Y sé que en la mañana lloverá
En la habitación a la que acabamos
de mudarnos
tenemos como adornos
los despojos
de los anteriores ocupantes,
quienes huyeron despavoridamente
a otra ciudad a la busca de sus
almas.
Me siento en la silla que
abandonaron
y miro tu rostro nervioso
desmoronándose extrañamente sobre
la repisa de madera de la radio.
Observas los insectos imantados
por la luz eléctrica y la ventana,
y entonces sé que pronto me dirás:
este cuarto está muy tétrico
y el cielo parece nublado
porque las palomillas han
invadido, otra vez, la habitación.
Pero la razón por la que estás con
los nervios de punta
no es porque mi máquina de
escribir esté enmohecida
de poemas que no he escrito
o por los adornos que no sirven
para nada
sino porque no tenemos una caldera que podamos encender
cuando llegue el invierno.
Sí, veo el talco espolvoreado en
tus pechos
y cuento el número de veces que te
estropeas la piel
y golpeas el piso.
Veo cómo te cepillas el pelo nada
más para librarte
de la turbia noche
y cómo bebes la última taza de té
tibio
antes de que el cansancio te
venza.
Presiento, esta vez,
que el sueño ha de llegar
demasiado tarde.
Alcanzo el frasco de Valium,
y sé que en la mañana lloverá.
Las casas derruidas
Para Heather
Tú cuidas una orilla de la calle
y yo la otra.
Nada ni nadie escapa a nuestra
vista:
gatos, niños intrusos
luces innombrables,
cartas sin destinatario.
Los ancianos vecinos
con las piernas adoloridas y los
televisores parpadeantes
en sus departamentos
necesitan nuestra guardia,
los escandalosos de la casa de dos
pisos
al final de la cerrada,
siempre de fiesta
y manejando sus estruendosos
coches arriba y abajo
de la calle que parece suya
necesitan nuestra guardia,
el vendedor de mariguana (no
mencionaremos
su nombre) y el patrullero que
hace sonar su sirena
en la calle los jueves en la noche
necesitan nuestra guardia,
la gente de la iglesia sobre la
cerca de la casa grande
donde regentean el banco de
alimentos
esos que nunca paran de decir
“buenos días”
necesitan nuestra guardia,
las casas derruidas de la granja
abandonada
detrás del campo de golf
la que mira hacia Blackhead y el
salvaje océano del sur
(donde una vez te asustaron los
eucaliptos)
necesitan nuestra guardia.
Cuando la calle está apacible
vengo a tu departamento
a mirar la tele, compartir un
bizcocho y algunas preguntas:
¿qué cenaste ayer en la noche?
¿saliste a caminar esta tarde?
¿cómo te fue con el terapista?
No me quedo mucho tiempo
nunca lo hago:
yo soy ese niño
que corre a todo lo largo y ancho
de tu jardín
persiguiendo
luces innombrables.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2014/08/poesia-de-nueva-zelanda-peter-olds/
Cómo evitar la depresión
Practica el arte de no hacer nada
dale de comer a las gallinas
lee novelas policiacas
hornea pan
realiza largas caminatas
colecta conos en la lluvia
medita bajo un árbol
urde alfombras y cestos de lino
sal a pescar
construye un horno maorí
siembra una parcela de calabazas
contempla los pájaros
siéntate apaciblemente
teje
pon a cocer fruta
haz vino
come gachas de avena con plátano
troceado
construye un refugio
lava tu ropa
tiende tu cama
visita a los que viven por su
cuenta
hierve pichones en la cocina con
las ventanas abiertas
evita los servicios psiquiátricos
duerme hasta que ya no puedas
dormir más
siembra una planta en una maceta
ponte a dibujar
evita ordenadores y correo
electrónico
no hagas planes
no te estés observando tanta a ti
mismo
mastúrbate frecuentemente
huye de la poesía
come tarta de Shepherd
deambula en los centros
comerciales
nunca vaya a tiendas de alimentos
saludables
siempre ten algo que esperar,
aunque no sea nada.
Mapas y gente
En el hospital me revisaron la
cabeza
y me pidieron que les dijera
en qué momento exactamente me
volví loco.
No pude decirles
(claro que nadie puede)
y me permitieron tomarme un té
con otros pacientes
que tampoco supieron a qué hora
fue eso.
Nos la pasamos bien
hablando
sobre Ned Kelly y la tierra
prometida
(de espaldas al reloj)
arrojando las colillas de nuestros
cigarros
a la flama artificial del
calentador eléctrico
(siendo reprimidos por arruinar
nuestras vidas
e invitados a no volver a
hacerlo).
Tomado de:
https://poesianeozelandesa.com/poesia/peter-olds/
Doctor campana
Freud estaba en todas partes:
debajo de la cama...
Fui tu último paciente del día.
Gracias a Dios que estás aquí,
dijiste
encendiendo un cigarrillo
y ofreciéndome uno
con una cita de El arte de amar.
La habitación se llenó de humo.
Hiciste girar tu silla
mostrando una pierna
y abriste la ventana que daba
al estacionamiento del hospital
para que tomara aire...
Yo dictaba y tú escribías el
guion.
El acto era una especie de orgía.
Tomado de:
https://www.bestnewzealandpoems.org.nz/past-issues/2020-contents/peter-olds/
En la playa de los asesinos
Conducir a través de una manada de
ovejas en un camino de grava alto,
quedar atrapado a mitad de camino
y detenerse para charlar con un granjero
hasta que las ovejas se movieron
hacia otro sendero y el camino quedó libre
hasta la playa donde, lo que nos
pareció que eran focas,
En medio de las olas, había
hombres flotando sobre tablas con trajes negros
cerca de rocas de color verde
oscuro. Esperaban ver una fila de canoas.
y una playa sembrada de hachas y
conchas (el granjero
dijo que era una buena playa de
conchas), no encontró nada más que
Arena sin carga y algunos zancos
vivos y ostreros
y un pingüino muerto, con la
cabeza inclinada hacia atrás y la garganta completamente cortada.
de moscas medio enterradas en
algas y arena... El niño sintió
algo: no seguiría la pelota hacia
el arroyo viscoso,
No quería ir detrás del lino a
orinar; prefería hacer agujeros
en la arena, luego corría desnudo
hasta el otro extremo de la playa murmurando
para sí mismo, queriendo comida,
agua, mientras buscábamos rastros
de sangre, tomábamos fotos del
aire y pretendíamos estar en algún lugar.
Nadie había estado antes. Paseaba
entre altramuces imaginando
casas, arreglos domésticos,
jardines donde un pueblo
Una vez estuvo en medio del fuego.
Se encontraron piedras ennegrecidas, trozos
de platos con diseños de sauce
chino azul y agujeros.
donde pájaros de pico largo habían
cavado en busca de gusanos bajo la arena
que cubría algo horrible.
Hicimos el picnic más simple:
huevos duros, plátanos,
panecillos blancos recién hechos,
arrojamos sobras a los gorriones, exploramos las colinas en busca de huellas,
Observé a los surfistas subir la
colina de grava alejándose de la playa
en sus grandes camionetas verdes
cargadas con pieles chorreantes.
Tomado de:
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