremos

 

su nombre) y el patrullero que hace sonar su sirena

 

en la calle los jueves en la noche

 

necesitan nuestra guardia,

 

la gente de la iglesia sobre la cerca de la casa grande

 

donde regentean el banco de alimentos

 

esos que nunca paran de decir “buenos días”

 

necesitan nuestra guardia,

 

las casas derruidas de la granja abandonada

 

detrás del campo de golf

 

la que mira hacia Blackhead y el salvaje océano del sur

 

(donde una vez te asustaron los eucaliptos)

 

necesitan nuestra guardia.

 

 

 

Cuando la calle está apacible

 

vengo a tu departamento

 

a mirar la tele, compartir un bizcocho y algunas preguntas:

 

¿qué cenaste ayer en la noche?

 

¿saliste a caminar esta tarde?

 

¿cómo te fue con el terapista?

 

 

 

No me quedo mucho tiempo

 

nunca lo hago:

 

yo soy ese niño

 

que corre a todo lo largo y ancho

 

de tu jardín

 

persiguiendo

 

luces innombrables.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2014/08/poesia-de-nueva-zelanda-peter-olds/

 

 

Cómo evitar la depresión


Practica el arte de no hacer nada

dale de comer a las gallinas

lee novelas policiacas

hornea pan

realiza largas caminatas

colecta conos en la lluvia

medita bajo un árbol

urde alfombras y cestos de lino

sal a pescar

construye un horno maorí

siembra una parcela de calabazas

contempla los pájaros

siéntate apaciblemente

teje

pon a cocer fruta

haz vino

come gachas de avena con plátano troceado

construye un refugio

lava tu ropa

tiende tu cama

visita a los que viven por su cuenta

hierve pichones en la cocina con las ventanas abiertas

evita los servicios psiquiátricos

duerme hasta que ya no puedas dormir más

siembra una planta en una maceta

ponte a dibujar

evita ordenadores y correo electrónico

no hagas planes

no te estés observando tanta a ti mismo

mastúrbate frecuentemente

huye de la poesía

come tarta de Shepherd

deambula en los centros comerciales

nunca vaya a tiendas de alimentos saludables

siempre ten algo que esperar, aunque no sea nada.

 

 

Mapas y gente


En el hospital me revisaron la cabeza

y me pidieron que les dijera

en qué momento exactamente me volví loco.

No pude decirles

(claro que nadie puede)

y me permitieron tomarme un té

con otros pacientes

que tampoco supieron a qué hora fue eso.

 

Nos la pasamos bien

hablando

sobre Ned Kelly y la tierra prometida

(de espaldas al reloj)

arrojando las colillas de nuestros cigarros

a la flama artificial del calentador eléctrico

(siendo reprimidos por arruinar nuestras vidas

e invitados a no volver a hacerlo).

Tomado de:

https://poesianeozelandesa.com/poesia/peter-olds/

 

 

Doctor campana

Freud estaba en todas partes:

debajo de la cama...

 

Fui tu último paciente del día.

Gracias a Dios que estás aquí, dijiste

encendiendo un cigarrillo

y ofreciéndome uno

con una cita de El arte de amar.

 

La habitación se llenó de humo.

Hiciste girar tu silla

mostrando una pierna

y abriste la ventana que daba

al estacionamiento del hospital para que tomara aire...

 

Yo dictaba y tú escribías el guion.

El acto era una especie de orgía.

Tomado de:

https://www.bestnewzealandpoems.org.nz/past-issues/2020-contents/peter-olds/

 

 

En la playa de los asesinos

 

 

Conducir a través de una manada de ovejas en un camino de grava alto,

quedar atrapado a mitad de camino y detenerse para charlar con un granjero

 

hasta que las ovejas se movieron hacia otro sendero y el camino quedó libre

hasta la playa donde, lo que nos pareció que eran focas,

 

En medio de las olas, había hombres flotando sobre tablas con trajes negros

cerca de rocas de color verde oscuro. Esperaban ver una fila de canoas.

 

y una playa sembrada de hachas y conchas (el granjero

dijo que era una buena playa de conchas), no encontró nada más que

 

Arena sin carga y algunos zancos vivos y ostreros

y un pingüino muerto, con la cabeza inclinada hacia atrás y la garganta completamente cortada.

 

de moscas medio enterradas en algas y arena... El niño sintió

algo: no seguiría la pelota hacia el arroyo viscoso,

 

No quería ir detrás del lino a orinar; prefería hacer agujeros

en la arena, luego corría desnudo hasta el otro extremo de la playa murmurando

 

para sí mismo, queriendo comida, agua, mientras buscábamos rastros

de sangre, tomábamos fotos del aire y pretendíamos estar en algún lugar.

 

Nadie había estado antes. Paseaba entre altramuces imaginando

casas, arreglos domésticos, jardines donde un pueblo

 

Una vez estuvo en medio del fuego. Se encontraron piedras ennegrecidas, trozos

de platos con diseños de sauce chino azul y agujeros.

 

donde pájaros de pico largo habían cavado en busca de gusanos bajo la arena

que cubría algo horrible.

 

Hicimos el picnic más simple: huevos duros, plátanos,

panecillos blancos recién hechos, arrojamos sobras a los gorriones, exploramos las colinas en busca de huellas,

 

Observé a los surfistas subir la colina de grava alejándose de la playa

en sus grandes camionetas verdes cargadas con pieles chorreantes.

Tomado de:

https://www.wgtn.ac.nz/modernletters/bnzp/2004/olds.htm

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