El jardín
Cuelgan racimos de odorables pomas,
negras uvas en gajos tentadores,
fingiendo los alegres surtidores
un murmullo de besos y de bromas.
Dormitan en las ramas las palomas
los buches esponjando arrulladores,
y el capitoso aliento de las flores
unge el follaje y el parral de aromas.
Un sol ardiente esparce sus madejas
de luz, sobre el jardín; y las abejas
un vals preludian, áspero y sonoro.
Bailan las mariposas deslumbrantes,
y picotean pájaros brillantes
unas naranjas que parecen de oro.
Metempsicosis
Del ancho mar sonoro fui pez en los
cristales,
que tuve los reflejos de gemas y metales.
Por eso amo la espuma, los agrios
peñascales,
las brisas salitrosas, los vívidos corales.
Después, aleve víbora de tintes
caprichosos,
magnéticas pupilas, colmillos venenosos.
Por eso amo las ciénagas, los parajes
umbrosos,
los húmedos crepúsculos, los bosques
calurosos.
Pájaro fui en seguida en un vergel salvaje,
que tuve todo el iris pintado en el
plumaje.
Amo flores y nidos, el frescor del ramaje,
los extraños insectos, lo verde del
paisaje.
Torneme luego en águila de porte audaz y
fiero,
tuve alas poderosas, garras de fino acero.
Por eso amo la nube, el alto pico austero,
el espacio sin límites, el aire vocinglero.
Después, león bravío de profusa melena,
de tronco ágil y fuerte y mirada serena.
Por eso amo los montes donde su pecho
truena,
las estepas asiáticas, los desiertos de
arena.
Hoy (convertido en hombre por órdenes
obscuras),
siento en mi ser los gérmenes de
existencias futuras.
Vidas que han de encumbrarse a mayores
alturas
o que han de convertirse en génesis
impuras.
¿A qué lejana estrella voy a tender el
vuelo,
cuando se llegue la hora de buscar otro
cielo?
¿A qué astro de ventura o planeta de duelo,
irá a posarse mi alma cuando deje este
suelo?
¿O descendiendo en breve (por secretas
razones),
de la terrestre vida todos los escalones,
aguardaré, en el limbo de largas
gestaciones,
el sagrado momento de nuevas ascensiones?
Nada es todo
Hermano mío en el arte y en la lira
sagrada,
que de la vieja estigia, sentado en un
recodo,
me dices que las cosas de este mundo son
nada,
pero que las del otro, las del celeste,
todo.
No siembres esa lívida seta emponzoñada
en mi jardín de sueños, con tan amable
modo,
sino una vid de vida, de racimos cargada,
que de alegría deje el corazón beodo.
Tomado de:
https://lazebra.net/2019/05/01/juan-ramon-molina-nada-es-todo-poesia/
¡Viviese yo en los tiempos esforzados…
¡Viviese yo en los tiempos esforzados
de amores, de conquistas y de guerras,
en que frailes, bandidos y soldados
a través de los mares irritados
iban en busca de remotas tierras.
No en esta triste edad en que desmaya
todo anhelo –encumbrado como un monte–
y en que poniendo mi ambición a raya
herido y solo me quedé en la playa
viendo el límite azul del horizonte!
La lluvia su monótona charla dice afuera…
La lluvia su monótona charla dice afuera.
La puerta de mi cuarto por fin está
cerrada.
Quizás en esta noche no grite mi quimera
y goce del olvido profundo de la almohada.
¡Hace ya tanto tiempo que en reposar me
empeño,
como si me turbara la fiebre del delito,
que mis ojos enclavo —de los que huyera el
sueño—
en la siniestra esfinge del lúgubre
infinito!
Mas hoy todos los seres me han parecido
buenos,
el cielo azul brindome su calma vespertina,
y —libre de pecados y libre de venenos—
purifiqué mi cuerpo en agua cristalina.
Quiero la paz aquella de la primer mañana
cuando, en el seno de Eva, tranquilo e
inocente,
Adán durmió, al arrullo de amor de la
fontana,
ajeno a las promesas de la sutil serpiente.
Un nirvana sin término, letárgico y
profundo,
en el que olvide todas mis dichas y mis
males,
la secreta congoja de haber venido al mundo
a resolver enigmas y problemas fatales.
Ser del todo insensible como la dura
piedra,
y no tallado en una doliente carne viva
de nervios y de músculos. O ser como la
hiedra
que extiende sus tentáculos de manera instintiva.
No como el pobre bruto del llano y de la
cumbre
sujeto a la ley ciega de inexorable sino,
que en sus miradas tiene la enorme
pesadumbre
de todo aquel que encuentra muy bajo su
destino.
Así gozar quisiera de imperturbable sueño
cuando la noche baja de los cielos lejanos.
Estrellas: derramadme vuestro letal beleño.
Arcángeles: mecedme con vuestras leves
manos.
Para que mi mañana florezca como rosa
de mayo, exuberante de vida y de fragancia,
y la tierra contemple, jocunda y luminosa,
con los tranquilos ojos con que la ví en la
infancia.
Después que muera
Tal vez moriré joven… Los amigos
me vestirán de negro,
y entre dolientes y llorosos cirios
de pálidos reflejos,
colocarán con cuidadosas manos
mi ya rígido cuerpo,
poniendo mi cabeza en la almohada,
mis manos sobre el pecho.
Ojos negros
Ojos terribles y puros
que me lanzáis el reproche,
ojos que sois cual la noche,
que sois cual la noche obscuros,
ojos que miráis seguros
luz derramando en derroche;
plegando los párpados, broche
de esos radiantes luceros,
no me miréis tan severos,
ojos que sois cual la noche.
Ojos que de extraña suerte
me hacéis vivir o morir;
ojos que me dais vivir
para causarme la muerte,
en vano pretendo fuerte,
vuestro yugo sacudir;
¡ya no puedo resistir
esta esclavitud amada!
¡matadme de una mirada
ojos que me hacéis vivir!
Ojos que lanzáis centellas
para ofuscarse ellos mismos;
ojos que sois dos abismos
donde brillan dos estrellas;
ojos de pupilas bellas
y de extraños magnetismos,
¡por obscuros fatalismos
que no acierto a explicar,
os vuelvo siempre a mirar,
ojos que sois dos abismos!
Si por volveros a ver
me causáis penas mortales,
ojos que sois dos puñales,
víctima vuestra he de ser,
¡no me importa padecer
sufrimientos eternales
si las causas principales
de mis penas merecidas
serán vuestras mil heridas,
ojos que sois dos puñales!
Súrsum
Ya no nos separemos ni un momento,
porque –cuando se extingan nuestras vidas–
nuestras dos almas cruzarán unidas
el éter, en continuo ascendimiento.
Ajenas al humano sufrimiento,
de las innobles carnes desprendidas,
serán en una llama confundidas
en la región azul del firmamento.
Sin dejar huellas ni visibles rastros,
más allá de la gloria de los astros,
entre auroras de eternos arreboles,
a obedecer iremos la divina
ley, fatal y suprema que domina
los espacios, las almas y los soles.
Tal vez moriré joven… Los amigos…
Tal vez moriré joven… Los amigos
me vestirán de negro,
y entre dolientes y llorosos cirios
de pálidos reflejos,
colocarán con cuidadosas manos
mi ya rígido cuerpo,
poniendo mi cabeza en la almohada,
mis manos sobre el pecho.
Pesca de sirenas
Péscame una sirena, pescador sin fortuna
Que yaces pensativo del mar junto a la
orilla
Propicio es el momento porque la vieja luna
Como un mágico espejo entre las olas brilla
Han de venir hasta esta rivera una tras una
Mostrando a flor de agua su seno sin
mancilla
Y cantarán en coro, no lejos de la duna
Su canto que a los pobres marinos maravilla
Penetra al mar entonces y escoge la más
bella
Con tu red envolviéndola, no escuches su
querella
Que es como el canto aleve de la mujer. El
sol,
La mirará mañana entre mis brazos loca
Morir bajo el martirio divino de mi boca
Moviendo entre mis piernas su cola
tornasol.
Si muero joven; si el dolor me mata…
Si muero joven; si el dolor me mata
y en la terrible fosa me derrumba,
te ruego que no vayas, dulce ingrata,
con otro amante a visitar mi tumba;
porque al sentir vuestros iguales pasos
romper la paz que para siempre anhelo,
levantaré los descarnados brazos
para pedirle que me vengue al cielo.
A tus exangües pechos, Madre Melancolía…
A tus exangües pechos, Madre Melancolía,
he de vivir pegado, con secreta amargura,
porque absorbí los éteres de la filosofía
y todos los venenos de la literatura.
En –fatigada de sed alma mía-
sueña con una Arcadia de sombra y de
verdura,
y con ello el don sencillo de un odre de
agua fría
y un racimo de dátiles y un pan sin
lavadura.
Todo el dolor antiguo y todo el dolor nuevo
mezclado sutilmente en mi espíritu llevo
Con el extracto de una fatal sabiduría.
Conozco ya las almas, las cosas y los
seres,
he recorrido mucho las playas y los
Citeres…
¡Soy tu hijo predilecto, Madre Melancolía!
Anhelo
¡Viviese yo en los tiempos esforzados
de amores, de conquistas y de guerras,
en que frailes, bandidos y soldados
a través de los mares irritados
iban en busca de remotas tierras.
No en esta triste edad en que desmaya
todo anhelo –encumbrado como un monte–
y en que poniendo mi ambición a raya
herido y solo me quedé en la playa
viendo el límite azul del horizonte!
Tomado de:
https://ciudadseva.com/autor/juan-ramon-molina/poemas/
Salutación a los poetas brasileros
Con una gran fanfarria de roncos olifantes,
con versos que imitasen un trote de
elefantes
en una vasta selva de la India ecuatorial,
quisiera saludaros —hermanos en el duelo—
en las exploraciones por la tierra y el
cielo,
en el martirologio de los circos del mal.
Mi Pegaso conoce los azules espacios.
Su cola es un cometa, sus ojos son
topacios,
el rubio Apolo y Marte cabalgarían en él;
¡relinchará en los céspedes de vuestro
bosque umbrío,
se abrevará en las aguas de vuestro sacro
río,
y dormirá a la sombra de vuestro gran
laurel!
Venir pude en la concha de Venus Citerea,
sobre el áspero lomo del león de Nemea,
en el ave de Júpiter o en un fiero dragón;
en la camella blanca de una reina de
Oriente,
en el cuerpo ondulante de una alada
serpiente,
a bordo de la lírica galera de Jasón.
O en la fornida espalda de un genio
misterioso,
o envuelto en la vorágine de un viento
proceloso,
o de una negra nube en el glacial capuz;
en la marea argentina de una luna de mayo,
asido del relámpago flamígero de un rayo,
o con los duendes gárrulos que juegan en la
luz.
Mas en Pegaso vine desde remotos climas,
—señor, príncipe, rey o emperador de rimas—
sobre el confuso trueno del piélago febril.
¡Salve al coro de Afiones de estas tierras
fragantes!
¡A todos los Orfeos del país de los
diamantes!
¡A todos los que pulsan su lira en el
Brasil!
Tal digo, hermanos míos en la prosapia ibérica.
Saludemos la gloria futura de la América,
que todas las espigas se junten en un haz.
Unamos nuestras liras y nuestros corazones,
que ha llegado el crepúsculo de las
anunciaciones,
para que baje el ángel de la celeste paz!
Augurio de ese día se ve en el horizonte.
Hoy tres aves volaron desde un florido
monte;
yo las miré perderse en el naciente albor;
un cóndor —que es el símbolo de la fuerza
bravía—,
un búho —que es el símbolo de la sabiduría—
y una paloma cándida —símbolo del amor—.
Dijo el cóndor, gritando: la unión da la
victoria,
el búho, en un silbido: el saber da la
gloria,
la paloma, en su arrullo: el amor da la fe.
Yo —que escruto el enigma de nuestro gran
destino—
ante el casual augurio del cielo matutino,
siguiendo los tres pájaros en éxtasis
quedé.
Pero Pegaso aguarda. Sobre su fuerte lomo
gallardamente salto en un instante, como
el Cid sobre Babieca. Me voy hacia el azur.
¿Acaso os interesa mi suerte misteriosa?
¡Buscadme en mi magnífico palacio de la
Osa,
o en mi torre de oro, junto a la Cruz del
Sur!
Tomado de:
https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/los-venenos-de-la-literatura/
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